Boyle se estrella en Berlín; Richard Gere envejece bien en el fatigoso «remake» americano de «The Dinner»
11 feb 2017 . Actualizado a las 16:43 h.Resacón en Berlín. Danny Boyle, de profesión oportunista, desembarca veinte años después con aquellos alegres y combativos muchachos del Edimburgo de los 70, de cuando el aura de George Best y los pasotes de drogas feas. A veces, es igualmente feo envejecer tan mal como ellos. O forzar operaciones nostalgia que casi semejan OT, con Blondie en lugar de Bustamante. Da imponente bajón esta secuela de Trainspotting con un Ewan McGregor curado en salud, que regresa a Escocia para ver qué fue de sus colegas y de aquel retrete tan generacional. No hay en esta secuela tan prensada asomo de eso tan poético que llamamos cine crepuscular. Ni cabe pensar siquiera que morir joven hubiese dejado en bellos aquellos semicadáveres, que eran ya ruinosos cuando no salían del chute y de la panoplia de las arcadas. Si acaso, ahora devienen ridículos.
El que era zombi del viaje psicodélico perpetuo es aún más bufo. El lobo feroz Robert Carlyle ha echado barriga. McGregor ya solo se mete Iggy Pop en vinilo. Y en la mejor metáfora de la crueldad del tiempo, las mayores dosis de pastillas que se ven en la pantalla son de Viagra. No son héroes, nunca lo fueron. Pero lucen muy cansados los chicos Trainspotting. Esta secuela, que quiere inspirarse de nuevo en el Irvine Welsh de Porno, no llega a mal colocón softcore. Y no se ahorra todas las mañas de Danny Boyle por reeditar aquella juventud quemada, aquí ya carbonizado show de momios.
En la competición sufrimos el remake norteamericano de la italiana I nossi ragazzi, The Dinner, en la que Richard Gere y Steve Coogan encarnan a hermanos rivales en su filosofía de vida antagónica (uno político de altos vuelos, otro profesor antisistema) que estallan en tensiones cuando sus hijos queman viva a una homeless. El film, que dirige Oren Moverman, es tan fatigoso que todo te suena a fuego fatuo de relamida función teatral. Eso sí, Richard Gere va envejeciendo bien, mucho mejor que la banda de trasgos de Trainspotting 2.
Lo mejor de la jornada vino de la húngara On Body and Soul, de Indikó Enyedi. Su propuesta de extraer una impensable veta de amores extraños entre el responsable de un matadero de vacas y una inspectora obsesivo compulsiva (ambos se reúnen cuando sueñan, en un nevado parque de ciervos) ofrece, contra pronóstico, materiales preciosos, islotes de supervivencia y ternura en medio de un paisaje de desolladeros y de patologías mentales, y con una actriz, Alexandra Borbély, de las que te abre en canal las emociones con media mirada suya de alma descoyuntada.