Roberto Saviano, mejor guion por su historia de la Camorra, y la china So Long, My Song, doble premio de interpretacion
16 feb 2019 . Actualizado a las 21:57 h.El israelí Navad Lapid obtuvo ayer su consagración en el gotha de los grandes autores del cine presente con la conexión del máximo premio de la Berlinale, el Oso de Oro para su muy arriesgada Synonimes. Se trata de una obra henchida de coraje por la explicitud con la que grita su extrañamiento de aquello en lo que Israel ha devenido como estado y sociedad. Y también por hacerlo desde su estilo disruptivo, con esos meandros de raíz surreal que lleva a su protagonista a identificarse con el laicismo republicano francés, en oposición a la teocracia que ya se dibuja en Tel Aviv o Jerusalén. Lapid era ya uno de los autores más respetados por la crítica internacional por sus anteriores Policía en Tel Aviv y The Kindergarten Teacher -presentada hace cuatro años en la Semana Crítica de Cannes- pero este Oso de Oro lo sitúa de un modo explícito en el primer plano del olimpo autoral. Y es una decisión muy valiente del jurado presidido por Juliette Binoche, que apenas tenía tres o cuatro películas con las que salvar el honor del nivel bien penoso de la competición de esta 69.ª Berlinale -éste de Lapid, más los del chino Wang Xiaoshuai, la macedonia Teona Mitevska y el canadiense siempre preterido Denis Côtè- y optó por apostar por el filme nada ortodoxo de Lapid. Synonymes obtuvo también el Premio Fipresci de la prensa internacional.
Esos mismos valores laicos y republicanos de Synonymes son los que defiende el ganador del Gran Premio del Jurado, François Ozon, en Por la gracia de Dios, su esperanzada denuncia de la pederastia en el obispado de Lyon. Ozon ha tenido que desprenderse del barroquismo que preña su mejor cine, y que tanto nos pone, para -con este filme sobrio, honesto pero como sin proteínas, un casi voluntarista reportaje de uso sucesos reales de abusos que se juzgan el próximo mes en Francia- obtener por fin premio en uno de los tres grandes festivales tras casi 20 años de carrera.
La china So Long, My Son es un soberbio melodrama que su director, Wang Xiaoshuai estructura de modo prodigioso en cuatro tiempos narrativos, con una sensibilidad de elipsis a la altura del último Jia Zhang-Ke. Por eso, los dos premios de interpretación la sitúan como una de las ganadoras del certamen, aunque aún se quedan cortos con los méritos de este bellísimo retablo sobre el amor, los errores en apariencia insalvables y el perdón por sobre la tierra calcinada del dolor. Para ella debería haber ido el Oso de Oro o, en su defecto, el premio para su director.
Muy merecida es también la subida al escenario de Roberto Saviano para recoger el premio al guion por la adaptación compartida de su propia novela La paranza dei bambini, en donde se despliega el ascenso de los jóvenes caníbales en la cucaña napolitana de sangre y muerte.
Reconocer como mejor directora a la alemana Angela Schanelec por su pretenciosa e insufrible I Was at Home, But da derecho a reclamar código explicativo muy específico de sus divinas metáforas en torno a una bicicleta o a un conejo, sobre Hamlet y Laertes. Que el premio lo entregase Sebastian Lelio, un chileno siempre al loro, con películas populistas de lágrima o sonrisa fácil invita a preguntarse si él dirigiría semejante regodeo grimoso en el cripticismo.
El Premio Alfred Bauer premia al filme que aporte nuevas perspectivas al lenguaje del cine. No las hallo en Systemsprenger, en donde la alemana Nora Fingscheidt va encadenando sucesivos finales trágicos aparentes al trayecto de intento de adaptación de una niña con ataques de agresividad, cuyos gritos hirientes en su alcance, sí merecerían una condecoración a su técnico de sonido.
La coproducción de Noruega y Suecia Out Stealing Horses, de Hans Petter Moland quiere ser evocadora de la infancia como tiempo de magdalenas y de sombras no recobradas. Es soporífera hasta la extenuación pero supongo que esto no está reñido con que en la pedrea le den el premio a la mejor fotografía.
El palmarés en conjunto es aún razonable, dado el estado de moribundia en que Dieter Kosslick, ayer tan agasajado, deja a una Berlinale creativamente depauperada. Es muy importante que algunas de las películas cuyo nivel infausto lleva a preguntarse con qué derecho se auparon a un festival clase A -los de Agniezska Holand, Coixet o Fatih Akin; había muchas más- se vayan de vacío. Igual que es de lamentar que Ghost Town Anthology -ese cruce fascinante de Twin Peaks y Pedro Páramo firmado por Denis Côté- sufra de nuevo ese síndrome de invisibilidad con el cual todos los jurados castigan al gran cineasta canadiense.