«Arte y mito», la extraordinaria exposición de fondos de tema mitológico del Prado en el Bellas Artes, descubre la raíz de la mayor parte de los temas que siguen cautivándonos en sagas cinematográficas, televisivas, cómics o videojuegos
18 mar 2018 . Actualizado a las 10:45 h.Esta serie tiene conflictos familiares, luchas por el poder, pasiones ilícitas, incestos y amores trágicos, desnudos y erotismo a manos llenas, raptos y violaciones, héroes y superpoderes, monstruos y mutantes, violentas venganzas, castigos ejemplares, atroces muertes gore, batallas épicas, catástrofes masivas... Toneladas de personajes. Un bosque inagotable de tramas y subtramas a cual más seductora, a cual más bestia. Precuelas, secuelas, spin-offs, remakes, reboots, cliffhangers, crossovers, giros del guión y nuevas versiones suficientes como para mantener el interés de la audiencia durante casi treinta siglos. Como así, en efecto, ha sucedido. No hay saga cinematográfica, serie televisiva, universo de cómic o franquicia de videojuegos que llegue hoy tan lejos ni asegure tanta persistencia como la mitología clásica griega y sus remakes latinos. Más bien al contrario: todas esas manifestaciones de la cultura popular de masas que hoy nos hacen perder la cabeza y nos mantienen en estado de perpetua ansiedad mientras llega la siguiente entrega o la próxima temporada beben sin vergüenza y casi sin excepción de alguno de los infinitos materiales que vienen de la infancia de la humanidad arrastrados por ese río de relatos que nunca ha dejado de regar la imaginación de Occidente. Y la parte esencial de esa historia sin final está estos días en el Museo de Bellas Artes de Asturias demostrando que, en el fondo, como ya sabía el propio Hesiodo, la Edad de Oro de los relatos hace tiempo que pasó. Que todo está ya contado.
Como dejó bien claro en su deliciosa visita comentada el comisario de Arte y Mito, Fernando Pérez Suescun, las cincuenta obras del Museo del Prado que permanecerán en Oviedo hasta el 17 de junio son todo un compendio del legado grecolatino que, a través de la mitología, sigue obrando en nuestras cabezas desde Homero, y aun antes, aunque a veces lo olvidemos. El recorrido por la exposición muestra de qué modo esa influencia ha ido tomando distintas formas en la antigüedad romana, el Renacimiento, el Barroco o los albores del Neoclasicismo, e invita a hacer un extraordinario «en episodios anteriores de...» con los fondos de la pinacoteca nacional. Estas son algunas de sus escalas.
Los autores
Si es que existió, Homero -que recibe al visitante en forma de busto- fue más bien una especie de Tolkien o de George R. R. Martin que junto al otro gran refundidor de los mitos, Hesíodo, dio forma y fijó materiales que venían ya de muy lejos: las tradiciones orales que después de ellos seguirían transmitiendo la Iliada o la Odisea y el resto de los ciclos míticos, que luego se aposentaron en la literatura griega y romana. Desde ahí, hasta autores contemporáneos como Roberto Calasso, que al final de sus Bodas de Cadmo y Harmonía habla de cómo el «silencio que no calla» de la escritura haría que «con el alfabeto, los griegos aprendieran a vivir los dioses en el silencio de la mente». En realidad, el autor de esta obra magna de la narrativa popular y culta es colectivo. Es una obra interactiva. Sigue siéndolo.
El reparto
Es descomunal, pero fundamentalmente se divide entre dioses olímpicos, hombres mortales y seres y héroes fabulosos. Aunque, como en las mejores ficciones contemporáneas, los roles cambian constantemente y no hay héroes puros ni villanos que no puedan dejar de serlo. La familia central de la gran saga son los dioses del Olimpo. Dallas, Dinastía o Falcon Crest quedan como jardines de infancia al lado de la capacidad de esta familia para la ambición, el enredo, los conflictos, las pasiones y las alianzas siempre cambiantes. Su poder es de dioses, pero sus pasiones son completamente humanas.
Los seres humanos son la contrapartida de los dioses. Fueron creados por ellos, como muestra este relieve romano en el que Atenea infunde vida poniendo una mariposa -símbolo de la psique- sobre el barro modelado por el titán Prometeo. Recibieron dones y favoritismos de los dioses, padecieron su lujuria, sus caprichos o su ira, los amaron y los profanaron y acabaron finalmente combatiendo hombro con hombro hasta que, como escribe el poeta Derek Walcott, Troya extinguió su última llama, los dioses se retiraron al Olimpo y llegó definitivamente el tiempo decadente de los hombres. Sí, más o menos como al final de El Señor de los Anillos.
Algunos de esos humanos no lo son completamente. Son seres semidivinos, hijos bastardos de los deslices o las trapacerías sexuales de los dioses. Verdaderos robaplanos con sus propios spin-offs, más populares incluso que sus progenitores. Es el caso de Jasón y los argonautas, de Perseo y sobre todo de Hércules, que acabó promocionando él mismo a la categoría divina en reconocimiento a sus hazañas. O del griego Aquiles, que él solo se ganó una Iliada en su honor y que sería capaz de acabar con Ser Gregor Clegane con un mondadientes y sin calzarse las grebas. Nuestros superhéroes les copian. Mucho.
