El documentalista y programador de «Cinema Oh! Culto» Juan Sánchez habla sobre «Con la pata quebrada» el documental de Diego Galán que él y Paco Clavel presentarán en SACO4
14 mar 2018 . Actualizado a las 08:45 h.La idea de compartir películas olvidadas del cine español con más amigos de los que caben en el salón de la propia casa, pero sin perder el componente de cercanía y casi fiesta de una de esas proyecciones caseras, dio lugar hace unos años a Cinema Oh! Culto, una iniciativa del documentalista Juan Sánchez y de Paco Clavel que se ha convertido en fija en el local madrileño Siroco. Ese mismo espíritu se mueve el día 23 al marco de la cuarta Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo con el pase, a las 22,30 en el Filarmónica, de una sesión de Cinema Oh! Culto en el que sus dos impulsores presentarán un documental de Diego Galán en el que Sánchez tuvo un papel esencial: Con la pata quebrada, un sorprendente mosaico de imágenes cinematográficas que rastrean la visión de las mujeres en el cine español entre la República y los años de la Transición, y que tuvo su continuidad en la más reciente Manda huevos. La elección de la película para SACO4 tiene unas evidentes conexiones con el debate político y social más vivo en España en estos momentos (exceptuadas las pensiones). La película es un ejercicio de archivo, arqueologia cinematográfica, sociología y collage fílmico y, sobre todo, de amor incondicional por el cine español en la convicción de que todo el cine es historia del cine.
-¿Cómo se les ocurrió ponerse a ello?
-Diego Galán y yo ya habíamos colaborado en varias ocasiones, lo que nos había dado mucha complicidad. En determinado momento, vimos claro que la revolución de la mujer había sido una de las que más había avanzado en el siglo XX, el siglo también del cine, y el cine había estado siempre ahí. Nos pareció que hurgando en el cine español se podía contar la historia de ese cambio en España, en concreto en dos o tres momentos muy fuertes, de ruptura, a veces para mal y otras para bien. Me encanta en cine español. Me encanta en general el cine como arte, un arte que lo tiene todo; pero también como reflejo de las cosas, de una época o de una sociedad. Por eso me gusta mucho ver películas que quizá no son grandes películas, pero en las que encuentro muchos detalles que me gustan y me fascinan, desde la moda, la forma de hablar, la forma de relacionarse la gente, las parejas, los empleados con sus jefes…
-¿Cómo se desarrolló el trabajo? ¿Fue más de búsqueda de lo que ya conocían o de descubrimiento de lo que aún no conocían?
-Nos pusimos a ello y fuimos viendo películas. Algunas las teníamos ya en la cabeza de trabajos anteriores, recordábamos cositas, pero al tener un proyecto concreto se revisa casi todo y van surgiendo fragmentos que luego Diego ha sido el encargado de ordenar, elegir y comentar… Yo estuve ahí, aportando sugerencias. Es una labor ya más mecánica, más aburrida, ir a localizar los fragmentos que hemos elegido… Tanto Diego como yo tenemos un archivo de cine muy grande, y en concreto de cine español un archivo enorme,, así que lo vemos todo en casa y trabajamos así. Luego, si se elige el fragmento de tal película, hay que conseguirlo en la mejor calidad posible. Y ese es un trabajo más mecánico, pero hay que hacerlo. A veces también hay que decir que cuando el fragmento era más largo de lo que nos convenía, Diego hacía una labor de remontaje pidiendo disculpas a los directores, pero era necesario para contar una historia. En la película está ahí, intocable, pero en el documental había que aligerar el fragmento para que tuviera una presencia y contundencia que no tenía la misma contundencia necesariamente en la película. Eso ha sido una labor de Diego y del montador, Juan Barrero, una verdadera labor de chinos, un rompecabezas. Fue un trabajo apasionante, que nos dejó ganas, y de ahí vino Manda huevos, que es la versión masculina del tema, aunque sean películas muy diferentes. El hombre y la mujer en España en los últimos cien años han tenido caminos muy diferentes. Pero bueno, alguna conexión hay entre ellas.
