El Guggenheim de Bilbao parte de las reflexiones de Chillida y Heidegger sobre el espacio para explorar los lenguajes diversos de la escultura actual
05 dic 2017 . Actualizado a las 08:02 h.En 1969, el escultor vasco Eduardo Chillida y el filósofo alemán Martin Heidegger firmaron una obra conjunta, El arte y el espacio. Su diálogo abordaba otra conversación, invisible: la que entablan los objetos con el entorno en que se sitúan. El libro de ambos creadores y los conceptos en los que indagaban son ahora el punto de partida de una muestra homónima con la que el Museo Guggenheim de Bilbao desarrolla una reflexión que podría resumirse en la exploración de los lenguajes de la escultura. El comisario, Manuel Cirauqui, ha reunido más de un centenar de piezas que precisamente en su disparidad componen un discurso global acerca de los modos de ocupar y establecerse, incluso ausentarse. El arte y el espacio congrega a pioneros del arte contemporáneo y creadores actuales para exponer una suerte de muestrario de la variedad de recursos empleados para relacionarse con el espacio, que en esta exposición se amplía al propio museo, como recordó su director, Juan Ignacio Vidarte.
La casilla de salida la ocupan, por tanto, los pliegos de papel sobre los que se concretó la colaboración entre Chillida y Heidegger. Se presentan aquí contextualizados con litografías del artista, así como los bloques de caliza inscritos por el pensador y que se emplearon en la impresión. Frente a ellos, un conjunto de otra figura clave de la escultura, Jorge Oteiza, además de otros pioneros como Lucio Fontana y Naum Gabo.
La exposición retrata también cómo la escultura se ha apropiado de casi cualquier material posible en su adueñamiento del espacio: metal, vidrio, madera, piedra, lienzo, gasas, lino, cinta de carrocero, plástico, metacrilato, neones... Cada artista se vale de la materia necesaria para convertir en visible esa invisibilidad que es el espacio, en ocasiones para subrayar su presencia, en otras para remarcar su ausencia o su paso inadvertido por los intersticios de los objetos. El arte y el espacio aborda también la proyección que el artista ha concebido del espacio, desde las dos dimensiones al desbordamiento del entorno. En el primer polo se podría situar el gran lienzo de James Rosenquist, Flamingo Capsule, o también el acrílico Sin título #767, de Prudencio Irazabal, que pone el brillo al servicio de la idea del artista: «No hay espacio sin luz», explicó ayer durante la presentación de la muestra.
Meteoritos sobre pedestales
En un plano vertical se mueve la composición de Alyson Shotz, Gravity Fold, que compone una retícula de hilos de lino para tratar de percibir el impacto de la gravedad y buscar los huecos que se abren en la propia materia de una escultura.
Otras piezas refieren de forma un tanto críptica el proceso reflexivo que las ha motivado. Agnieska Kurant ha traído a Bilbao tres de sus meteoritos que levitan sobre sus pedestales en virtud de un campo electromagnético: son su respuesta a la compra en Nueva York del espacio encima de edificios para asegurarse que no se puedan ampliar y proteger así las vistas, un valor inmobiliario del aire que la artista relaciona con el Aire de París que Duchamp embotelló en 1919.
La atomización y la expansión de la materia son el tema que propone Damián Ortega en su gigantesca Cosmic Thing: un Volkswagen modelo Escarabajo que ha sido despiezado y colgado del techo de una de las salas. El diálogo con el propio museo se hace más explícito en el Bilbao Circle, de Richard Long, un inmenso círculo de pizarra extraída en Delabole, Cornualles, y que a modo de apretado laberinto se extiende por casi la totalidad del suelo de una sala.
Por su parte, Marcius Galan ha intervenido sobre la propia ficisidad del recinto, en una obra tan lúdica -en la línea de la propuesta «nada académica, nada erudita» de la muestra, en palabras de Cirauqui, que subrayó el humor en muchas obras, como Drain, de Robert Gover, un desagüe incrustado en la pared, como reveladora: su Sección diagonal parece eso mismo, un plano de vidrio que cierra una parte de una sala, hasta que se acaba por percibir lo que en realidad es una ilusión óptica conseguida con pintura y filtros de luz; algún visitante tuvo que «traspasarlo» para convencerse del trampantojo.
Presencia gallega
Entre las obras que se ofrecen en la exposición bilbaína hay una de la gallega Ángela de la Cruz. Se titula Mudanza (Orange) y son cinco sillas de plástico naranja y metal negro apiladas, con un lienzo pintado de naranja encima y doblado