Alma Guillermoprieto defiende la necesidad de «seguir contando, porque siempre sirve de algo aunque uno no se entere, para dejar constancia de nuestro tiempo y por joder»
03 may 2018 . Actualizado a las 22:54 h.Como el pasado año, el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades ha obligado a sacar a alguien de su sueño a deshoras en algún lugar de América Latina. Hace doce meses fue en Rosario, Argentina, donde el fallo les llegó a los integrantes de Les Luthiers; hoy, en Bogotá, donde la periodista mexicana Alma Guillermoprieto ha amanecido con la noticia de su designación como la tercera mujer que recibe el galardón después de María Zambrano y Annie Leibowitz. La reportera está en uno de los países que más ama de su ya muy amado continente, haciendo lo que viene haciendo en las últimas cuatro décadas: ser testigo y ponerlo por escrito con una equilibrada mezcla de curiosidad, compromiso, rigor y fuerza narrativa.
-Imposible dejar de relacionar su premio y la fecha en que se le ha concedido: el Día Mundial de la Libertad de Prensa. ¿Empieza con una reflexión al respecto?
-Claro. Lo primero es decir que soy muy consciente de que me están dando un premio a mí, pero también al oficio; al hecho de que el oficio de periodista sigue siendo vital, nos protege a todos. El ejercicio del periodismo es indispensable para la democracia, y además necesita la protección de todos. Por eso, además, me alegra muchísimo que haya sido en el día de la Libertad de Prensa y aparte me da fe en el futuro de nuestro oficio.
-Un futuro que la propia profesión ve con inquietud. Aunque sea local, seguramente es universalizable la encuesta que hoy mostraba que los periodistas asturianos ven su futuro, en mas de un 80%, con «pesimismo o moderado pesimismo»...
-Yo creo que lo de «moderado pesimismo» está bien porque deja también lugar para un moderado optimismo. Una cosa tan indispensable como el periodismo no va desaparecer porque las sociedades lo necesitan. Pero lo que necesitan también es inventar la forma de que la reportería sea rentable; porque es la reporteria la que sufre, la que cuesta y la que actualmente no se financia. Pienso entonces que sí, que vamos a sobrevivir, que les toca a los jóvenes y pienso que es es un momento de reflexión importante para los usuarios de Facebook, Twitter y esas cosas cuyos nombres no me acabo de saber porque yo no las utilizo.
-¿En serio...?
-¡En serio! Me puedo dar ese lujo. Pero creo que estamos en un momento en el que el público empieza a rebelarse ante esas noticias que no son noticias, que son chismes, y esos chismes que no son verdad, y en verdad se empieza a sentir la necesidad de una información más profunda, más seria, más reflexionada. Siento de verdad que eso está ocurriendo, y es lo que me permite ese moderado optimismo del que te hablaba.
-Los atributos de la forma de periodismo de la que me habla -presencia física, tiempo, investigación, cuidado en el relato…
-...compromiso...
-También compromiso, ¿pueden resistir en un ecosistema tan agresivo como el de la comunicación digital?
-Es complicado. Pero también es cierto que el internet puede tener un periodismo de altísima calidad, y de hecho uno encuentra ese periodismo de altísima calidad y largo aliento en internet. Lo que le ha faltado es suficiente público quizás. Pero ese hartazgo de lo que no es noticia lleva a la gente a desear algo más profundo y a estar más en el mundo. Lo que permite Twitter muchas veces es lo contrario: escaparse de la realidad, porque evidentemente se puede mentir.
-O sobresaturarse de realidad.
-O aturdirse de tonterías también, sí.
-Sin embargo, hay también posibilidades que solo internet permite, como una experiencia que usted considera muy enriquecedora, la de 72migrantes.
-Es verdad. El internet me ha premitido cuando lo he usado una flexibilidad inmensa, una rapidez total, obviamente, y una manera de buscar la creatividad que no es la aquella a la que uno está acostumbrado. En el caso de 72Migrantes, que fue un proyecto de colaboración entre más de cien personas, en primer lugar, nos permitió juntarnos para gritar una protesta por el trato inhumano que se les da a los migrantes. Fue una experiencia muy enriquecedora para todos los que participamos y que, sí, fue posible gracias a internet.
