Alfredo: autobocetos de un Premio Nacional de Ilustración

J. C. Gea

CULTURA

Algunos de los momentos decisivos en la carrera profesional del artista asturiano , narrados e ilustrados por él mismo en su libro «La ventana de atrás. Desmemorias de un dibujante»

23 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Lo de dibujar empezó en Agüeria, cuando llegué a la escuela, a los cinco o seis años. Se me acercó el maestro, don Vicente, me dio una tiza y me mandó al encerado a dibujar lo que quisiera. No dibujé vacas, ni caballos, ni manzanos. Me atraían más las locomotoras con mucho humo, que pasaban frente a la escuela arrastrando grandes vagones de carbón; o los camiones, con más carbón, que bajaban por la carretera». Aquellos raíles y aquella carretera llevarían muy lejos el trazo del pequeño Alfredo: a ciudades, acontecimientos y páginas que forman parte de la historia con mayúscula y la historia más menuda del país que le ha tocado en suerte y tiempo al asturiano Alfredo González Sánchez (Agüeria, 1933) flamante Premio Nacional de Ilustración. Entremezclada con todas esas líneas discurre la de su propia vida, que ha narrado e ilustrado en La ventana de atrás. Desmemorias de un dibujante (Treseditores), cuyos dibujos fueron expuestos en la Fundación ABC y lo serán de nuevo en el museo Juan Barjola de Gijón el próximo septiembre.

De ese libro están tomados los siguientes párrafos y los fragmentos de ilustraciones que delinean una existencia tan rica y llena en detalles, pero al tiempo tan limpia y llena de ironía como los propios dibujos de Alfredo. Valgan como boceto del autorretrato profesional de un gran dibujante que cogió la tiza por primera vez en un valle minero «entre cuatro montes tan cercanos que el sol solo necesita un saltito de un monte a otro para pasar del este al oeste».

El tren nocturno pasa junto a Agüeria
El tren nocturno pasa junto a Agüeria

Agüeria

«En clase me colocaron en el rincón de los pequeños, cerca de la estufa, con encerado propio, en pupitres de lado con sus dos tinteros y sus dos plumas cervantinas. Terminé de ilustrador al encerado cuando dábamos Historia Sarada. Me gustaba eso de dibujar ángeles y a los señores aquellos de las lentejas, Esaú y Jacob. Y a mayor me fui enterando de que Esaú era un vivalavirgen y Jacob un aprovechado, un mimado de su mamá y un consentido se su papá.

Pronto aprendimos a leer y a escribir, no muy bien. Me gustaba más dibujar el tren carbonero que pasaba por detrás de la escuela con su ristra de vagones».

«Tenía un compañero más pequeño llamado Pichi, que dibujaba muy bien vacas y caballos y yo lo admiraba mucho. Yo prefería dibujar máquinas de carbón y camiones, y a fuer de ser realista, dibujaba el frente y la trasera del mismo camión en la misma figura. Un día Antonio, el menos bueno, me comentó:

-Eso nun pue ser. El camión tá retorcíu».

La capilla renacentista de Salamanca
La capilla renacentista de Salamanca

Fray Alfredo pinta en Salamanca

«El largo pasillo de las pianeras llegaba a una escalera que ascendía hasta una puerta grande y resistente, siempre cerrada. Tras aquella puerta me esperaba el estudio de mi vida, una cueva refugio, mi vía de escape: una capilla renacentista abandonada. Recuerdo con gran nostalgia ese estudio, con un gran cortinón rojo en el ventanal al mediodía. Este estudio lo compartía con el pintor Mariano S. Álvarez del Manzano, profesor además, en la Escuela de Bellas Artes de San Eloy. Mariano dejó una pintura figurativa muy pensada, muy pausada y de gran técnica. Pero fue mejor su pedagogía: enseñó a toda una generación salmantina de pintores a ver el lado hermoso y más plástico de las cosas más sencillas: un piedra, una pluma de ave, un hierro oxidado, un trozo de teja. Y aunque ya sabia algo del óleo y del aguarrás desde el primer curso de Villava, aprendí más con la presencia y el trabajo de Mariano: mezclas, veladuras, materias, secado…»

Madrid, la primera agencia publicitaria

«Clarín fue un punto de inflexión en mi vida y en mi trabajo.