-¿No hubo descubrimientos, entonces?
-Sí. Hay un periodo que yo no había estudiado muy a fondo y que me resultó fascinante, que es el de la República y todo lo que supuso para la sociedad española en general y en concreto para la mujer. Se le concedieron unos derechos que casi en ninguna parte del mundo se le concedían: voto, divorcio, incluso aborto en algunas zonas, poder trabajar sin poder permiso al marido o al padre, librándose de esa tutela que siempre había tenido y que después por desgracia volvió a tener… Imagino que las mujeres vivieron esa época con muchísima alegría, y eso lo transmiten muchas imágenes de esa época que hemos recogido en la película; fragmentos de películas poco conocidas y por ello seguramente más interesantes.
-No duró la alegría... Todo cambió a partir de 1936, y el cine también.
-Sí. El Gobierno de Franco decide devolver la mujer al hogar, sacarla de la fábrica, del trabajo…
-Vuelta a «la pata quebrada».
-Claro, otra vez la mujer en casa con la pata quebrada. Es un periodo duro que también se deja ver en el cine. Pero, aunque es verdad que en muchas películas se defiende eso, en los años 50 ya empiezan a aparecer directores en el cine español que ya van llamando la atención sobre el hecho de que hay una parte grande de las mujeres españolas que no están satisfechas en esa situación, que tienen otras aspiraciones. Si la mujer no se casaba era un despojo social, no pertenecía a nada, solo le quedaba la iglesia, como monja o como beata. Todo eso se va viendo en Calle Mayor, de Bardem, en La Tía Tula, que aún te pone los pelos de punta… Hubo también descubrimientos de esta época, a lo mejor no películas enteras, pero sí detalles que nos venían muy al caso. Eran cosas que nos venían bien, no necesariamente cosas importantes. Porque esto no es una historia del cine español, que tiene muchísimas películas muy importantes; estas lo eran para nosotros, para contar lo que estábamos contando.
-¿Por ejemplo?
-Una película titulada El batallón de las sombras. El título alude directamente a la mujer; es un película en su defensa. Pero habla de la mujer en el hogar, de la importancia de su trabajo en el hogar. No es una película que quiera sacar a la mujer de sus labores domésticas, pero sí que se le reconozca esa labor importantísima, tampoco demasiado valorada, como si se pasase el día limándose las uñas. Tiene un principio brutal, medio en broma medio en serio. O la película Surcos, por ejemplo, que tiene una parte rodada con marionetas que pone la carne de gallina, como otras peliculas, por la defensa que se hace de lo que ahora consideramos malos tratos a manos de su marido. A él se le reconoce absoluto derecho a hacer lo que quiera. Eso está en varias películas y pone muy incómoda a la gente cuando la ve porque está dicho de manera muuy cruda. Y si no era el marido, la violencia venía de otros lados. A los hombres, a la mínima se les va la mano y la mujer a veces incluso lo acepta. Hay otros momentos en los que se muestra que no, que la paciencia se acaba, como en Carne trémula de Almodóvar, en un momento muy bueno de Pepe Sancho con Ángela Molina. Nos interesaban fragmentos breves pero contundentes, como este lo es.
-Algo que duraría hasta la década de los 70 con un cambio ambiguo: más apertura, pero también el destape y una mirada muy concreta hacia las mujeres...
