El Guggenheim exhibe en Bilbao instalaciones inéditas de la pionera del arte de la performance
16 mar 2018 . Actualizado a las 07:21 h.Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) es una de las pioneras de la performance, que ella define así: «El arte que combina el tiempo y el espacio con la presencia de un público que no es mero espectador, sino que, si lo desea, puede participar en la acción». Elementos que quedan especialmente patentes en Espacios entrelazados, la muestra que hasta el 10 de junio le dedica el Guggenheim de Bilbao. El museo ha reunido en una sala once instalaciones, nueve de ellas inéditas, que no se han planteado como una retrospectiva, según la propia creadora y la comisaria, Petra Joos, aunque sí configuran un recorrido por la dilatada trayectoria de Ferrer y contienen claves de su propuesta artística: sensorial y reflexiva, lúdica y efímera, que adquiere su significado pleno ante el visitante. «El movimiento del público define la obra», afirma Ferrer.
La propuesta se sustenta sobre la recreación de los espacios para abrir en ellos nuevas maneras de percibirlos por parte del espectador. El propio acceso a la sala anticipa intenciones: Entrada a una exposición es un túnel cubierto de plumas de marabú, blancas al principio, negras después, que acarician al visitante a su paso y fijan el tono lúdico -en su sentido más amplio- de la muestra. «Lo ideal es atravesarlo con los ojos cerrados y desnudos -comentó la artista- aunque esto último no sé si dejarán». Este tránsito se emparenta con el de la Alicia carrolliana y sitúa al espectador en un espacio donde leyes y normas de percepción se suspenden sutilmente. Lo recibe un amplio mapamundi sobre el que cuelgan tabletas con imágenes de bocas: al acercarse uno, se activan y se transforman en risas, grabadas por personas procedentes de aquellos países sobre los que se sitúan los aparatos. «En esta época dura, agria, de miseria y angustia, un momento de risa es muy sano», invita Ferrer. Contigua a la instalación, un «laboratorio» en cuyas paredes se han anotado citas de personas célebres -de Nietzsche a Chaplin-y anónimas sobre la risa emplaza al espectador a dejar escritas las suyas y grabar su propia carcajada en un micrófono, registros que se utilizarán en un «concierto de risas» en mayo.
Hilos y sillas
Pero en esta reapropiación del espacio hay dos materiales clave: los hilos y las sillas. Los primeros se entrelazan en formas geométricas de distintos colores que parecen mutar en función del punto de vista del observador. También se tejen sobre un mural de pinceladas sueltas y libres, proyectando la rigidez de su sombra como líneas dibujadas sobre la propia pared, en un curioso paralelismo con la cuadrícula sutil del traje que Ferrer vestía durante la presentación. Por su parte, las sillas se emparejan con los hilos o se erigen en torres de sí mismas. «Me gustan las sillas. Cuando ves una, ves la humanidad en ella», reflexiona la artista. Las del Guggenheim son, asegura, las «más baratas del mercado», en consonancia con una estética -«Trabajo pobre»- que adquiere su plenitud en el único «paisaje» de la muestra, formado por cables y otros restos de la industria eléctrica y electrónica. Una obra que remite a la infancia de Ferrer, cuando veía «montañas de desperdicios industriales ante las fábricas del País Vasco». Todos los materiales de Espacios entrelazados -«elementos utilitarios fuera de contexto que adquieren en la muestra un nuevo sentido temporal»-, a excepción de Las risas del mundo, volverán a utilizarse, como las sillas, para su cometido original, mientras que los vestigios eléctricos regresarán al chatarrero que los suministró.
«No soy profeta de nada. Sería, en todo caso, profetisa, que tampoco»
Esther Ferrer acumula un amplio archivo de dibujos y maquetas en los que concreta ideas que luego, con el tiempo, quizá lleguen a convertirse en instalaciones. Un tiempo que puede, como ella misma reconoció, prolongarse sin actividad pública. «Durante mucho tiempo nadie se ha interesado en mi obra, felizmente, lo que me ha permitido trabajar con tranquilidad», explica. El Guggenheim reconoció este jueves que la muestra era una deuda pendiente con la artista, pero ella responde contundente a la pregunta de si al fin se ve profeta en su tierra: «No quiero ser profeta de nada. Ya hay demasiados profetas, curas, vudús. Qué horror. En todo caso, sería profetisa, que tampoco quiero serlo».