Antes que director de cine, Julio es un padre de tres hijos que no quiere llevarse batacazos en la taquilla. Pero con «El árbol de la sangre», estrenada el 30 de octubre, solo espera alegrías. «Cada historia que escribo me ilusiono muchísimo pensando: ?Esta sí que va?», confiesa. Medem es pura emoción
12 nov 2018 . Actualizado a las 19:20 h.Con el mejor guion que ha escrito nunca y una protagonista, Úrsula Corberó, que le ha dejado boquiabierto, Medem solo espera buenas noticias de su último estreno: «Estoy deseando que funcione, no te puedes imaginar cuánto». Aunque no siempre ha sido así, -«no te repones del todo de los malos resultados», asegura-, lo último que pierde es la ilusión: «Me va la vida en ello».
-¿Este es el mejor guion que has escrito nunca?
-Es el guion más complejo que he escrito nunca, y el reto de esta película y la novedad que tenía para mí es que tiene forma de árbol, es decir, es una historia de amor que tiene dentro un árbol con muchas ramas, que son muchas vidas. Está muy ramificada la historia, y en ella también hay otros personajes con otras historias de amor, de desamor, de celos, de odios, de rencores, de tragedia. Está contada por cada uno de los dos protagonistas, que son una pareja joven que tienen la necesidad de contarse el uno al otro sus 25 años de vida, desde que fueron concebidos. Creen que pueden unir sus ramas, mezclar sus sangres y crear un gran árbol que, finalmente, es una historia mucho más fuerte, intensa y dramática de lo que imaginaban. Esto es lo que tiene este guion de reto y me parece que queda muy bien, porque hemos conseguido que resulte muy claro, que se entienda todo perfectamente.
-¿Cómo empiezas tus guiones? ¿Qué ves primero?
-Yo tengo un punto de partida siempre, que es una imagen que surge del inconsciente. Una imagen que de pronto tiene para mí mucha fuerza, que no sé lo que significa, pero que la veo poderosa y que contiene algo, una historia que yo quiero descubrir. Así empieza. En este caso veía un prado, una campa, vacas que bajan del norte, toros que suben del sur, corren. Y alrededor, carreteras con coches, con personas, familias de diferentes sitios de España. Las vacas y los toros se chocan, los coches también tienen accidentes. Y de ahí fui tirando hacia atrás, sacando poco a poco. De ahí aparecieron enseguida los personajes de Marc (Álvaro Cervantes) y de Rebeca (Úrsula Corberó), los jóvenes protagonistas, él de Barcelona y ella de Madrid. Y así fui, con cuidado.
-Úrsula Corberó comentó que nunca había visto a un director que se emocionase tantísimo. Dijo esto de ti: «Es un niño, y me di cuenta en cuanto le conocí».
-Yo a veces también he ayudado a esa idea. Yo suelo decir que como tiro mucho de la intuición, tiro mucho... A veces dejo atrás mi lado más consciente, más realista, y manda más el niño que llevo dentro. Y sí, ella lo cuenta así, y me gusta cómo lo cuenta. Yo estoy limitado por mí mismo, hago lo que hago y no sé hacer otras cosas que me gustaría hacer. Realmente hago lo que puedo hacer, lo que me sale. Y eso se nota, claro.
-Ella es pura energía, mientras que tú representas mucho más la calma, la reflexión. ¿Un buen contrapunto?
-Yo tengo energía eh, la tengo dentro, pero soy superapasionado. También es verdad que luego tengo que encontrar el control de la mente. Pero bueno, en general trato de buscar siempre más allá de lo que había imaginado antes para que lo mejore. Y ahí estoy. Y Úrsula es una bestia, es muy inteligente, inteligentísima, y muy intuitiva y rápida. Ensayamos mucho, yo ensayo siempre muchísimo con mis actores para descubrir los personajes con ellos y dentro de ellos. De hecho, Úrsula también decía que hemos ensayado más tiempo de lo que duró el rodaje. Ahí vamos fijando cosas y ella las fija siempre muy bien, y encima las supera. Me ha sorprendido muchísimo y es de lo mejor que yo he visto en mi vida en mis películas. Tiene un talentazo. El arte es algo que de pronto ocurre cuando supera lo que hemos hecho. Pues eso digo yo del trabajo de ella, su trabajo de interpretación me parece una obra de arte.
-Siempre te atrajo la psiquiatría. ¿Eres un poco psiquiatra con los actores, la utilizas para dirigir?
-Sí, claro, porque yo quería hacer psiquiatría. No soy psiquiatra, eh, pero bueno, estudié Medicina y soy médico, aunque yo ni siquiera quería serlo. Terminé quinto y sexto, pero decidí que quería hacer cine. En mis películas tengo que ser un poco psicólogo, es más, lo que hago es que les llamo. Cuando ya hemos ensayado y está todo a punto de rodar, les llevo a una cita con el psicólogo, que soy yo haciendo de psicólogo. Entonces les digo en qué momento de la historia están, que siempre es un momento muy crítico, ellos se lo preparan y de pronto me vienen, me van llegando a la consulta, ja, ja. Yo me pongo detrás de ellos para que no me vean, pero bueno, yo creo que saben que soy el psicólogo, y les pregunto y les hago una terapia. Es un juego, pero también es un juego que es profundo, porque ellos entienden más y mejor, y yo también.
