Como otras historias de pasión, la de Gay Mercader arranca con su fascinación por la música. Él era el fan que, cansado de no poder ver a sus grupos favoritos, resolvió él mismo organizar sus conciertos. Así empezó la carrera de quien ha traído a España a los Rolling Stones, Bob Dylan o Iggy Pop, y que ahora resume en un libro muy visual.
23 dic 2017 . Actualizado a las 09:11 h.Si hubiese que personificar en un solo nombre la contribución de la música rock en directo a la normalización de la vida cultural -y democrática- de la España contemporánea, pocos candidatos podrían presentar más credenciales que Gay Mercader. Basta con echarle un vistazo al libro, Tour Posters. 1971-2017, en el que acaba de reunir una selección de 550 carteles de los casi 3.500 que ha organizado, directa o indirectamente. El volumen, de 480 páginas y con prólogo de Diego A. Manrique, admite muchas lecturas. La primera, la evolución gráfica del arte de anunciar actuaciones. La segunda, ofrecer un canon del rock en el cambio de siglo. La tercera, retratar el paso de un país que apenas había visto roqueros más que en las carpetas de los discos o las fotografías de las revistas a su homologación con Europa: los conciertos y sus protagonistas, en el escenario y en el auditorio, no dejan de ser la historia colectiva de un tiempo y un lugar.
Tiempos difíciles, aquellos de 1971 en los que un Mercader criado y educado en París en una familia burguesa y cultura -su tío era el cineasta Vittorio De Sica- chocó con el páramo que era una España a la que todavía le faltaban cuatro años para que muriese Franco. «Tuve problemas con todo el mundo: con la censura, los sindicatos verticales, la policía...», enumera ahora Mercader. Su posición tampoco mejoró en la Transición, porque un amplio sector de la izquierda no veía con buenos ojos el rock: «Decían que era un introductor del imperialismo, no sé si del yanqui o del británico o de ambos. Mira, me has recordado algunas cosas de esa época que tenía olvidadas, porque había cosas que era mejor olvidar, pero me alegro de recuperarlas ahora».
Así que, entre la incomprensión general, los consejos bienintencionados de quienes decían que se iba a estrellar, Mercader cerró los oídos a todo lo que no fuese su intuición y la música que quería escuchar en vivo. El concierto de Black Sabbath, una de sus primeras tentativas, no pudo llegar a celebrarse. Pero no se lo tomó como un mal augurio. La intuición no solo fue su guía para acertar con los grupos, sino también para ir inventando un oficio que en España no existía. Incluso cuando empezó a traer a los grandes no se daba sacudido las críticas. Como, por ejemplo, con la visita de los Rolling Stones en 1976, un tiempo en que «estaban mal vistos: no solo aquí, claro, sino también en Inglaterra o Estados Unidos». Visto ahora, con perspectiva, aquella actuación suponía un espaldarazo a un país que, como Mercader, también inventaba sobre la marcha las nuevas reglas democráticas. Por el mismo motivo, no es casual que los Stones refrendasen el año pasado el proceso de apertura iniciado por Cuba. «El pasado 26 de septiembre estuve varias horas con Keith Richards en su camerino. Hablamos de esto, que se acordaba, fíjate, de que ese día en Madrid había luna llena», rememora el promotor. No es extraño que a la hora de elegir el músico, de los cientos que ha tratado, que más le ha impactado, señala al guitarrista sin dudarlo un instante. Por méritos artísticos y humanos: «Musicalmente está en un nivel máximo, pero luego como persona es increíble. Ni rastro de divismo».
Europeos
Superada la travesía del desierto, España se integró en Europa a todos los niveles. Y Mercader estaba ahí para suministrar una muy necesitada ración de música en directo. AC/DC, Ramones, The Cure, Bob Dylan, Iggy Pop, Queen... También fue mánager, entre otros, de Tequila y de Loquillo. En Galicia se involucró en los Xacobeos y el Concierto de los Mil Años. Pero ya mucho antes había pasado por aquí. «En 1979 organicé una actuación de Camel en Pontevedra. Se habían vendido poquísimas entradas y la cosa pintaba muy mal. Pero, de repente, apareció todo el mundo de golpe y tuvimos que bajar todos a atender la taquilla», recuerda.
Lo que era una pasión adolescente se había convertido, contra todo pronóstico, en una profesión. «Nadie podía vislumbrar que esto fuese un negocio. No se lo creía nadie. Todos pensaban que tenía fecha de caducidad. Pero yo me metí en esto como un fan, no por el dinero. Por eso traje lo que traje». Por eso mismo se arruinó varias veces -«de quedarme sin casa»- y siempre se volvió a levantar. Hasta que vendió su empresa a Live Nation, aunque sigue de cerca el panorama y el gusanillo no deja de tentarle. Muy lejos quedan 1971 y el franquismo. Han aparecido nuevos problemas, el IVA o la piratería, que Mercader critica, pero sin perder nunca la pasión inicial, la del fan.