La obra «El rector», escrita por el expresidente Pedro de Silva, se representa por primera vez en el Teatro Campoamor de Oviedo
27 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.El rector Leopoldo Alas Argüelles fue durante la malhadada guerra de España el Federico García Lorca asturiano. Fusilado el 20 de febrero de 1937 en la Cárcel Modelo de Oviedo, aquella muerte absurda contra la que clamaron incluso alumnos y compañeros derechistas y católicos de la Universidad de Oviedo, esa manifestación primera del sadismo y de la barbarie franquistas en toda su crudeza, sigue lacerando hoy la memoria cívica de esta región que tuvo en Alas uno de sus hijos más aventajados. La ochentena de años transcurridos desde su asesinato sirvió el año pasado para rescatar su figura del cierto olvido en que está injustamente sumida con, entre otras cosas, la publicación por Ediciones Trea de una voluminosa recopilación de artículos periodísticos y pequeños ensayos que dan cuenta de la hondura y variedad de las preocupaciones intelectuales del rector. Y ahora, la primera representación teatral de una obra escrita por Pedro de Silva en 2014, titulada «El rector» y que aborda la detención, el juicio y el fusilamiento de Alas viene a reivindicar de nuevo la memoria del hijo de Clarín, que fue mucho más que eso.
Para escribir esta obra de la que en 2014, en un acto de presentación en la biblioteca de la Universidad, decía que se ocupaba de «un asesinato con disfraz legal» y del «atractivo irresistible de la muerte inexplicable», De Silva se sirvió del sumario del juicio, que es, explica hoy, «un sumario bien instruido. Con un desenlace cantado, posiblemente, pero el sumario está bien instruido». De alguna manera, dice, le ofrecía ya «el camino de una pieza dramática, porque es casi un libreto».
Sobre esa base, De Silva construye un drama en siete actos en el que también hace aparición el personaje de Franco, por quien De Silva siempre ha sentido gran interés. Lo tiene, en particular, por su «espíritu homicida» y por «un hombre que aprendió muy pronto la enorme eficacia que tiene saber administrar la muerte» y que imbuyó de ese espíritu homicida a todo el régimen que construyó. A juicio del autor, el franquismo fue evolucionando con los años e incluso hay en él «cosas que no podríamos considerar negativas», como «un embrión de Estado del bienestar en España», pero «lo que sí caracteriza al franquismo desde el principio hasta el final es esa dimensión homicida, que no es exactamente sanguinaria, porque no es un mero gusto por la sangre, sino que es la simple constatación de la eficacia de la muerte como redención o expiación de los males de un pueblo». Sobre ello se reflexiona en una obra que está escrita en su mayor parte en registro trágico, pero que cuando habla de Franco lo hace en registro paródico y como «una especie de entremés».
Jamás olvidar
Oviedo funge también como una suerte de personaje colectivo en la obra. Mucho se ha teorizado sobre si aquella ciudad que Clarín satirizó sin la menor piedad en La Regenta se vengó del padre en la memoria del hijo, y De Silva no tiene respuestas al respecto, pero sí la convicción de que «en el asesinato del rector Alas, Oviedo pone el coro»; de que, de un modo u otro, aquél no fue un asesinato desgajable del entorno social en que se produjo. Para mal y también para bien, porque también hubo en aquella ciudad quien se jugó el tipo por el rector. Explica De Silva que «cuando uno lee el sumario se da cuenta enseguida de que hay dos tiempos en la muerte del rector». Hay, dice, «un tiempo que dura hasta que entran las tropas de Franco tras abrir el pasillo gallego y en el que todo es dudoso y parece que no van a matar a Alas, en parte porque no se sabe si Oviedo va a terminar cayendo y nadie quiere implicarse demasiado en la represión; y en el que las declaraciones de los testigos, entre los que hay incluso estudiantes de la CEDA, son básicamente favorables a Leopoldo Alas». La cosa cambia, explica el autor, «cuando entra en escena la justicia militar de Franco, que basándose en ese espíritu homicida dice que esto no es un juego y que el rector debe morir». Pero aun entonces, recuerda De Silva, «hay roles tan interesantes en esta historia como el del magistral Benjamín Ortiz, que había ido a las clases de Alas y fue quien más se la jugó defendiéndolo. Dijo: «No he encontrado en las explicaciones del señor Alas extremismos de carácter político ni social» y llegó a decir de él que era un «auténtico caballero». Y después del fusilamiento nunca se cansó de decir que habían matado a un santo, y llegaron a amenazarle «con echarle de la Universidad si seguía diciéndolo».
La obra es también un ejercicio de memoria histórica o al menos de una preocupación ética hacia el pasado de España. A juicio de De Silva, «todas esas monsergas sobre que hay que olvidarse de la guerra civil, aparte de ser intelectualmente estúpidas, están condenadas al fracaso». Opina el también expresidente socialista del Principado que «la guerra es un hecho tan importante en la historia de España, diría que en la de Europa, diría que en la del mundo, porque tuvo tanta o más repercusión en los años treinta que la guerra de Vietnam en los sesenta y setenta, que no puede olvidarse nunca, y va a seguir marcando al pueblo español durante siglos». Olvidarse de la guerra civil, dice, «puede plantearse como terapia, aunque yo no sé qué terapia es ésa»; y De Silva manifiesta su convicción de que «la historia de una nación tiene que estar presente en todos sus habitantes tanto como la historia propia de cada uno». En lo que respecta al rector, De Silva lamenta que «Alas sigue sin ser tan conocido como debería», desconocimiento que achaca a que Alas «es un personaje que, en primer lugar, está oscurecido por la sombra de su padre, que era nada menos que Clarín, pero que también está oscurecido por su trágica muerte; que está abducido de algún modo por el episodio de su propia muerte».
La obra, dirigida por Etelvino Vázquez, se representará en el Campoamor los días 28 y 29 de abril.