La lenense Ana Rivera obtiene el galardón ex aequo con la tinerfeña Fátima Martín
22 nov 2017 . Actualizado a las 13:42 h.Por primera vez en sus 39 convocatorias, el premio Torrente de la Diputación da Coruña, se ha repartido ex aequo entre dos autoras. Se trata de la asturiana Ana Rivera (Pola de Lena, 1972) y Fátima Martín (Santa Cruz de Tenerife, 1969), que comparten el galardón, dotado con 25.000 euros y la edición de la obra, por sus novelas Lo que callan los muertos y El ángulo de la bruma, respectivamente.
Ana Rivero definió Lo que callan los muertos como una «intriga costumbrista». La novela tiene como protagonista a Gracia San Sebastián, una investigadora especializada en fraudes financieros. El caso que la ocupa en este libro está relacionado con un hombre de 112 años, de pasado militar franquista, que cobra una pensión desde hace cuarenta años pero hace treinta que no va al médico y de pronto aparece usando servicios bancarios en Internet. Al mismo, tiempo, se produce el aparente suicidio de una vecina de su madre.
Rivero cree que las novelas de intriga son «inseparables de su tiempo» y que a través de las preguntas de cómo alguien pudo cometer un delito «se puede conocer las normas sociales o la situación económica», factores que inciden en el crimen. Tras escribir el primer libro de Gracia San Sebastián, Rivero ya tiene el segundo en fase de corrección y se encuentra esbozando el tercero.
Por su parte, Fátima Martín explicó que El ángulo de la bruma se inspira en una expedición francesa que en el siglo XVIII llegó a Canarias con el objetivo de medir el Teide. La narración se articula sobre dos planos temporales, en 1724 y 1738, que avanzan en paralelo. Martín reconoce que el proceso de documentación fue «tremendo»: «No hay muchas fuentes de la época, así que recurrí a investigaciones universitarias y libros de exploradores franceses», describió. De esta documentación se nutrió el registro lingüístico de la novela, que pese a ser «lo más cómodo posible para un lector de hoy, es cierto que no incluye ninguna palabra que no se usase en el XVIII». Un nuevo reto para la autora, quien por ejemplo, al referirse al Teide, un volcán, no pudo utilizar el término lava, ya que, según dice Martín, no existía como tal en ese siglo.