Secuencia magistral de Scorsese en el Jovellanos

CULTURA

Scorsese, junto a Sergio Sánchez
Scorsese, junto a Sergio Sánchez José Luis Cereijido

«La violencia está en todos nosotros, forma parte de la naturaleza humana», afirma. Repasa su trayectoria cinematográfica en una animada charla con el público

18 oct 2018 . Actualizado a las 01:13 h.

«La violencia está en todos nosotros» y si lo dice Martin Scorsese, el cineasta que ha dedicado parte de su filmografía a mostrar esa realidad violenta «que forma parte de la naturaleza humana», amén. Scorsese, Premio Princesa de Asturias de las Artes, encandilaba hoy a los asistentes de la charla con el público que protagonizó en el teatro Jovellanos de Gijón con su propia historia. Desde que era un niño con asma en Little Italy, el barrio italiano de Nueva York, hasta hoy, con dos interesantes proyectos en ciernes. 

Por un lado, The Irishman, protagonizada por Robert de Niro y con Al Pacino, Joe Pesci y Harvey Keitel y que no se cansa de decir que ha realizado gracias a Netflix. «La última película que hice con un estudio fue Shutter Island y ya no podía hacerlo más», aseguró Scorsese, «no sé lo que son los estudios de hoy en día. Netflix creyó en este proyecto y, hasta el momento, siento que tengo plena libertad y pleno apoyo», agradeció. 

The Irishman, en la que la violencia volverá a ser protagonista, es un proyecto especial para Scorsese. «De Niro y yo llevamos 22 años queriendo hacer otra película juntos». La última había sido Casino (1995) y, como el filme transcurre a lo largo de varios años de la vida de sus protagonistas, el maquillaje no era suficiente para que parecieran más jóvenes. «Estamos intentando algo nuevo: que parezcan más jóvenes de manera digital y va a llevar su tiempo. Al menos seis meses y en Netflix han sido los únicos que nos han apoyado en esta idea». 

Bob Dylan

La película podrá verse en la pequeña pantalla, pero Scorsese también quiere distribuirla en el cine. Del otro proyecto, sin embargo, dijo que quizá solo esté una semana en la gran pantalla. Se trata del documental sobre la gira Rolling Thunder Review de los años 70 de Bob Dylan, que «estamos terminando ahora y es todo un desafío». Imágenes inéditas y, en palabras de Scorsese, «un metraje fantástico, eran cineastas geniales». También posible gracias a Netflix. «Los documentales me ayudan a pensar en otras formas de contar historias», aseguró el cineasta, que también consideró que las películas de acción de los últimos 25 años abordan la violencia de manera en cierto modo abstracta.

«No se siente su impacto porque te mantienen distante, te adormecen. Las noticias son mucho más violentas y lo extraño es que esa exposición a la imaginería violenta puede hacer que uno acabe adormecido respecto al verdadero sufrimiento que existe en la vida», advirtió. «Mis películas son violentas, pero ¿qué sentido tendría no abordar esa violencia como si no existiera cuando hay que afrontarla porque abstraerse podría ser un error?», se preguntó Scorsese, que aprovechó la primera pregunta que le hizo el director asturiano Sergio G. Sanchez sobre el Nueva York de su infancia para recordar cómo acabó dirigiendo películas sobre lo que veía entonces en las calles.

El asma

«Gran parte de mi infancia tuvo que ver con el asma. Ha sido un factor importante en mi vida y me limitaba mucho en cuanto a lo que podía o no hacer». Por eso se convirtió en un cinéfilo. «En mi casa no había libros. Pasé los ocho primeros años de mi vida ‘secuestrado’, no podía reírme mucho para no tener ataques de asma y me llevaban mucho al cine», recordó. El cine se convirtió en su realidad y, en un momento dado, las calles «en las que literalmente moría la gente». Las que ha reflejado en sus películas. «Vivimos un tiempo fuera del barrio pero tuvimos que regresar y, a veces, era emocionante. A menudo, peligroso. Tristemente, estaba viviendo cerca de la peor calle del barrio. La gente seguía teniendo sus raíces en Europa y el crimen formaba parte del estilo de vida. Pero no solo había gente mal, algunos no tenían más opción y ahí es donde crecía, con esa manera de pensar». 

