El escritor habanero, que debuta como jurado del mismo Premio Princesa de las Letras que ganó en 2015, aboga por «modificaciones estructurales, sobre todo en el terreno de la economía» en la era de Díaz-Canel
24 may 2018 . Actualizado a las 07:56 h.Confiesa Leonardo Padura, seguramente bajo los efectos del duelo por su admirado Philip Roth, que no tendría inconveniente en seguir su ejemplo y anunciar su retirada cuando sintiese que ya no hay nada que decir, nada que escribir. No hay por que dudarlo, pero felizmente eso no tiene trazas de suceder a corto plazo. La forma en la que el escritor cubano -y par de Roth en el exclusivo olimpo del Premio Príncipe/Princesa de Asturias de las Letras- se explaya y argumenta ante cada pregunta de las que se le hacen en los repentes del hotel de la Reconquista siguen delatando a alguien con una imparable pulsión narrativa.
Padura debutaba ayer como jurado del mismo premio que él recibió en 2015 forzado a hablar (inevitablemente) de Cuba y sus presuntos cambios políticos, pero también (un poco) de literatura. La transparencia del tiempo, la última novela de su ya longevo detective Mario Conde, huele aún a tinta fresca y ya está «pensando» en otra novela en la que de nuevo -como en esta última, como en Herejes, como en El hombre que amaba a los perros- el relato de su espacio vital y su tiempo adquiere se ahonda con el recurso a otros espacios geográficos y otros tiempos. Si en Herejes eran los judíos y algunas de las derivaciones de su diáspora, ahora la diáspora será la cubana.
Diáspora cubana
«La diáspora cubana es una constante en la historia de Cuba. Yo ya escribí una novela que pubiqué hace ya 18 años, La novela de mi vida, donde hablo del primer exiliado cubano, el poeta José María Heredia, un romántico del principios del XIX. En mi propia vida la diáspora ha tenido un peso muy importante: un gran porciento de mi familia vive fuera de Cuba, mi hermano pequeño vive fuera de Cuba, muchos de mis amigos también… Es decir, que no voy a hablar de un tema literario, voy a hablar de un tema visceral», anticipa Padura. Su intención no es reflerjar «la diáspora histórica»: «Aunque pueda parecer un sinsentido, quiero hablar de la diáspora contemporánea, la de después de la Revolución: la diáspora de mi generación y de los hijos de mi generación».
La historia «empezará a principios de los años 90 y se moverá por distintos escenarios». «Es que hay cubanos hasta en Groenlandia. Me lo dijo el embajador en Suecia: hay dos cubanos allí», relata el escritor, que no se irá, sin embargo, a parajes tan lejanos sino «a los centros donde los cubanos han tratado de encontrar una manera de seguir dentro de Cuba viviendo fuera de Cuba o de alejarse de Cuba definitivamente». Estados Unidos, España, Argentina, Puerto Rico serán algunos de esos lugares, «escenarios de los que yo mejor conozco porque ya de por sí esta novela implica una investigación de muchas características de esta migración, pero a partir de un conocimiento concreto que tengo de estos conocimientos migratorios».
¿Cambios en Cuba?
Pero Cuba siempre al fondo. Se ciña más a la pureza del relato policíaco o ensanche sus límites hacia la novela de corte histórico o social, Padura permanece arraigado a su suelo, haciendo una crónica más o menos directa de los últimos treinta años en la isla, de sus inercias y de sus cambios. ¿Lo ha supuesto, de alguna manera, sustancialmente el relevo en la presidencia del país, con la llegada de Díaz-Canel y la salida de Raúl Castro? «Ha habido cambios en la figura de gobierno, pero no en la política de gobierno. El sistema socioeconómico cubano, con el nuevo presidente, aboga por una continuidad. Eso es lo que tenemos. Yo aspiraría a que hubiera toda una serie de modificaciones estructurales, sobre todo en el terreno de la economía, que influyeran de una manera más o menos rápida en la sociedad», comenta el escritor, que recuerda que cualquier cosa que acontezca en Cuba viene de un ciclo histórico mucho más prolongado… y coincidente más o menos con su tiempo como cronista de la isla.
