Así encajan las piezas de la donación Arango en el relato del Bellas Artes

J. C. Gea

CULTURA

La obra que hoy se presenta en el Palacio de Velarde y la ampliación ha sido seleccionada para cubrir huecos y abrir nuevas perspectivas en una historia de cinco siglos

25 ene 2018 . Actualizado a las 08:31 h.

Cada una de las 33 obras que, por fin, comparecerán hoy al mediodía como donación de Plácido Arango al Museo de Bellas Artes de Asturias encierra su propio valor, su propia historia. Pero, además, una pieza que se integra en la colección de un museo es precisamente eso: una pieza. Un fragmento más en un relato museístico distinto a cualquier otro. Y eso ha pesado especialmente a lo largo de la ardua y meticulosa selección de las pinturas y esculturas con las que el mecenas asturmexicano ha engrandecido los fondos del Bellas Artes. La muestra que hoy se presenta y permanecerá abierta hasta el 22 de julio ocupará la planta baja del Palacio de Velarde y el atrio y dos de las salas de la segunda planta de la ampliación del museo. Es un acomodo de bienvenida, un escenario para la recepción y el primer contacto. Algunas de ellas se quedarán tras la muestra; otras, volverán temporalmente a manos del coleccionista. Cuando, finalmente, de huéspedes pasen a ser definitivamente habitantes, cada una de las piezas ocupará su lugar preciso cubriendo huecos, reforzando presencias o abriendo nuevas perspectivas para encadenarse a una historia de cinco siglos que se cuenta en las salas. El público lo podrá comprobar a partir de mañana.

Devoción del siglo XV

Ese relato empieza en el siglo XV y con pintura religiosa. El mundo de la devoción gótica que se refleja en las piezas más antiguas del Bellas Artes añade un refuerzo excepcional que da réplica a la que ya es, de por sí, una de las piezas más notables del museo. El Retablo del Maestro de Palanquinos de la iglesia de Santa Marina de Mayorga de Campos que preside la Escalera Imperial del Palacio de Velarde ha encontrado un hermano -y en cierto modo, un rival- en el espléndido Retablo de la Flagelación de Leonor de Velasco que los especialistas han montado para la ocasión con precisión ingenieril en el patio de la Ampliación. Sus ocho tablas y sus 20 metros cuadrados de pintura -al margen de la predela esculpida, las polseras con ocho pinturas y la crestería gótica- son obra de un pintor del círculo del Maestro de la Visitación de Palencia y el Maestro de Oña, Fray Alonso de Zamora. Fueron ejecutadas hacia 1490 o 1494 y completan con rotundidad los fondos de pintura del gótico castellano del museo. También el Nacimiento de la Virgen, del círculo de Diego de la Cruz, perteneciente a la colección del conde de Adanero, que se relaciona con los modelos flamencos de la pintura burgalesa y, a través de esa referencia, con la presencia de esos modelos europeos en el Bellas Artes.

También el gótico aragonés del siglo XV se ve reforzado de modo sobresaliente con las tres tablas de Juan de la Abadía El Viejo sobre temas bíblicos: una Santa Ana Triple, San Miguel y Santa Engracia y un suntuoso San Pedro entronizado entre dos cardenales, procedente del retablo de la parroquia de Marcén, en Huesca.

Un XVI religioso y profano

Los temas religiosos siguen estando presentes en la aportación de la donación Arango a la pintura del siglo XVI español. El toledano Juan Correa de Vivar, de quien el museo ya posee una Virgen de una Anunciación, añade ahora un Camino del Calvario y una Crucifixión, dos tablas de madurez. Lo mismo sucede con el extremeño Luis de Morales, cuyo San Esteban en los fondos asturianos se hermana ahora con una Piedad posterior de profunda religiosidad. Pero destaca sobre todo un hueco cubierto: el del maestro valenciano Juan de Juanes, que entra a formar parte del XVI en el Bellas Artes con un espléndido San Agustín enmarcado en un contexto arquitectónico.

A estos personajes de la imaginería religiosa se unen otros dos históricos: sendos retratos de la realeza pintados por los vallisoletanos Juan Pantoja de la Cruz y Bartolomé González. A este último se atribuye, al menos, el exquisito retrato de La princesa Isabel de Borbón, futura reina de España que se agrega a la Anunciación de González ya en el museo. Su maestro, Pantoja de la Cruz, de cuyo círculo la pinacoteca alberga un Caballero santiaguista, pintó en 1607 uno de los cuadros que más cautivará, sin duda, a los visitantes de la exposición: el Retrato de Margarita de Austria mellizo del que guarda El Prado, en el que la retratada aparece envuelta en ricos ropajes y luciendo la famosa Perla Peregrina.

Otro género profano, el bodegón, suma dos nuevos cuadros a un apartado que en el Bellas Artes tiene como máxima referencia a los Meléndez Valdés asturianos. Uno de ellos es de Juan van der Hamen (Cesta de guisantes y cerezas con floreros), y el otro de Alejandro de Loarte (Bodegón con frutero de cerámica con granadas y otras frutas).

