La imagen esencial de Bill Viola en la era del selfi

Xesús Fraga
Xesús Fraga BILBAO / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

Iberdrola

El Guggenheim de Bilbao repasa 40 años de trayectoria del artista y su indagación del tiempo y el ser a través del vídeo

29 jun 2017 . Actualizado a las 18:23 h.

Nunca como ahora ha sido la imagen tan predominante, tan ubicua, tan instantánea. Tan fugaz. Las incontables fotografías que cada segundo suben a la nube y caen en forma de fina y efímera lluvia son la síntesis de un medio en cuyo poder también reside su debilidad: apenas hay huella, presencia. En esta era del selfi el uso que Bill Viola (Nueva York, 1951) le ha dado a la imagen se ha vuelto más radical: sus proyecciones no solo ralentizan el tiempo para revelar lo invisible, también exigen una atención poco común en una época de acelerado consumo visual.

La reflexión sobre la percepción temporal planea sobre el conjunto de las piezas que el Guggenheim ha reunido en Bill Viola. Retrospectiva y que, con el patrocinio de Iberdrola, se podrá ver en Bilbao desde mañana y hasta noviembre. La muestra celebra sus cuarenta años de trayectoria y los veinte del museo, en cuya inauguración el videoartista también estuvo presente con The Messenger, como recordó ayer su director, Juan Ignacio Vidarte. Tras una exposición en el 2004, esta panorámica sintetiza su trayectoria, con obras comprendidas entre 1976 y el 2014, permitiendo observar cómo Viola y la tecnología han recorrido un camino paralelo de retroalimentación, en el que el creador ha pasado de las cintas monocanal a los entornos digitales, a la vez que investigaba nuevas herramientas que pudiesen ayudarle en su expresión. «No busca respuestas, sino que formula preguntas», explicó la comisaria, Lucía Agirre, quien también aludió a cómo Viola pasó de su interés inicial en la memoria y su relación con la imagen a situar «las entrañas, el corazón» en el centro mismo de sus inquietudes.

Este tránsito lo resumió Kira Perov, esposa y colaboradora del artista, como un «viaje del alma» en el que la tecnología es una herramienta para «acercar las cosas, ampliarlas», y así conseguir una imagen esencial que haga visible «la vida interior del mundo que nos rodea». Una indagación que se dirige a lo básico de la existencia, nacimiento, muerte, emociones, que refleja en la unión de las pasiones humanas con los elementos naturales, en especial el agua y el fuego.

El interés de Viola por la espiritualidad -especialmente la filosofía zen y el misticismo sufí- dota a su obra de una profunda carga simbólica. No es casual que sus imágenes se hayan proyectado en lugares de culto: en el Guggenheim -«esta catedral de Gehry», en palabras de Perov- el recorrido de las salas participa de ese recogimiento que se asocia a lo sagrado y, a la vez, de un deambular laberíntico en consonancia con los juegos de percepción de muchos vídeos. Especialmente icónica es la reconstrucción de Slow Narrative Turning, de 1992, una doble pantalla giratoria: la cara que reproduce el primer plano de un rostro parece moverse a una velocidad mucho mayor que la que alberga el espejo en la que se reflejan luces y la sala con sus visitantes. Los espejismos del desierto le permiten a Viola otro trampantojo, el de los caminantes que andan y andan sin que parezca que avancen. El artista también dialoga con la tradición pictórica, como La visitación y su relación con Pontormo, además de con la música: La ascensión de Tristán y Mujer fuego fueron creados para una representación de Wagner. En el último de estos vídeos la figura humana se recorta contra las llamas, antes de caer y revelar con su acción la presencia del agua, que poco a poco irá ganando protagonismo y engullir el fuego.

Las ideas y su ejecución

Bill Viola asistió a la presentación de la muestra sin intervenir debido a su salud. Desde la primera fila del auditorio escuchaba hablar a Perov, quien reconoció que desde que empezó a colaborar con el artista a finales de la década de los setenta su papel ha ido creciendo. Ella lo atribuyó a la «sintonía» con Viola, que le permite ver «el potencial» de las ideas, pero, pese a ejecutar muchos de los trabajos, esas ideas siguen siendo del artista. «Yo me veo como la guardiana de la idea original», se retrató.  Perov también restó importancia al factor tecnológico y su impacto: «Un pincel tiene la misma espiritualidad que una cámara de vídeo».