El empresario enriquece los fondos del Museo de Bellas Artes con 32 obras procedentes de su colección personal
03 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.En principio, la esencia de la actividad del coleccionista de arte clásico parece agotarse en la adquisición del objeto anhelado, el privado goce de la posesión, puede que también la exhibición del trofeo que comparte con otros por motivos que pueden ir de la generosidad a la demostración de prestigio o poderío; por lo general, temporal y con retorno. Más recientemente, ni siquiera eso. No hace falta ni el amor al arte. Basta con la demostración de poderío económico o la audacia inversora. Por eso llama siempre tanto la atención la noticia de una donación, del literal desprendimiento de eso que tanto se aprecia y que tanto vale para el genuino coleccionista de arte; sobremanera, desde el paradigma en curso, tan teñido de ultracapitalismo. Una donación de arte es en sí misma una noticia en sí misma. Su titular engorda el cuerpo cuando la donación es permanente y prácticamente incondicional. Y se convierte en portada a cinco columnas para todo un año cultural si se trata de un bosque de las maravillas como el que Plácido Arango confirmó que donaba a todos los asturianos alboreando el año.
En esas condiciones y a la vista de ese catálogo de obras maestras de cinco siglos de pintura y escultura cuya donación al Museo de Bellas Artes de Asturias formalizaba el empresario mexicano de padres asturianos, la noticia asciende ?no hay exageración? a cotas de acontecimiento histórico. Incluso sin haber acabado 2017 con la ocasión de descubrir vis a vis, como estaba previsto, los tesoros que Arango dona con derecho a usufructo vitalicio, es la noticia cultural sin rival de estos 12 meses en el Principado; aún más tras el anuncio a mitad de año de un incremento de la donación de las 29 obras iniciales, que finalmente serán 32, además de un importante fondo bibliográfico sobre arte.
El anuncio y sus posteriores añadidos completaban un discreto y muy conversado proceso en el que el donante no exigió contrapartidas y en el que además se mantuvo atento a los criterios de integración de las piezas donadas con el discurso del museo. La generosidad de Plácido Arango aportará un sustancial enriquecimiento del relato artístico del museo entre los años 1485 y 1992 con obras corresponde a 28 artistas de proyección internacional de ese medio milenio: Juan Correa de Vivar, Luis de Morales, Francisco de Zurbarán, Genaro Pérez Villaamil, Ignacio Zuloaga, José Gutiérrez Solana, Antoni Tàpies, Juan Muñoz o Cristina Iglesias, con la incorporación posterior de Juan de la Abadía.
Y sobre todas ellas el espléndido Retablo de la Flagelación de Leonor de Velasco que constituye la pieza estelar de la colección, no solo por su calidad intrínseca sino también por la escasez de retablos que se conserven con el grado de integridad que presenta esta joya de finales del siglo XV. No hay duda de que los motivos que llevaban a un mecenas de aquel tiempo a realizar el encargo de una monumental tabla como esta eran muy distintos a los de un filántropo o un protector de las artes de la actualidad, y no digamos ya de los del coleccionista. Pero sin duda Plácido Arango está más cerca de los afanes de Leonor de Velasco que de los del actual coleccionista-financiero o coleccionista-espectáculo. La devoción religiosa de aquella comitente es, en Arango, devoción hacia sus padres, cuyos nombres honra la donación, y hacia la tierra y los paisanos de sus padres. Su gesto será, por fortuna, noticia de nuevo en 2018, con la exposición de los tesoros que les ha regalado. Y después dejará de ser noticia para ser sin más patrimonio de todos ellos.