Reforzado esplendor para el XVII barroco

La pintura barroca, tanto de la escuela sevillana como muy especialmente la de la madrileña, es uno de los máximos valores en la colección del Bellas Artes asturiano. Murillo o Juan de Roelas brillan en un apartado que ahora amplía horizontes con dos obras muy distintas: un Zurbarán que contrasta con el impresionante Cristo muerto en la Cruz -que sin duda es una de las obras maestras de la pinacoteca- y un Valdés Leal cuyo nombre faltaba en su catálogo. El Zurbarán, lleno de un teatral atractivo, es de tema literario: un infante P. Bustos de Lara pensado para una de las series de tema legendario que pintó para el mercado americano. La danza de Salomé ante Herodes -uno de cuyos fragmentos ha sido elegido como imagen de la exposición- presenta lo que los expertos consideran como «una de las más seductoras mujeres jamás pintadas por el artista», envuelta en ondulantes ropajes rojos y enmarcada en un espectacular interior.

Desde el antecedente de El Greco hasta Maíno, Carducho, Arredondo, Fernández de la Vega, Cerezo y, sobre todo, el asturiano Carreño de Miranda, la escuela barroca madrileña brilla con esplendor propio en las salas del Bellas Artes; y lo hará más con la incorporación de una Asunción de la Virgen de José Antolínez y una Visión de Simón de Rojas de Claudio Coello que duplican la presencia de ambos en la colección a través -respectivamente- de una Inmaculada y un Tránsito de la Magdalena. También se amplía la escuela barroca valenciana -representada en Oviedo por un San Pedro de Ribera- con una sobrecogedora Visión mística de San Bernardo de Jerónimo Jacinto de Espinosa.

Completa el Siglo de Oro una aportación de un género inédito que fue especialidad del burgalés Francisco Gutiérrez Cabello, siguiendo una moda italiana: un Banquete de Ester de 1666 rescatado en el mercado londinense en el que una escena bíblica aparece encuadrada en un espectacular espacio arquitectónico de gran efectismo y complejidad compositiva, en la línea de otros sobre tema homérico del mismo autor.

Más romanticismo para el XIX

Del XIX el Bellas Artes está muy bien abastecido, y solo hay una aportación en el legado que añada contenido al siglo del realismo y el romanticismo. El gallego Genaro Pérez Villaamil, máximo exponente del paisajismo romántico en España, ya colgaba dos de sus obras en la Casa Oviedo-Portal: un Ábside de San Juan de Amandi y una Cueva de Covadonga que este año de centenarios cobra especial realce. La nueva aportación también tiene un fuerte componente local, puesto que se trata de Una procesión en la catedral de Oviedo que tiende lazos con el embemático edificio al otro lado de la plaza.

Más allá del XIX

Aunque nacieron en el XIX, Ignacio Zuloaga y José Gutiérrez Solana inscriben su obra en una sensibilidad que desborda ya el realismo decimonónico. Toda la planta 0 y parte de la primera del edificio de la Ampliación compendian, en otra de las zonas de particular esplendor del Bellas Artes, todas las corrientes que en ese momento derivaban del realismo, el impresionismo y el simbolismo hacia nuevas rutas, entre ellas el expresionismo. Buffalo, cantor de Montmartre, de Zuloaga, representa a un fascinante personaje de la bohemia parisina que desde esa sensibilidad forma familia con la Echadora de cartas del mismo artista o con los tipos marginales de otros pintores en el Bellas Artes, como la Gitana de Isidre Nonell. El cura de pueblo, de Solana -la cuarta obra del madrileño en el museo- emparenta a su vez con Los autómatas y su figura central, reiterada en Solana, y de modo más tangencial con la observación aguda, caústica y a veces descarnada de la realidad cotidiana en pintores locales como Valle.

En términos cronológicos, el grueso de la donación Arango acabará encontrando su alojamiento definitivo en la ampliación, junto al resto de la colección de arte del siglo XX. Son once obras que engranan con distintas épocas y tendencias de la centuria más renovadora y diversa en la historia de las artes plásticas. Esteban Vicente, ya en el Bellas Artes con su Dynamic Rythm-Bridgehampton, aporta una de las piezas de ejecución más reciente, un collage de 1983. La hipnótica abstracción de raíz geométrica de Pablo Palazuelo también tiene un par de representaciones en los fondos asturianos a los que se suma un Campo de Campos de 1987. Manuel Millares debuta con un Guerrillero muerto sobre arpillera de 1967 y otro de sus compañeros en la renovación de El Paso, Rafael Canogar (San Cristóbal), vigoriza la cuota informailsta del Bellas Artes, como lo hacen  un FIAC '76-Diptico de Josep Guinovart, y una gran obra de otro catalán, Antoni Tàpies: Ocre y gris de 1964. Ulls i bandes negres, de 1998, encuentra así un importante antecesor en el museo.

Fuera de la abstracción, pero plenamente en sintonía con una figuración atravesada de aires pop y crítica social, el valenciano Equipo Crónica -Rafael Solbes y Manolo Valdés)- refuerzan su presencia en el museo con El bosque maravilloso, pieza central de su serie La partida de billar, autonomía y responsabilidad de una práctica (1977), y otro nombre crucial en la figuración española del último medio siglo, Eduardo Arroyo, refuerza la pinacoteca con un Toda la ciudad habla de ello tan monumental como la pieza de Crónica. La radicalidad del Darío Villalba de La Espera (1979) suelda fotografía y pintura en la zona más fresca y reciente de la colección.

Finalmente, dos de los nombres más poderosos de la reciente escultura en España completan la atención hasta este lenguaje artístico. El imprescindible Juan Muñoz, con un Balcón con dos figuras que se convierte en una de las esculturas más singulares de la colección, y una pieza sin título de Cristina Iglesias que añade presencia escultórica a la de autores como los asturianos Rubio Camín y Amador en el último tramo de una historia que desde hoy suena más rica y completa.