El relato de su vida, profuso en detalles para deleite de los asistentes, le llevó a los dos retiros que encontró de esa violenta realidad de la que fue testigo en su infancia. La Iglesia y el cine. «Fui monaguillo y descubrí que existía una sensación muy tranquila, de mucha paz, que no veía en la calle aunque sí en mi familia. Siempre me resultó difícil casar ambos mundos: lo que deberíamos de ser y la naturaleza humana real». 

Quiso ser sacerdote, para emular al que le abrió un universo de realidades diferentes a las que conocía en las cuatro o cinco manzanas que eran su mundo en Nueva York, «e ingresé en un seminario con 15 años pero me echaron al poco tiempo». Y fue cuando, explicó, se echó a los brazos del cine, tomando varios cursos en la Universidad de Nueva York. Recordó que Shadows, de John Cassavetes, fue determinante en su decisión de dedicarse a contar historias a través del cine. «Me hizo ver que se puede hacer una película sin tener que implicar a las grandes fábricas que son los estudios», dijo. También fue decisivo el apoyo de un profesor armenio que tuvo en la universidad, Haig P. Manoogian. «Fue el que creyó en mí, vio que yo estaba lo suficientemente loco para hacer películas».

Se enganchó al cine de otros países, en una época además en la que se estaba revolucionando el lenguaje cinematográfico, y empezó a hacer el suyo. ¿Consejos para quienes hoy quieren hacer cine? «Las escuelas de cine son extraordinarias pero nadie te puede enseñar realmente a hacer una película», dijo, aunque consideró fundamental tener pasión («porque si tienen bastante van a encontrar la manera de hacerla»), entusiasmo, destreza y «algo que decir» «Y si tienes la suerte de tener un guía que te sirva de mentor esa es la clave». Él tuvo varios. 

Actores

¿Y dirigir a los actores? «Nunca hice cursos de actuación, intenté hacer algo de teatro pero lo dejé porque no entendía nada». Pero sí conocía y experimentaba a diario el estilo de Nueva York, la manera natural de ser. «E intentaba que se sintieran cómodos», dijo de los actores con los que ha trabajado.

Y con De Niro ha hecho un gran tándem. «He sido afortunado por trabajar con él. Era de mi barrio, me acuerdo de él de cuando éramos niños, aunque él estaba en otro grupo. Es el único que sabe de dónde vengo. No tenemos que hablar demasiado. De hecho, no hablamos tanto de los personajes. Improvisamos como en Taxi Driver con lo de ¿estás hablando conmigo? Le dije que tenía que hablar delante del espejo y vino con esa idea. Si quiere intentar algo, le digo que simplemente lo haga. No me lo cuentes, hazlo». 

Aunque reconoció que esta forma de entenderse con los actores no siempre es así con todos, pero sí destacó a Leonardo DiCaprio, «que me ha dado una nueva energía. Al parecer era un gran admirador de mis películas y he tenido la suerte de tener su colaboración a lo largo de los años». 

Una de las preguntas del público planteaba si en la técnica del montaje está todo inventado y Scorsese, rápidamente, contestó que «solo estamos en el principio, se puede ir mucho más allá» con las nuevas tecnologías. También reconoció que ha habido proyectos, como Gangs of New York, que le han dejado exhausto. «Hay películas que siguen estando dentro de ti porque realmente no han terminado y, por eso, me alegré de que me llegara el guión de El aviador, como una limpieza». En definitiva, Scorsese se mostró cercano y disfrutó tanto como los asistentes de una charla en la que abogó por «hacer todo lo que esté en nuestras manos para mantener las películas para las generaciones venideras» y en la que agradeció haber sido reconocido con el Premio Princesa de Asturias. «Es un gran honor encontrarme dentro de la lista de los premiados a lo largo de los años. Es bastante asombroso y una especie de sueño».