De la mano de Manu Eléxpuru descubrí a los grandes dibujantes americanos, con Saul Steinberg a la cabeza, y a los modernos cartelistas polacos, suizos y franceses del momento. También conocí allí a los dibujantes españoles: Antonio Mingote -ya en ABC- Puig Rosado, a un joven Ballesta… y de allí salí del brazo de mi primera novia.

En Clarín hicimos de todo: dibujar, rotular… Más tarde encargábamos los titulares a un impresor instalado por el barrio del Pilar, hasta que apareció el letraset, lestras que se pegaban por frotaci´n sobre el papel hasta completar el letrero. ¡Hasta hicimos de modelos para un spot de Celtia, una marca de pesticidas en el cual presté mi figura como golfista en un swing!»

Semibohemio y empresario a la fuerza

«Por entonces yo era solo bohemio a medias. Como Mozo y David Martino -en ocasiones colaboraba Rafa Carrasco- montamos un estudio creativo y de art final, para pasar a limpio anuncios y folletos. Alquilamos un despacho en el segundo piso y hacíamos de todo: anuncios de prensa, folletos, marcas, carteles a concurso y también pintábamos. Mi trabajo, además de colaborar, consistía en ponerme una corbata y visitar clientes, fijos y potenciales. La empresa duró unos meses: lo que duró mi entusiasmo como empresario. Un mal día mis amigos, mis socios, me ordenaron presentar un logotipo con muchas variantes a tanto el boceto. Me planché la camisa y los pantalones, di lustre a los zapatos, me puse la corbata, guardé con mimo el trabajo en una deslumbrante carpeta roja de plástico, y me presenté ante el cliente. Este miro todo, más o menos satisfecho y yo, animado ante su aparente saisfacción, le presenté la factura. Me devolvió el trabajo, y con los cojos desorbitados y un índice temblón señalándome la puerta, me gritó:

-¡Váyase usted a la mierda!

Y otra vez de bohemio entero».

En la mesa de trabajo en Caracas
En la mesa de trabajo en Caracas

En Caracas

«En octubre de 1971 emigré solo a Caracas. Dejaba a Marisa mano a mano con los tres niós, aunque ayudada por la abuela Manuela. Me había contratado una agencia de publicidad. Hubo una invitación el año anterior, que desestimamos. Pero después lo pensamos mejor: ¿por qué no una aventura a pesar de tener tres hijos pequeños?

Me recuerdo, aún conmovido, con mi maleta camnio del aeropuerto, esquivando, para que no me vieran huir, a los dos niños, que jugaban con sus cubos y palas en la arena de la gran explanada. Tras un viaje largo, un avión de Iberia me dejó al lado de La Guaira, en un amanecer sofocante, pesado, con olor a petróleo. Desde luego me encontraba en otro mundo, somnoliento, perdido, ignorando lo que era el jet lag. ¡Dios mío, que solo y qué lejos de Marisa y los niños!

Al pie de la escalerilla del avión me esperaba el socio español de la agencia, Ángel Rodríguez Valdés:

-¿Quihubo, broder? -fue su recibimiento

Y así pasé a ser un musiú sin más, un inmigrante europeo, durante cuatro años y medio».

Por cuenta propia en Barcelona

«Entrado el invierno de 1976 me despedí de Friart y compañía, y seguí el consejo de mi amigo milanés en Caracas: trabajar por mi cuenta.

Compré una pizarra grande y la fijé en la pared junto al teléfono para apuntar todas las llamads: teléfonos de agencias de publicidad, editores, estudios de publicidad… Me envolví en un elegante abrió de cuero argentino, le subí el cuello, me alisé la melena -sí, por entonces tenía melena- , me atusé el bigote y me eché a la calle con mi carpetón de 70 x100 lleno de muestras. De la mano del fotógrafo Jordi Moragas y de Hipólito Andreu, experto en dibujo animado, amigos desde Caracas, me pateé todas las agencias y estudios de la calle Roberto Bassas y alrededores. Y fue llegando el trabajo».

La banda de «El Papus» y «El Jueves»
La banda de «El Papus» y «El Jueves»

«El Papus» y «El Jueves»

«Por mediación de Jordi Amorós llegue a El Papus y me encontré con el inefable GIN, que me dio amistad y colaboraciones.