-Sí, en ese momento este país empieza a cambiar, y en ese momento el cambio es muy rápido. Evidentemente, estamos de acuerdo en que nunca se acaba de evolucionar y de que todo puede ir a mejor, pero también es innegable que hubo cambios muy importantes a partir de los años 70 y de la muerte del dictador, y la mujer pudo respirar un poco como había respirado en los años de la República. Eso se ve, como se ven cosas que a las mujeres ahora las ponen muy nerviosas y de muy mal humor. Es una época en la que la mujer fue más objeto sexual que nunca. Pero todo eso es muy complejo, porque todo el asunto del desnudo tenía su complejidad. De hecho, en España se hacía doble versión de las películas desde bastante tiempo atrás. Cuando las actrices decían lo del desnudo justificado y no sé qué cosas, ya llevaban algún tiempo haciéndolo algunas de ellas. Era aquella doble moral que imperaba: mantener las apariencias a costa de todo. Daba un poco de pena que una chica que a lo mejor había posado para una revista para el extranjero aparecía con un nombre diferente. No digo ningún nombre para no molestar a nadie, pero María Pérez podía convertirse en Joanna Smith. Pero era María Pérez, que había posado en el 74 para la revista tal o cual de Alemania. Algunas se hacían un poco de nuevas… Tiene una parte que también divierte la terrible doble moral de los vicios privados y las virtudes públicas. Todo eso se va viendo en el documental.
-Habla del cine como reflejo de esos cambios. ¿Y cómo agente de esos cambios? ¿Qué capacidad tiene para impulsa la lucha por la igualdad de las mujeres?
-Capacidad, toda. Lo que pasa es que la industria, desde su inicios y todavía, la forman mayoritariamente hombres: productores, directores, guionistas… Que las mujeres vayan metiéndose ahí es una labor lenta. En España, en los años 30 hubo una directora; en los 40-50, otra; luego dos, luego cuatro… Ahora hay muchas. Por supuesto, sigue sin estar equlibrado, pero ellas están luchando mucho y trabajando mucho. Yo he trabajado con mujeres como Chus Gutiérrez, una auténtica luchadora. Y luego, es muy importante que las mujeres hagan cine porque van a contar las cosas de otra manera. Un hombre puede hacer una película en la que se trate a la mujer de manera correcta y honesta, pero su punto de vista siempre va a ser diferente al de la mujer. Del mismo modo, también es importante cómo muestra la mujer a los hombres. Todo eso está pasando, pero lleva su tiempo. No sé si en la literatura, que es algo que la mujer puede hacer de forma más independiente, las cosas están cambiando más deprisa. Que te publiquen una novela puede ser más o menos difícil, pero no tanto como poner en marcha el proyecto de una película o una serie de televisión. Por eso a menudo las mujeres tienden también a ser más intimistas, a rodar películas que requieren menos aparato de producción, quizá porque les cuesta más conseguir inversores o se fían menos de ellas los productores, qué se yo. No soy productor, pero por lo que sé por ahí van los tiros aunque las cosas van cambiando. Las prisas de las afectadas yo la entiendo. Se trata sobre todo de no descansar, de estar siempre dando caña.
-Su trabajo tiene mucho que ver con la exhumación de un patrimonio oculto. ¿Cuánto ignoramos los españoles del cine español?
-Muchísimo. El cine español, salvo para unos cuantos locos como podemos ser Diego o yo o alguna otra gente que conozco que saca alguna revista para recordar que esas películas existen, tiene una historia en buena parte desconocida. Porque la historia del cine español la tienen que formar todas las películas del cine español; no puede hacerse una historia con las grandes películas y los grandes directores, que admiro y que me parecen maravillosos en diferentes épocas: Bardem, Saura, Vicente Aranda, Mario Camus… Pero el cine español es más. Es injusto olvidarlo, porque hay mucha gente que lucha por hacer una película, incluso una buena película aunque luego hagan una muy mala. Pero la mayoría tienen el propósito de hacer una buena y comercial. Me inspiran mucha ternura y curiosidad las películas que han sido fracasos o semifracasos, que se han quedado sin ser lo que sus directores soñaban que fueran. En ese campo hay infinidad de películas que la gente no conoce y que no tiene interés por conocer, salvo que le piques la curiosidad con algo, que es lo que intentamos hacer en «Cinema Oh! CUlto».