-¿Y qué hay de médico en ti para haberlo elegido?
-De médico creo que ya no me queda nada, pero en su momento me encantó estudiar la carrera de Medicina. Una especialidad, ser psiquiatra o cardiólogo, es muy diferente. El primer ciclo me gustó especialmente porque es el cuerpo humano sano, anatomía, fisiología, bioquímica... En el segundo ciclo ya entras en todas las enfermedades, y te planteas que cómo es que podemos estar sanos. Y ahí es cuando ya empecé a conectar bien con el cine, empecé a escribir crítica de cine en un periódico, en una cooperativa, en Donosti. Era un crío de 21 años, pero era muy cinéfilo, mucho más que ahora.
-De niño ya cogías la cámara de tu padre y te ibas con tu hermana Ana a experimentar.
-Sí, claro. Yo ya venía haciendo cortos desde los quince años, y también escribí una novela. La parte creativa ya se estaba formando en mí, pero pensaba que no iba a ser mi futuro, no sé. Yo era un adolescente hipertímido y confié más en la psiquiatría, pensé que iba a ser un buen psiquiatra. Y ya estudiando me di cuenta de que no, de que tenía que ser valiente y dedicarme a lo que realmente se me iba a dar mejor, que era crear personajes en lugar de curar.
-Es inevitable recordar «Los amantes del círculo polar» y «Lucía y el sexo». Fueron dos grandes alegrías para ti. ¿«El árbol de la sangre» apuestas a que sea otra de ellas?
-Pues sí, ya me gustaría. Lo estoy deseando, no te puedes imaginar cuánto. Me va la vida en ello. Lo fundamental es que la gente entre al cine a verla, porque yo sé, y mira lo que te digo, que si la ven les va a gustar muchísimo. Les va a conmover mucho, les va a emocionar. Es una experiencia de un registro muy alto, es una historia muy completa, muy vigorosa, está muy ramificada. Y además está pasando que la gente que la ve quiere verla otra vez, porque el lenguaje simbólico que tiene, aunque entiendes las tramas perfectamente y es clara, te das cuenta de que hay todavía más por descubrir. Está pasando y espero que le pase a mucha gente esto de querer descubrirla más y quiera verla más veces. Pero bueno, fundamentalmente, que la gente vaya al cine, entre en la sala y la vea.
-Cuando se pone tanto de sí mismo en cada proyecto, con estos altos y bajos que inevitablemente tienen las carreras vinculadas al cine en el momento de los malos resultados, ¿cómo se repone uno de eso?
-Hombre, pues no te repones del todo. Yo es que hice un esfuerzo grande, porque cuando te toca es un buen ejercicio vital de volver a recuperar tu energía, tu ánimo. En cambio yo soy muy optimista en ese sentido. A veces me evado de lo real y de la negativo ante los malos resultados, escribiendo otra historia, una novela... Me ilusiono muchísimo pensando: «Esta sí que va». Pero luego en el recuerdo es verdad que dan pena ciertas cosas que han pasado, te dan pena porque creo que no se merecían... Lo que he notado es cierta falta de aprecio, entonces eso me parece triste, injusto. También por parte de algunos opinadores. No sé que les pasa a algunos, pero a veces entran muy duramente, muy prejuiciados. Y eso es duro. Aunque luego te encuentras a muchas personas que no, que me aprecian limpiamente, por decirlo de alguna manera.
-¿Será que hay críticos que a veces se olvidan de que las críticas pueden ser positivas?
-Pasa una cosa, que las críticas, yo las hice y no quiero ponerme como ejemplo de nada, pero yo siempre me he planteado una cosa, que es establecer un puente entre lo que propone la película y el espectador. Pero entre lo que propone, lo que no se puede hacer es juzgar a una película por aquello que no propone. Yo estoy diciendo que mi película es esta, yo también intento al principio colocar al espectador, le pongo una especie de ojo para llevarle a ese sitio, para que vea cómo yo la veo. Pero si el opinador me pone en otro sitio muy diferente, casi incluso a conciencia, digo: es que estás contando una película que no es la que he querido hacer. Y además no tengo por qué hacer la que tú quieres que haga. Júzgame si he conseguido o no lo que me he propuesto, eso es lo que me gustaría que me dijeran.
-«Caótica Ana» fue tu proyecto más personal, pero tuvo peores cifras de las esperadas. Después de aquello dijiste que nunca más formarías parte de la producción de tus películas. ¿Lo mantienes?
