El catedrático Arturo Colorado desvela en el libro 'Arte, revancha y propaganda' que Franco consideró obsequiarlo al Führer junto a un Goya antes de decidirse por la neutralidad
07 mar 2018 . Actualizado a las 09:32 h.Los doce apóstoles de El Greco que hoy sobrecogen al visitante del Museo de Bellas Artes de Asturias y que la pinacoteca asturiana tiene por una de sus joyas mayores pudieron acabar en manos de Hitler. El gobierno de Franco consideró a principios de la década de los años 40, durante los primeros compases del régimen y de la Segunda Guerra Mundial, la posibilidad de hacer llegar de forma indirecta a manos de los nazis un colosal obsequio integrado por las doce piezas del Apostolado -entonces propiedad del marqués de San Feliz- junto con el Retrato de la Marquesa de Santa Cruz, de Goya. El regalo se envolvió en una rocambolesca operación de permuta, pero en realidad enmascaraba «el objetivo de dar satisfacción a los amigos nazis» en un clima político en el que, recién ganada la guerra civil y con el Reich al alza, aún persistía en un importante sector del franquismo «una clara tentación de intervención» del lado del Eje.
Al catedrático de la Universidad Complutense Arturo Colorado Castellary le caben «pocas dudas» de que así sucedieron las cosas, y de ese modo lo defiende en su recién aparecido estudio Arte, revancha y propaganda. La instrumentalización franquista del patrimonio durante la Segunda Guerra Mundial (Cátedra). Se trata de un concienzudo relato que, «lejos de leyendas y fábulas, del mucho cuento debido sobre todo a la propaganda franquista», documenta con rigor el modo en el que el régimen de Franco «instrumentalizó el patrimonio artístico español como una finca privada, a pleno capricho y sin ningún límite para satisfacer sus intereses propagandísticos, el castigo a los enemigos y el premio a los aliados, se tratase de cuadros de Velázquez, de El Greco o tapices de Goya». Y ello, asegura el profesor Colorado, hasta el punto de considerar operaciones como la que hubiera privado al Bellas Artes -y al patrimonio artístico español, por extensión- de uno de los tres espléndidos apostolados completos que se conservan de los pintados por Domenikos Theotocopoulos, junto a los de la Catedral de Toledo y el museo dedicado al cretense también en la capital toledana.
La contrapartida de la permuta urdida como «subterfugio de los germanófilos» -así se refiere Colorado al cuñado de Franco y ministro de Exteriores, Serrano Súñer; su adláter, Félix Vejarano, el marqués de Auñón- hubiera sido el llamado Patio de la Infanta, un conjunto de patio y portada de un palacio del siglo XVI adquiridos a principios del siglo XX por un anticuario judío francés, Fernand Schulz, y reubicados en su establecimiento del parisino Quai de Voltaire. Solo esos dos elementos, de gran riqueza arquitectónica e icongráfica, habían sobrevivdo del edificio original, construido en Zaragoza por el banquero de Carlos V Gabriel Zaporta y demolido en 1903 tras siglos de abandono; una desatención pública que contrasta con el repentino interés que el Patio en cuestión volvió a suscitar en plena guerra civil, cuando el alcalde zaragozano avisó al Gobierno rebelde de la inminente salida a subasta del conjunto. Schulz había intentado previamente venderlo por unos «tres millones de francos oro».
Siete millones de francos o 13 tesoros artísticos
Arturo Colorado enmarca ese interés en la fijación del franquismo por recuperar el patrimonio «robado» y trasladado a Francia por la República; pero no deja de sorprender que para recobrar lo que consideraba «un tesoro de arte tan genuinamente español» llegase a considerar de forma muy seria la pérdida de tesoros como la Marquesa de Santa Cruz y el Apostolado, supuestamente como alternativa al pago de 7 millones de francos que se habían conseguido arrebatar al exgobernador republicano del Banco de España y que se barajó dedicar a la compra del Patio. Se contaba además con la presión -no precisamente diplomática- que los nazis ocupantes de Francia podían ejercer sobre la propietaria judía del conjunto zaragozano para forzarla a desprenderse de su propiedad, algo a lo que no había accedido en negociaciones previas. Félix Vejarano no titubea en hablar de «alguna amenaza» hacia la heredera del «judío Schulz» para liberar el objeto de la permuta.
Esta idea llegó tan lejos como para que el Gobierno de Franco forzase a la familia Silva, propietaria del retrato goyesco entonces, la venta del cuadro. Y el Apostolado del marqués de San Feliz era la siguiente presa, según consta en una carta de marqués de Auñón a Serrano Súñer, que cita Arturo Colorado. «Los alemanes estarían dispuestos a poner el Patio de que se trata a disposición de España, sin desembolso alguno por parte nuestra, siempre y cuando la Administración española autorizase que Alemania pueda adquirir y luego exportar de España la colección de los apóstoles de El Greco, que está en Asturias y es de propiedad particular, y la Eutirpe de Goya, perteneciente a la familia Santa Cruz», escribió Auñón, supuestamente haciendo suya una alternativa propuesta por el reputado e influyente muralista José María Sert, uno de los principales agentes de la recuperación del patrimonio español disperso tras la guerra civil.
A Sert se le atribuye también en informes escritos del marqués de Auñón el muy dudoso dictamen de que la «Eutirpe» -musa de la música, con la que se identificaba la efigie de la marquesa sosteniendo una lira también supuestamente ornada con algo parecido a una cruz gamada- «no puede considerarse como una de las grandes obras de aquel maestro» y de que dejar escapar el Apostolado no suponía una pérdida «muy onerosa, ya que se trata de una serie (...) que poseemos por triplicado». Como suena.
Arturo Colorado está convencido de que en este caso la prioridad era poner ese patrimonio a disposición de un Adolf Hitler que conservaba su peculiar pasión por la pintura -no degenerada, claro está- y que estaba obsesionado con la idea de crear el mayor museo de Europa, el Führermuseum, con los expolios obtenidos durante la guerra en la localidad austriaca de Linz. Ahí se necesitaban maestros españoles, incluyendo un Goya como la Marquesa de Santa Cruz, aún suficientemente neoclásico como para no provocar el rechazo del Führer ante cualquier atisbo de modernidad.
Nada de ello, salvo la compra de la obra de Goya, llegó a cuajar. Los enredos e intrigas que envolvieron toda esta operación, la caída en desgracia de Serrano Súñer y de los germanófilos y, sobre todo, la estrella en declive del Reich en la guerra hicieron que el propio Franco, siempre calculador, reculase. Paradójicamente, la Marquesa de Santa Cruz acabó siendo fraudulentamente sacada de España y recuperada tras no pocas batallas diplomáticas y legales para ocupar su actual destino en el Museo del Prado. Por fortuna, el Apostolado asturiano no dejó de ser propiedad de Antonio Sarri y Oller, marqués de San Feliz, hasta su adquisición por Aceralia y la dación en pago al Estado que acabó quedándose en Asturias y evitando la pesadilla de un museo fantasma en Linz.