Presentó «4 3 2 1» en la Feria del Libro de Guadalajara y ve en políticas, en femenino, la alternativa a Trump
29 nov 2017 . Actualizado a las 08:15 h.«Cuando cumplí 66 años, la edad a la que murió mi padre, sentí que había llegado a un territorio extraño, como si hubiera cruzado una cortina invisible, vivía bajo el influjo de lo inminente. Y pensé que lo peor que podía pasar era morir a mitad del libro». El público de la Feria del Libro de Guadalajara -(FIL), México- abarrotaba la sala Juan Rulfo mientras Paul Auster (Newark, 1947) explicaba que para acabar de escribir 4 3 2 1 dejó de viajar y de leer. Escribía siete días a la semana. «Acabé exhausto. Al escribir la última línea casi me caí al suelo, tuve que apoyarme en la pared», explicó.
El periodista y escritor mexicano Ricardo Raphael presentó al autor como su tabla de salvación después de perder «matrimonio y patrimonio». Comenzó el Libro de las ilusiones y tuvo que continuar.
Quizás cansado de destilar cuánto hay de sí mismo y de su padre en Archie Ferguson y sus progenitores, personajes de la novela que presentaba ayer en el certamen, Auster prefirió repasar los episodios de su propia existencia ante la audiencia, relatándolos para que los asistentes más entregados los saborearan. El día anterior había disertado sobre el trasiego de los restos de Edgar Allan Poe en la misma sala. Pero el autor de Leviatán es la estrella del rock de esta edición de la FIL, la feria más importante para la industria del libro en español.
Recordó esos momentos en los que la vida da puntadas con hilo, como en su propia obra. La muerte en directo que hizo temblar el suelo bajo sus pies. Una tormenta. Chavales de 14 años perdidos en el bosque. Cruzan por debajo de un alambre de púas. Y el joven que lo precede cae fulminado por un rayo. La lección de que no hay que dar nada por seguro.
Habló también de una etapa oscura en la que pensaba «que nada iba bien». Y una jornada extraña, una especie de epifanía. La pareja de su amigo David Reed, un pintor de Nueva York, lo invitó a ver unos ensayos de danza. «Tenían talento. Bailaban sin música. El espectáculo coreográfico en sí mismo era bello e inspirador. No se necesitaba nada más. Pero cada cinco minutos aquella mujer inteligente se paraba para tratar de explicar lo que hacían y utilizaba palabras impropias, no tenían ningún valor», contó. «Noté aquella inmensa grieta entre la palabra y el mundo». Se fue a casa y se puso a escribir. Era el 14 de enero de 1979. A las dos de la mañana, con la nieve y el silencio, sintió que todo había cambiado. A las siete de la mañana sonó el teléfono. Su padre había muerto.
«¡Y sigo cayendo!»
Para resumir su trayectoria como cineasta, levantó y trazó una pendiente descendente en el aire: «¡Y sigo cayendo!». Incluso le sorprende haber podido estrenarse a una edad tardía. De joven había flirteado con dedicarse al cine. «Pero era muy tímido. No podía hablar con más de dos personas, ¿cómo iba a dirigir a la gente en una película?», dijo. Confesó que nunca se hubiera imaginado a sí mismo hablándole a un auditorio repleto y recibiendo la medalla Carlos Fuentes. Y lamentó Auster, emocionado, que sus padres no hubieran podido verlo.
No se le ha pasado el susto con Donald Trump. Ni siquiera pronunció su nombre. Haciendo un guiño a su propio libro, dijo que lo llama 45. Ese es el número que le corresponde como presidente de Estados Unidos. Pues 45, admitió, le asusta «a muerte». «Es la figura más aterradora que ha existido en la escena política estadounidense», aseguró. Puso el futuro en manos de las mujeres. Con sus manifestaciones, las presentó como alternativa a Trump en un tiempo en el que las instituciones no se ven tan sólidas como parecían y en el que los demócratas «están confundidos»: «Espero que haya más políticas mujeres, que el 2018 nos traiga a más mujeres que lleguen a Washington».
Insistió Paul Auster en que ya no escribe poesía. Pero reconoció que su intención es seguirle siendo fiel a la novela.