-Ja, ja. Es que pasa una cosa, que cuando formo parte de la producción, tengo un fracaso. Y pierdo dinero, porque claro, perdí dinero. Y eso es muy duro, porque yo soy un padre de familia, tengo tres hijos y de pronto perder dinero así, personal, cuando no tengo mucho, pues es muy duro. Es un hostiazo muy duro todavía. Así que sí, dije eso.
-Ahí te propusiste un cambio: «Quiero ponérselo más fácil al espectador, aunque a mí me cueste más trabajo hacerlo». ¿Lo conseguiste?
-Sí, claro, yo reflexioné y dije: «Yo no puedo dejar de ser como soy, hago las cosas como me salen, es que no puedo hacerlas de otra manera». Lo único que sí puedo hacer es un esfuerzo en las historias para que al espectador le atraiga más a priori la película. Y aquí sí que veo que hay mucho gancho, lo tiene. Es una película mía, está calada de mí totalmente, estoy dentro. Pero creo que tiene también algo más, está más abierta. También creo que el público joven se está acercando.
-Ahora que se debate la obligatoriedad de la filosofía en las aulas, tú siempre defendiste la filmosofía.
-Sí, a mí la filosofía me gusta muchísimo, soy lector de filosofía y escribí una novela, Aspasia, amante de Atenas, situada en el siglo V antes de Cristo con la historia de Aspasia, una pitagórica que le va contando a su hija la filosofía desde que nace. Ella conoce a Sócrates y se hacen muy amigos, y pude así escribir estos personajes que son un poco el origen de la filosofía. Es una novela que está dando pasos para convertirse en una serie internacional importante. Y yo estoy deseando que eso pase, estoy deseando dirigir una serie. Hay mucho lenguaje y mucho cine en las series.
-Hace unos años decías que el barco se hunde, refiriéndote al cine español. ¿Qué opinas ahora?
-Bueno, es que el cine español hay que verlo en la medida en que hay que establecer si hacen falta ayudas o no. En el balance anual del cine español, el retorno económico es de tres, cuatro, cinco veces más. Aquí el Gobierno pasó de destinar 150 millones a 36 en los últimos años, cuando en Italia son 400... y encima tenemos la fama de que vivimos del cuento y de que somos unos subvencionados. Esto me parece muy triste, porque cada vez los rodajes son más cortos. Yo rodé esta película en siete semanas, que es de risa. Pero lo hemos hecho muy bien. Esto lo cuentas fuera y no se lo pueden creer. Luego también en los 90 y principios del 2000 había un público joven que quería ver en el cine las películas. Ahora ese público casi no está. El cine español entonces era más plural e interesante, y ahora ha perdido eso y ha aparecido esa fórmula de cine español de comedia, que funciona. Claro, esto no es una noticia buena, pero está ocurriendo.
-¿Desaparecerán las salas de cine?
-Yo creo que las salas se van a quedar un poco para el concepto de cine-espectáculo. No puede ser que sea fundamental para amortizar una película el hecho de que la gente vaya a verla a una sala. A mí me encantaría tener un buen sitio en Internet en el que se vean nuestras películas, y por supuesto, que se vean pagando, que sea poco pero pagando algo, claro. Y luego, no sé, llega el Festival de Cannes, la alfombra roja y demás y vale, pero a mí me encantaría ver esas películas en directo en ese mismo instante. Que pagues algo más para poder verla en directo y no estar esperando a que llegue a tu país esa película, a que un distribuidor la quiera comprar y distribuir. Y luego hay películas premiadas que no está claro que vayan a ser rentables en sala. Eso va a ir cambiando, y la gente joven y con ganas de ver cine no es la gente que va a las salas. Es gente que estaría encantada de verlo en casa. Yo, por ejemplo.
-¿Un Netflix del cine?
-Sí, sí. Esto va a ocurrir.
-Acabas de cumplir 60, una cifra redonda. ¿Cómo te ves con la nueva década?
-El seis no me gusta mucho ¿eh?, pero bueno. Luego lo que pasa es que no paro, entonces me siento mentalmente muy en forma. Y tengo a mis hijos. Tengo un hijo de 30 años, mi hija pequeña de 15 y yo con 60. Pero es que mi abuelo, que nació el mismo día que mi hijo, pero 90 años antes, hubiera cumplido 120 ahora. Somos múltiplos, 120, 60, 30, 15... Bueno, quizás es una tontería... Y luego está Alicia, que tiene 25 para 26. Alicia tiene síndrome de Down, una criatura maravillosa.
-Tenerla te marcó muchísimo, ¿no?
-Sí, Alicia es tronchante, maravillosa. Ella es puro amor. Para ella lo que importa es eso: «Yo te quiero, tú me quieres». Todo parte de ahí, de una relación de amor, y luego ya hablamos de lo demás, ja, ja.
-Igual deberíamos intentar plantearnos todo desde ahí.
-Claro, claro, es que ella es sabia. Esa es su lección.