La Asturias (pintada) que enamora al nuevo director del Cervantes

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Juan Manuel Bonet
Juan Manuel Bonet Álvaro Ballesteros

Juan Manuel Bonet es uno de los grandes valedores de algunos de los artistas más representativos de la generaciòn del medio siglo XX en el Principado

28 ene 2017 . Actualizado a las 10:15 h.

El Instituto Cervantes dice adiós a un director asturiano, pero recibe a otro enamorado de Asturias. Y aún más, de la Asturias pintada y de alguno de sus mejores pintores. El sucesor de Víctor García de la Concha, el crítico de arte, exdirector del Reina Sofía y del IVAM, poeta, bibliófilo y enamorado de la ya vieja vanguardia Juan Manuel Bonet, es también uno de los grandes admiradores, conocedores y valedores de algunos de los artistas más representativos de la generación del medio siglo XX en el Principado. Por ello, no es infrecuente verlo de cuando en cuando por la región, y en particular en Gijón. Hace unos meses, en junio, presentaba su monografía sobre el pintor Miguel Galano editada por Hércules Astur, obra ya de referencia como a la que en 2006 escribió sobre Pelayo Ortega para Trea, Y estos mismos días, sin ir más lejos, uno de sus textos siempre afectuosos y desbordante de referencias acompaña a la exposición de Rodolfo Pico Una geometría sonriente, que se muestra en el museo Evaristo Valle.

Bonet viene a ser el sucesor generacional de autores como Enrique Lafuente Ferrari, Francisco Carantoña o Vicente Aguilera Cerni, que se encargaron de ahondar, respectivamente, en las obras de Evaristo Valle, Nicanor Piñole u Orlando Pelayo y darlas a conocer más allá de unos horizontes que siempre se quedan demasiado estrechos, entre la cordillera y el Cantábrico, para el singular talento de los pintores asturianos. Bonet ha sido seguramente quien con más empeño ha inscrito a sus continuadores -Pelayo Ortega y Galano, singularmente, pero no solo ellos- en un amplio horizonte que va mucho más allá de Asturias y del presente: la tradición pictórica posvanguardista, metafísica, melancólica, provincial y norteña de lo que el crítico llama genéricamente el Septentrión. Y de paso les ha investido con una rica cobertura histórica y literaria, una suerte de pequeña mitología que ha quedado asociada a sus obras.

También se ha acordado en ocasiones de pintores más secretos, pero también muy del gusto bonetiano, como el gijonés Aurelio Suárez, una de cuyas obras seleccionó para la colectiva Ciudad de ceniza, dedicada al surrealismo español por el museo de Teruel en 1992.

Posiblemente todo empezó con los referentes de Valle y Piñole, pero la vinculación física y afectiva empezó con el descubrimiento de Pelayo Ortega. Y de una manera bien literaria, como recuerda el propio Bonet en su libro sobre el mierense afincado en Gijón. Fue Monika, su mujer, quien en 1984 le habló por primera vez, en Varsovia, de un pintor amigo cuya obra admiraba. Cuando volvieron de aquel viaje, lo primero que casualmente esperaba al crítico en su buzón era un catálogo del asturiano. Y ahí, con sus primeros textos en torno a la Provincia orteguiana y la creciente vinculación al pintor y su obra se anudaron los lazos. Luego vendrían otros muchos viajes como conferenciante, jurado, investigador sobre el terreno, autor que visita a sus editores y a menudo, solo como amigo de los pintores citados o de otros nombres vinculados al arte asturiano, como Amador Fernández Carnero, el propietario de la galería Cornión. 

Pero en ese cometido, Juan Manuel Bonet, hombre cosmopolita y viajero con una aguda sensibilidad para los lugares y los climas, ha acabado también por trabar una relación con los lugares que otros pintaban y que él ha acabado visitando y también admirando. Incluso amando. Y poniéndolo por escrito. Ahí quedan las apasionadas páginas dedicadas a Gijón -«una ciudad que termina conquistándote como pocas»- en la monografía sobre Pelayo Ortega o las que aparecen sobre Oviedo o Tapia de Casariego y el Occidente asturiano, «prefiguración de Finisterre», en la dedicada a Galano.

Y no solo eso. También algo de Asturias y de la pintura asturiana se ha deslizado hacia la obra poética del nuevo director del Cervantes. El pintor asturiano afincado en París -como el propio Bonet- Luis Fernández y uno de los artistas españoles de su predilección es objeto de uno de los poemas recogidos en la recopilación Vía Labirinto.