Está de vuelta de todo. Le obsesiona el paso del tiempo, se confiesa hipocondríaco y nunca mira atrás, ni para recodar su éxito con Duncan Dhu: «Me cuesta mantenerme en el hoy. Tengo 54 años y sé que el tiempo es limitado, me agobio mucho»
24 ago 2019 . Actualizado a las 18:11 h.Mikel Erentxun (Caracas, 1965) es el hombre de las segundas oportunidades, ese que solo mira al futuro cargado de ilusión y con las energías renovadas. Su proceso de cambio se gestó hace ya seis años: «El día que me operaron de urgencia por una cardiopatía pensé que me moría, que había llegado mi final. Me quedé en shock». Tras superar aquel susto -«fue un aviso y he aprendido la lección»-, el donostiarra confiesa: «Hoy creo que soy mejor persona, me he vuelto más ordenado, ya no sé lo que es una resaca y disfruto estando con mis hijos y mi mujer. Estoy aprendiendo a vivir de verdad». Cercano y espontáneo, se muestra entusiasmado por su nuevo trabajo, El último vuelo del hombre bala: «Sacar mis demonios y mis fantasmas en este disco me ha sentado genial». El viernes 30 de agosto actuará en las fiestas de Ferrol, en la plaza de Amboage.
-Regresas pisando fuerte. ¿Cómo vives el momento de sacar nuevo disco?
-Con mucho entusiasmo e ilusión. Es un momento muy dulce y satisfactorio. Desde que se publicó llevo una sonrisa permanente. La preparación del disco es un proceso largo, porque desde que me siento a escribir, después entro a grabar los temas y por último se prepara la maqueta, pasa entre un año y medio o dos. Por eso, cuando por fin sale a la venta, lo vivo como una gran alegría. Además, estoy satisfecho porque siempre procuro hacer un disco que me guste a mí, ese es el requisito imprescindible, y este me lo compraría.
-Con este trabajo cierras tu trilogía, que empezó con «Corazones» en el 2015, ¿tocaba ya cerrar esta etapa?
-Pues sí. Ha sido una etapa vital muy intensa, en la que he vivido mucho, y eso ha quedado reflejado en estos tres álbumes autobiográficos, que cubren aproximadamente seis años; desde mi movida cardíaca, pasando por mi crisis matrimonial hasta el momento en el que he vuelto a encontrarme conmigo mismo. Es verdad que he cerrado una puerta, pero seguro que se abre una ventana. Estoy entusiasmado.
-¿Con este nuevo disco querías salirte de tu zona de confort?
-Sí. Mi media naranja, el productor Paco Lobo, siempre saca lo mejor de mí, él ha logrado que saliera de mi zona de confort y además me ha animado a hacer locuras. Es cierto que en este disco he adoptado algunas sonoridades que tenía un poco olvidadas y he dejado de lado mis mayores influencias, que son Bob Dylan y The Beatles. Al final, el resultado es un disco anclado en los setenta, la época que más me gusta de la música, y algo que se refleja desde en la portada hasta en el sonido.
-En este nuevo álbum, como en los dos anteriores, te has desnudado emocionalmente. ¿No te da pudor?
-No. Nada en absoluto, y eso que soy tímido y muy vergonzoso. Ha sido como hacer terapia conmigo mismo, pero ahorrándome el psicólogo. He sacado todos mis demonios y mis fantasmas. Me ha sentado genial y ha sido muy enriquecedor. A nivel musical, reconozco que hablar de mí, de mis temores e inquietudes es una fuente de inspiración fantástica. Antes, me costaba de qué hablar en mis temas y me he dado cuenta de que ese punto autobiográfico es una veta increíble, porque les da autenticidad. Ahora, que ya estoy con la mente en próximos trabajos, me da vértigo pensar en nuevas historias, porque aún no tengo claro sobre qué versarán.
-¿Cuándo escribes tus canciones?
-En cualquier momento. En un hotel, en el sofá, en un viaje... Primero hago el boceto del tema y luego bajo a mi estudio y le echo horas hasta tener el tema cerrado.
-¿Te gusta compartir tus composiciones con tu gente más próxima?