Lo que Pérez Suescun llama espíritus libres en un apartado de la exposición es un enorme repertorio de secundarios fabulosos que a menudo se convierten en protagonistas: dioses o semidioses menores, ninfas y musas, faunos, ménades y otros seres más o menos híbridos que están entre los dos mundos y que están más cerca de la naturaleza o las potencias puras del espíritu que de los dioses o de los humanos, y que a veces son decisivos en las historias. Sí, como el Ariel o el Calibán de Shakespeare. O como Gollum.
Las tramas
Amor y odio. Deseo y guerra. Apetitos y conflictos. No hay mucho más detrás de cualquier historia que aspire a conmover y ser recordada. Y una que empieza con una cadena de incestos, parricidios, castraciones, canibalismo paternofilial y guerras intestinas entre tres generaciones de la misma familia, tiene ya mucho ganado. A partir de ahí solo puede mejorar, como en efecto lo hizo. Valgan dos personificaciones de esas dos fuerzas presentes en la exposición. El torturado Hades, dios del Infierno, señor del fuego y las herrerías y, en general, proveedor de armamento.
Pero mucho más que él, todo esto va en el fondo de este pequeño que aquí duerme y deja en paz al universo. Parece inofensivo. Y no. Es Eros o Amor, en un delicado mármol romano. Pero no solo es el dios del amor y del deseo. SI la flecha es de oro, así será; si la fecha es de plomo, está liada. Aunque, a decir verdad, esté liada en cualquiera de los dos casos.
Trailers (sin spoilers)
A partir de estas premisas la historia llega tan lejos como lo requiera la necesidad de representar, personificar y dar forma a todo tipo de fuerzas primordiales: las potencias de la naturaleza, las pasiones y las congojas humanas, los misterios del amor, de la creación, de la destrucción, los demonios interiores... Estos son los trailers (sin spoilers) de algunos de los episodios incluidos en la selección de El Prado para el Bellas Artes.
Por ti, hasta el Infierno. Orfeo, el dulce cantor de la lira, ama a Eurídice, y viceversa. Pero Eurídice muere, mordida por una serpiente. Tanto la ama Orfeo que desciende a los infiernos para intentar conmover a Hades y Perséfone y persuadirlos de que le devuelvan así a su amada. Contra todo pronóstico, lo consigue. Pero a los amantes se les pone una única condición que deberán cumplir a rajatabla...
Hombre-Lobo: los orígenes. Zeus (que en la iconografía de este cuadro se parece de un modo muy inquietante a Jesucristo, abriendo una extraña línea argumental en algún Evangelio apócrifo) se vale de sus superpoderes para transformar en hombre-lobo a Licaón, rey de Arcadia que le había invitado a comer en su palacio. ¿Qué puede haber puesto el Rey de menú para merecer semejante cabreo del Padre de los Dioses?
Los Primeros Mutantes. «Me lleva el ánimo a hablar de las formas mutadas en nuevos cuerpos». Así empieza Ovidio sus Metamorfosis, y con esas palabras inicia el primer gran catálogo de mutantes y uno de los mayores compendios de mitología. Por su poema, una de las grandes herencias literarias de la antigüedad, desfilan todo tipo de hombres y mujeres que, por lo general, de forma traumática, sufren sus transformaciones, aunque otras veces la mutación sea un don de los dioses. La del rey Licaón es la primera de muchas. Una de las más conocidas es la de Dafne, que acabó convertida en laurel para huir del acoso de Apolo, tal como muestra una de las estrellas de la exposición, restaurada para mostrar todo su brillo: el Apolo y Dafne, de Theodoor van Thulden, según un boceto de Rubens.
Black Mirror. Capítulo cero. ¿Por qué el bello Narciso está a punto de convertirse en la víctima del primer selfie del que se guarda memoria?
The Fast & The Furious: Faetón. El rápido es Faetón que pide prestado el carro a su padre, el Sol, que lo tiene algo malcriado. El furioso, Zeus, que decide intervenir rayo en mano para retirarle radicalmente los puntos de conducción al imprudente chaval, momento que muestra el espectacular cuadro de Jan Carel van Eyck que lucía en la Torre de la Parada, el palacio-pabellón de caza de las afueras de Madrid. ¿Qué habrá organizado el casquivano Faetón al perder el control las bridas que gobiernan los caballos del Sol?
Troya: season finale. El incendio de Troya, el espectacular cuadro de Francisco Collantes que cierra Arte y mito, anticipa también un nuevo ciclo en su esquina inferior derecha. Por ahí escapa de la escena de conquista y saqueo de la ciudad de Priamo -y también del relato de la exposición- un pequeño grupito encabezado por Eneas, con su padre Anquises a las espaldas, rescatando también un saco donde viajan los dioses protectores de la desventurada ciudad troyana. ¿Dónde huyen? ¿Qué pasará después? Virgilio lo contará en hexámetros latinos en la próxima temporada: la Eneida. Pero eso ya es otra historia.