-Una paisana suya, la fotógrafa Graciela Iturbide, me decía hace un año: «Sin asombro, yo no soy fotógrafa». ¿Se aplica la sentencia?
-Ah, mira, yo digo que cuando uno deja de sorprenderse, de asombrarse, de tener esa hambre que es la curiosidad, ahí uno ya no tiene que seguir en el oficio. No: sin hambre, no. Es hora de ponerse a tejer o a cualquier otra cosa. Este oficio es un regalo de mundo, y yo vivo agradecida con el enorme regalo que ha sido para mí permitirme ejercer la curiosidad.
-Ese mundo, en su caso, ha sido un continente en un extremadamente convulso. Empezó en la Nicaragua insurrecta contra Somoza. La misma donde hoy parece repetirse la misma represión casi como en un ciclo trágico...
-Los Cien años de soledad de Gabriel García Márquez está patentes en Nicaragua. Son cuarenta años que yo llevo en un oficio que inicié allí, y hoy me acaba mandar una felicitación el periodista Carlos Fernando Chamorro, el hijo de Pedro Joaquín Chamorro, por cuyo asesinato se inició todo el proceso anti-Somoza, pidiéndome también que vayamos los periodistas, porque tenemos que ser testigos de esta nueva insurrección, de este nuevo movimiento de jóvenes y de la situación tan dolorosa que vive Nicaragua.
-¿Se atreve con un titular de emergencia para todo eso que ha visto en América Latina durante todos estos años?
-(Ríe) ¿Cuarenta años en un titular? ¿Cuántos tienes tú ahora? Mira, hay gente que no había nacido cuando empecé y que ya va siendo vieja. ¿Qué he visto en estos cuarenta años? He visto la vitalidad inagotable de América Latina y he visto también la irresponsabilidad de todos los que han tenido la posibilidad de ejercer el poder: la insuficiencia, el no estar a la altura de la mayoría inmensa de nuestros gobernantes y de los poderosos.
-Vitalidad y frustración.
-Las dos cosas. Vitalidad inagotable y frustración repetida.
-Una periodista que tiende puentes entre el Sur y el Norte de América, ¿qué quiere o qué debe contar en plena Era Trump?
-Lo que yo he tratado de contar: la humanidad, la personalidad de América Latina. He tratado de retratar como si fueran fotos los diferentes momentos de las personas que viven y sufren, pero que también bailan en este continente.
-A menudo ante oídos que se cierran y ojos que no quieren ver.
-En una cierta cantidad de gobiernos, lamentablemente, ha sido así. Lo que caracteriza a sus gobernantes es eso: la sordera y la ceguera.
-La misma pregunta en otro contexto. O quizá, sin más, la misma pregunta. ¿Qué quiere o qué debe contar una periodista como usted en la Era de la Posverdad?
-Yo creo que siempre toca contar la vida pequeña, la vida de la gente. Siempre toca contar los desafíos, y siempre toca contar, aunque sea lo más difícil, la vida de los poderosos, porque los poderosos viven encerrados tras sus altos muros y nosotros tenemos que aprender a escalarlos y contar la verdad.
-En cierta ocasión tuvo que desencantar a uno de sus entrevistados para un reportaje. Él estaba convencido de que publicarlo serviría para mejorar su situación. Usted le dijo que no es verdad que vaya a salir algo bueno de publicar un artículo. ¿Lo sigue pensando? ¿Por qué ser testigo, entonces, por que seguir contando?
-Finalmente, porque siempre sirve de algo aunque uno no se entere en el momento. Porque tenemos que dejar constancia de nuestro tiempo. Y, como dije el año pasado en España, por joder.
-¿Sigue teniendo su jardín?
-Sí, sin un jardín yo no vivo. Lo que me recompensa de ver tantas cosas infames es verlo reverdecer cada año.
-¿Y no ha tenido la tentación de hacer aquello que aconsejaba Voltaire: olvidarse de los males del mundo y retirarse a cuidar su jardín?
-Cuando ya no me queden piernas y cuando no tenga curiosidad, sí, eso haré.