El escritor coruñés presenta en Madrid su último libro, «Calmas de enero», en el que ahonda en el paso del tiempo
17 ene 2018 . Actualizado a las 07:23 h.César Antonio Molina fue definido ayer como un hombre culturalista, a lo que se añadió el dato de su edad, 66 años. Todo venía a cuento de que lo que se presentó ayer en Madrid, en la sede de Ámbito Cultural de El Corte Inglés, en la plaza del Callao, era su último libro de poesía: Calmas de enero (Tusquets). Son poemas que suman el tiempo, hablen en presente o en pasado, narren lo que pasó o que aventuren el futuro. Los 66 no los aparenta.
Y aunque se trató de técnica poética, incluida la de Molina, rápidamente, en el acto organizado por Ramón Pernas, escritor mariñano y director de Ámbito Cultural, se matizó que estos versos quieren hablar desde la libertad, aspiran a ser un relato en el que el transcurrir es la gran motivación literaria. El poemario -que un amigo del propio Molina definió como «chulesco»- está escrito desde la totalidad de la experiencia. El libro comienza con una dedicatoria que tiene como destinataria la madre de Molina, fallecida hace cuatro años, y a ella va dirigida esta música poética que constituyen los poemas de quien fue ministro de Cultura de uno de los Gobiernos de Zapatero.
Leer Calmas de enero es leer un libro de viajes con poemas que estructuran tanto la narración como el mensaje. Sumergirse en estas más de 160 páginas de sentimientos es recorrer ideas universales, que son las que van del amor a la muerte, que disparan a la vida o a la ausencia. A todo. La poesía como lo escrito, como la percepción. Lo inventado o lo leído. Y así lo discriminó Molina. Por eso, la mejor prueba del algodón poético fue la propia lectura que acometió el autor al final del encuentro literario. Cuando uno es joven ve la vida, pero cuando es viejo siente el tiempo, se vino a decir ayer como un activo con el que indefectiblemente habita quien también dirigió el Círculo de Bellas Artes, el Instituto Cervantes y la Casa del Lector.
Era un acto erudito volcado en las palabras, pero hay gestos que confirman evidencias, y el de César Antonio Molina no fue el de la aceptación de la caducidad sino la reivindicación vitalista que aflora en su actitud y que se refleja a la perfección en Calmas de enero. Así sucede en la alusión a viajes que incluyen el ámbito familiar, como puede ser con su hija Laura, y que van de Grecia a Galicia y que confirman esa intención del poemario de erigirse como ese mapa existencial que se dibuja por fuera con los sentimientos de dentro.
Pero hay una introspección destacada con pudor por el propio César Antonio Molina, y que es la del humanista que se sienta solo frente a su escritorio cargado de compromiso. Puede ser por eso que muchos encuentren en la letra referencias a otros estilos. Pero eso forma parte de la amplia formación de este intelectual coruñés que tendrá 66 años pero que en cuanto a su actitud cultural roza aún el entusiasmo juvenil. Para Molina, de hecho, ser poeta es la faceta clave de su vida. «Es lo que he sido antes, lo que soy y lo que seré», afirmó ayer como mejor manera de proclamar que no había más que hablar... Y sí leer Calmas de enero.