Tras el atentado contra El Papus nos reencontramos en El Jueves, donde GIN era socio, con José Luis Martín (y su "Dios”), Óscar y alguno más. Y seguí colaborando con ellos durante bastante tiempo».

A dúo con Ignacio Carrión
A dúo con Ignacio Carrión

Madrid: las colaboraciones en prensa

«Creo que fue el periodista Pérez Lozano quien me puso en contacto con Pueblo: allí colaboré con un jovencísimo Arturo Pérez-Reverte ilustrando sus crónicas de guerra. En Pueblo conocí además a Máximo -del que fui siempre amigo-, a Raúl del Pozo, a José María García y a toda esa generación, apadrinada por Emilio Romero.

A partir de aquí -¿1978?- fui colaborador asiduo en periódicos y revistas ya nacidos o por nacer. Me echaban de una publicación y empezaba en otra.

Desde 1976 hasta 2011 dibujé en Pueblo, en El País -del que me echaron tres veces-, Diario 16, Cambio 16, ABC, El Independiente, Actualidad Económica, Interviú… Y en El Mundo. Tuve suerte y ayuda desinteresada.

Fueron fijos siempre los de más talento: Antonio Mingote, Forges, Máximo, Gallego y Rey, Andrés Rábago (El Roto), Peridis, Raúl y Felipe Hernández Cava, que, desde la penumbra, nos ve a todos -sin ser visto-: quién es quién, qué hacemos, qué hicimos, cómo dibujamos e incluso qué haremos.

Colaboré con Umbral, Juan Madrid, Ignacio Carrión, Javier Rioyo, Santiago Amón, Raúl Heras, y sobre todo con Ignacio Amestoy, con quien trabajé durante 23 años, colaborando juntos en cientos de artículos en distintos formatos. Hoy sigo cuidando su amistad, como también he cuidado la de Ignacio Carrión, que se nos ha ido recientemente».

En el juicio del 23-F
En el juicio del 23-F

Cubriendo juicios

 «Difícil… difñicil dibujar en los juicios: acreditaciones, trámites, chequeos… Llegas a la sala y te encuentras al acusado de espaldas, emparedado entre dos pocías, y esperas paciente a que ladee la cabeza para hurtarle el perfil. Mientras tanto dibujas el escenario y el impresionante tribunal con la palabra LEX sobre sus cabezas».

Dibujando en Madrid
Dibujando en Madrid

Madrid: dibujar ciudad

«Hecho el trabajo remunerado, me armaba de carpetón, cartulinas y blocs, y me echaba a la calle a ver qué dibujaba. Sin prisa y sin pausa, sentado o de pie, desde el coche o desde una ventana desde un puente o desde una terraza, reuní el paisaje y el paisanaje madrileños en cuarenta o cincuenta dibujos, de todos los tamaños, y los expuse en la galería 16, que ya no existe, apadrinado por Francisco Umbral. Siempre le agradeceré lo que escribió para el catálogo de la exposición: “Cuando decide hacer la anamotmía de una ciudad -Madrid, Barcelona, Caracas- nos da esa cosa rotatoria de las grandes ciudades, las masas de edificios en movimiento, macizos enteros de urbanismo en actitud de irse a otra parte. Alfredo ha vito que las ciudades giran, que es más o menos como Hemingway vio París”».

Dibujando literatura

«Mi primer libro ilustrado fue sobre Santa Teresa de Jesús -con unas muy malas ilustraciones puntillistas-, durante el noviciado en Palencia, en 1952. El autor, fray Felipe Castro, ya lo he contado, me pagó con unos borceguíes para jugar al fútbol, y una radio para mis padres.

Sobre los años 70 ilustré un libro de Umbral, Diccionario para pobres. Ahí nació una amistad, su ayuda desinteresada y varias colaboraciones más.

A partir de esa primera colaborción con Francisco Umbral -y de la segunda, Teoría de Madrid- se fueron concatenando los encargos de distintos editores.

Desde 1978 hasta hoy día (2015) he dibujado al lado de Cervantes, Quevedo, Góngora, Tirso de Molina, Lope de Vega, Lorca, Cernuda, Rosalía de Castro, Gómez de la Serna, Mihura, Borges, García Márquez, Ramón Carnicer, Ignacio Carrión, Ignacio Amestoy…»