-No. Soy un lobo solitario. Con mi mujer no lo comparto, porque no le gusta. De hecho, ella nunca baja a mi estudio. A ella mi lado más cañero, el electrónico, no le mola. No es su estilo. Eso sí, ella me apoya en todo y siempre me aconseja que sea yo mismo. Lo que sí suelo hacer es, cuando ya tengo unos cuantos temas, enseñárselos a mis músicos y a mi mánager para ver qué opinan.
-Otra clave de este nuevo disco es la importancia que le das al paso del tiempo, algo que hemos descubierto en el primer single, «La vereda».
-El paso del tiempo es algo que me obsesiona y me persigue, es una especie de demonio interno y me sienta muy bien hablar de ello en mis canciones, porque es una forma de liberar el peso. Esa cronofobia que siento está relacionada con el deseo de vivir la vida con intensidad, disfrutarla plenamente, porque se escapa poco a poco. Cuando me va tan bien como ahora, con mi mujer, mis hijos, mi carrera, no quiero que se acabe nunca, quiero seguir y seguir, y eso me agobia mucho.
-De ahí, ¿ese ansia de mirar siempre hacia el futuro?
-¡Claro! Mi cabeza va muy rápida. Mira que procuro vivir al día, pero me cuesta mucho. Tengo tantos planes por realizar y tantos discos en la cabeza… que me resulta complicado mantenerme en el hoy. Me encantaría sentarme a escribir algo más largo, hacer cine, montar un bar y viajar, viajar me flipa. Descubrir otras tierras, otros rincones. Soy muy curioso e inquieto. Y cuando pienso que tengo 54 años y el tiempo es limitado, me agobio mucho.
-¿Nunca echas la vista atrás? ¿Ni para recordar tu etapa con Duncan Dhu?
-El pasado ahí está, forma parte de mi vida y de todo aquello también he aprendido mucho, positivo y negativo, claro. Respecto a Duncan Dhu, reconozco que fue un grupo que marcó una época, fue una banda muy importante, aunque yo, honestamente, creo que he hecho mejores discos en solitario que con el grupo. Hay una carga emocional y el tiempo hace que muchas canciones se conviertan en himnos y contra eso es imposible luchar. Tampoco me interesa demasiado el revival ochentero, que ha cobrado auge los últimos años. He participado en algunas fiestas de estas, porque me hace gracia sumarme a esas caravanas, pero la verdad es que no me atrae mucho.
-Esa ansia de vivir está relacionada con el problema cardíaco que sufriste hace seis años?
-Sin duda. Me marcó muchísimo. Pensé que me moría de verdad, porque me dolía mucho el pecho. Recuerdo que fui al hospital vestido de calle y en cuestión de una hora entraba en el quirófano medio desnudo, para operarme por una cardiopatía. Soy muy hipocondríaco, soy muy Woody Allen, y me quedé en shock. Mi mujer estaba embarazada de ocho meses y me monté una peli de terror tremenda. Le empecé a decir que le hablara a nuestro hijo de mí, porque yo notaba que era mi final. Fue una sensación angustiosa porque repasé mentalmente mi vida en segundos. Menos mal que se quedó solo en un gran susto, un aviso. He aprendido la lección.
-¿En qué has cambiado?
-¡Uf! A lo largo de este tiempo me he convertido en San Miguel. ¡Ja, ja, ja! Creo que soy mejor persona. He cambiado bastante. No como cosas que no me favorecen, hago más deporte, ya no sé lo que es una resaca y me he vuelto más ordenado. Me encanta jugar con mis hijos y estar con mi mujer, he aprendido a disfrutar de los conciertos, a vivir.
-¿Qué tal se te da lo de ser padre de familia numerosa?
-Mi mujer es y ha sido un apoyo fundamental y con mis cinco hijos, ahora lo llevo mucho mejor. Estoy disfrutando al máximo de ellos. Al principio no fue fácil esto de la paternidad, no me porté muy bien, la verdad. Hoy, aunque esté al otro lado del mundo de gira, gracias a las videoconferencias, puedo verles y charlar con ellos.
-Has mencionado que tienes muchos planes, ¿y sueños?
-Por supuesto. Muchos. El más importante seguir haciendo música, grabando discos durante muchos años, porque me hace muy feliz.