En la película «Ad Astra», Brad Pitt busca a papá en los anillos de Neptuno

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

Brad Pitt, en la alfombra roja de Venecia, donde presentó en la noche de este jueves el filme de James Gray «Ad Astra»
Brad Pitt, en la alfombra roja de Venecia, donde presentó en la noche de este jueves el filme de James Gray «Ad Astra» YARA NARDI | Reuters

Noah Baumbach presenta en Venecia su filme «Marriage Story», notable crónica de la herida emocional de Adam Driver y Scarlett Johansson

30 ago 2019 . Actualizado a las 09:11 h.

Hay una querencia de esta Mostra, que viene de los últimos tiempos, por el cine aventurado en pos del espacio exterior. Aquí inauguraron el festival Alfonso Cuarón con Gravity en el 2013 y el pasado año Damien Chazelle con The First Man. Se daba por descontado que la apuesta del magnificente James Gray por la ciencia-ficción con Ad Astra volaría mucho más allá de las claves del puro género en esta odisea de Brad Pitt hacia Neptuno. No en vano Gray conforma -junto a Quentin Tarantino y Paul Thomas Anderson- el tridente de directores mayúsculos que explica el cine norteamericano de lo que va de siglo. Y de nuevo es eje de esta película el leit motiv lazos de sangre: de la familia y de sus fuerzas centrípetas fatales, como universo de reverberaciones trágicas que preside toda su obra, desde los inmigrantes de Little Odessa o El sueño de Ellis al clan mafioso de La noche es nuestra o los abrazos rotos de Two Lovers.

Ad Astra se respira como tal tragedia asentada sobre la canónica y agonista búsqueda infinita del padre. Gray embarca a Brad Pitt en esta misión que tiene mucho de remake de su filme anterior, la abrumadora The Lost City of Z. Solo que lo que allí era espesa y febril incursión en el Amazonas, en esa selva cuya vegetación engullía, y en su obvia referencia a El corazón de las tinieblas, en Ad Astra se plantea como -todo lo contrario- el espacio sin límites, un territorio hostil cuyo cauce hacia el pánico de una danza de la muerte ingrávida Gray hace depender -en un estremecedor logro de guion y de ritmo- en elementos primarios, casi prehistóricos: un escenario donde se produce un ataque en descampado lunar de piratas o unos primates cuya irrupción bizarra te conduce al terror en estado puro y brutal.

Gray simplifica al máximo la ruta de Pitt hacia ese Neptuno que sin ser Saturno clama lo mismo por devorar a su hijo. Allí el padre -el también astronauta Tommy Lee Jones, que se perdió y dejó huellas inquietantes dos décadas atrás, en un proyecto llamado Lima- aguarda al vástago, ya no como el coronel Kurtz que hizo temblar el universo, sino como un dios ciego, con cataratas, desprovisto ya de toda furia. Y en un guiño hacia el clásico de las distopías Soylent Green, Ad Astra te lleva hacia ese momento crucial, cuando el destino nos alcance. Porque en todo momento, Pitt no ha controlado su dolorosa búsqueda sino que ha sido marioneta de esta atmósfera de frenesí, fatum y horror que le sale al paso y que hace que su gutural gemido de dolor no se escuche -igual que el de Al Pacino en las escalinatas de la ópera de El Padrino III- porque en el espacio nadie te oirá gritar.

Trabajos de amor perdidos

El neoyorquino Noah Baumbach -director de trayectoria en progresión, conocido sobre todo por Frances Ha- habla también del dolor en la notable Marriage Story. Pero es la suya una crónica del amor quebrado, el del matrimonio que formaron unos excepcionales Scarlett Johansson y Adam Driver, y que está tamizada por la comprensión hacia los dos polos de esta ruptura.

En esa gama de desolaciones y angustias que describen el desgarro de una separación hay para elegir una escala del tormento que va de Bergman a Botho Strauss y que ha conducido al cine o a la literatura a alguno de sus infiernos más temidos. En Marriage Story, en cambio, Baumbach posa su mirada en el duelo -en su doble sentido, el de la pena incubada y el de la trifulca de abogados por la custodia del hijo común- pero lo hace para compadecer a sus criaturas, para inyectar humor en el desastre emocional. Y para medir con elegancia la gama de sentimentalismos.

Es como si a aquel ochentero Kramer contra Kramer de las tostadas francesas le hubiesen afeado tanto saco lacrimal y tanta grasa melodramática para obtener este destilado de prodigiosa ternura y sobriedad que bordan Johansson y Driver, con secundarios tan proteicos como Laura Dern y Ray Liotta. Y el resultado es esta batalla que no oculta sus heridas y que deja intuir la larga curación de las cicatrices. Pero que no se ensaña en el masoquismo de los trabajos de amor perdidos, de los que Marriage Story salva todo lo dulce y lo noble del pasado bien vivido.