«Ten en cuenta que en Cuba hace treinta años que estamos viviendo un periodo de crisis. Ese periodo ha significado muchos deterioros. Tú puedes reconstruir un edificio, puedes reparar una carretera y que no tenga baches; puedes hacer que determinada producción tenga eficiencia, pero los daños que se producen a nivel espiritual, a nivel ético, son daños mucho más difíciles de recuperar», explica el escritor, resumiendo el escenario del grueso de su obra. Y detalla algo más: «Creo que las estrategias de supervivencia que han tenido que aplicar las personas durante tantos años han ido creando un lastre en la manera de comportarse de los cubanos. El propio gobierno, el propio Raúl Castro reconoció hace ya siete u ocho años que el salario que paga el Estado a los empleados es insuficiente para vivir; y estamos hablando del empleador del 90 por ciento de la fuerza laboral cubana… Hace un año se detectaron problemas en las pequeñas empresas y cooperativas de trabajadores por cuenta propia, se dijo que se iba a revisar el funcionamiento de estas instituciones, ha pasado casi un año y esa revisión no se ha hecho».
Y ahí, para Padura, viene la gran pregunta, la que ya no es fácil admitir cuando tampoco se admite que los logros definitivos de la Revolución llegarán, aunque sea tarde o para otras generaiones, la que se hacen muchos de sus personajes: «Es entonces cuando uno piensa; ¿tenemos todo el tiempo del mundo o se nos va agotando el tiempo?» Está clara cuál es su respuesta a esa pregunta. El marasmo puede necesitar incluso algo traumático, catártico a escala colosal para ser roto, le parece al escritor: «Creo que el presidente Díaz-Canel tiene un reto muy grande, y además ha empezado su gestión presidencial con una desgracia que ha conmovido al país, la caída de este avión. Las razones técnicas o materiales que provocaron este accidente todavía no se conocen, es muy pronto, pero ha sido una conmoción realmente. Y pienso que esa conmoción puede tener resultados para bien o para mal. La gente necesita una mayor esperanza, no solamente la que se anuncia en los noticieros de televisión y en los periódicos cubanos sino una mucho más amplia, más abierta, más concreta, que tiene que ver con su vida cotidiana».
Credo literario
En esa tesitura, y atento a lo que cambie o deje de cambiar, Leonardo Padura seguirá escribiendo. Lo hará alejándose las etiquetas y también de los pequeños angulares, los costumbrismos o los localismos. «Yo no soy un novelista histórico, un novelista policiaco, un novelista político o social. Yo soy un novelista que trata de ser un testigo, y tener la posibilidad de la palabra me da una responsabilidad que es mucho mayor en un país como Cuba», advierte. Y lo hará también ateniéndose a una concepción del trabajo del literato a la que se acoge desde siempre: «Tengo un credo en literatura. Ese credo me lo regaló Alejo Carpentier, que lo había tomado de Miguel de Unamuno dijo: "Hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local, y en lo circunscrito y lo limitado, lo eterno"». Para el creador de Mario Conde «no hay mejor definición de lo que debe ser el trabajo de un escritor».
«Es lo que trato de hacer. A veces Cuba me queda chiquita para tener esta pretensión universal, y me voy a la Holanda de Rembrant o al México donde es asesinado Trotsky o, en esta novela, a la Alta Garrocha catalana donde hay una virgen negra y termino con los templarios en San Juan de Acre, pero siempre tratando de entender en qué mundo estoy viviendo, en lo local y en lo universal, y todas las alternativas, todas las informaciones, todas las miradas posibles desde dentro y desde fuera de la realidad cubana me pueden ser útiles para ese empeño», concluye.