
El maestro César Bona, autor de «La nueva educación», se estrena como jurado en el galardón de Comunicación y Humanidades 2017
09 may 2017 . Actualizado a las 20:52 h.Fue un premio el que le hizo saltar del aula a los atriles, las listas de libros muy vendido y los medios, y ahora César Bona debuta en otros premios -los Princesa de Asturias- como jurado. El maestro zaragozano que llegó a finalista en el Global Teacher Prize de 2014 por sus métodos de enseñanza es uno de los nuevos nombres en el sanedrín que debate desde este mediodía el galardón de Comunicación y Humanidades que se fallará mañana a mediodía, y al que esta vez se llega sin claros favoritos bajo la campana de discreción de los jurados.
Bona, autor de los libros La nueva educación y Las escuelas que cambian el mundo recala en Oviedo en mitad de un largo periodo de excedencia que -al margen de conferencias y todo tipo de foros educativos- le está llevando a viajar por centros escolares de varios países, y en el que también ha colaborado con Aldeas Infantiles, la entidad que el pasado año ganó el Princesa de la Concordia. Ha dejado dicho que no le hace gracia el título de «mejor maestro de España» pero, desde luego, asume y predica el de «maestro», que él aplica a algunos de sus compañeros en el jurado, como el filósofo y Premio Princesa Emilio Lledó. «Es un lujo estar aquí, porque sobre todo, estoy abriendo las orejas y aprendiendo», confiesa Bona.
-«Maestro»: una palabra asociada a determinadas connotaciones tanto positivas como negativas que quizá convendría ir cambiando. ¿Qué debería ser hoy un maestro?
-Hay que reformular varias expresiones asociadas con la educación. «Maestro» es una de ellas. Para mí alguien que inspira para la vida, alguien consciente de que va a ser ejemplo y va a marcar la vida de los niños, niñas o adolescentes, que tengan la suerte -y subrayo «suerte»- de tenerle como maestro. Ese alguien que, en el tiempo en el que vivimos, puede o debe invitar a los chicos y chicas a mirar por la ventana e intentar mejorar el mundo donde vive.
-¿Y qué no debería ser?
-No deberíamos asociar el respeto que debe inspirar el maestro con el miedo, por ejemplo. No podemos pensar que la disciplina, en su sentido más negativo, es la llave que puede abrir todas las puertas. El respeto no se puede imponer, como no se puede imponer la amistad o el amor; tienes que ganártelo. Y para eso, tienes que ponerte a la altura de los chicos y chicas, o niños y niñas. No podemos verlos simplemente como recipientes que tenemos que llemar; si no evitamos eso, nos perderemos muchas cosas. Los verbos «escuchar» y «compartir», o «invitar a compartir», son los más importantes en educación. El conocimiento -que es muy importante, y esto lo recalco- ha sido la base de la educación. Ahora, unido al conocimiento, tenemos también que pensar en el compromiso social. Los niños y niñas tienen como esencia la creatividad, la ilusión, la imaginación, la curiosidad… y eso no podemos dejarlo fuera de las aulas. Tenemos que abrir puertas para que puedan expresar lo que tienen, y usar también el conocimiento, ya no solo de forma individual, sino para que mejoren la sociedad y el mundo donde viven.
-Lleva meses recorriendo centros donde se enseña de modo diferente al habitual. ¿Tienen algo en común, un elemento distintivo?
-Lo que tienen en común es precisamente que en ellos los niños y niñas son escuchados, que su opinión cuenta. Si en tu trabajo tu opinión cuenta, te sientes más a gusto, tienes ganas de ir al día siguiente Eso es una obviedad. Con los niños es lo mismo. Se sienten bien si son escuchados y si se les invita a participar en la sociedad. Somos seres sociales, y como a tales se nos debe de dotar de herramientas para ello, más allá del conocimiento que, vuelvo a decir, es muy importante.
-Parafraseando el viejo "¿quién vigila a los vigilantes?" "¿Quién debe enseñar a los enseñantes?
-Por ejemplo, yo estos meses, viajando por las escuelas, he aprendido más que en años trabajando o estudiando; he aprendido simplemente escuchando a otros compañeros, a familias y a niños. He conocido a enseñantes muy buenos. Un enseñante, un docente ha de ser consciente de que siempre va a estar aprendiendo de todos, incluyendo a los niños y niñas.
-Y al margen de ese principio general, ¿ha descubierto algún método que le halla llamado en particular la antención por su calidad o su vanguardismo?
-Yo no lo llamaría vanguardista porque estoy seguro de que eso se hacía hace cuarenta años también: los métodos que transmiten la necesidad de pensar que todos somos diferentes. La palabra «inclusión» debería dejar de insistir en el momento en el que nos planteamos para qué está hecha la escuela o para qué es la educación: para educar seres sociales. En la sociedad nos vamos a encontrar de todo: diferentes culturas, diferentes capacidades… Y en las escuelas debemos educar en esas diferencias, que son las que nos enriquecen.
-¿Enmascara el debate político el debate de fondo sobre la educación?
-Lo que ocurre, y lo sabemos todos, es que cada vez que cambiamos de gobierno se quitan cosas y se añaden muchas más. Los currículos no pueden seguir siendo engordados; debemos replantearnos para qué educamos. Y los políticos, cada vez que se reúnan para hablar del pacto educativo, no pueden pensar que están representándose a sí mismos o a sus partidos; deben pensar que cada idea que adopten ha de representar a toda la sociedad. Muchas veces las ideologías acortan la mirada. Y el núcleo debe ser escuchar a los niños, niñas y adolescentes, y contar por fin con su participación en la escuela y en la sociedad, del mismo modo que hay que escuchar a los docentes y a las familias. También que la sociedad, en sí misma, valore esta profesión.
-¿Cuál es la competencia esencial, la excelencia que debe orientar todo un sistema educativo?
-El respeto. A uno mismo, a los demás, a las diferencias, al medio ambiente… No es poco.
-¿Sigue de excedencia?
-De excedencia y viajando por ahí. Tengo la fortuna de seguir conociendo cosas y luego compartirlas en universidades, centros de profesores, asociaciones de padres. Allá donde me llamen, si puedo, comparto lo que estoy aprendiendo de otros compañeros.
-¿Y no tiene «mono» de aula»?
-Cada día. Cada día. Pero tengo muy claro que, en la línea de la vida, ahora mismo me toca estar aquí, y cuando vuelva -que volveré- seré incluso más feliz que cuando estaba.
-Habla de felicidad. ¿Entra dentro del programa educativo?
-Sin duda. Tú quieres ser feliz, cualquiera quiere serlo. Debemos educar para la felicidad y debemos dar herramientas para ello. Por ejemplo, educar en la frustración, en la gratitud, en la resiliencia, en el respeto. Todo eso no puede quedarse fuera de la escuela.