Juan Gris y los «otros cubistas» se despiden de su itinerancia internacional en el Bellas Artes

Juan Carlos Gea OVIEDO

CULTURA

Juan Gris, «La guitare sur la table» (1913)
Juan Gris, «La guitare sur la table» (1913)

La pinacoteca asturiana acoge hasta enero la excepcional Colección Cubista de Telefónica -que en 2017 pasará a formar parte de los fondos del Reina Sofía- organizada en torno al pintor español que refundó el primer lenguaje de las vanguardias

30 sep 2016 . Actualizado a las 18:41 h.

«Ni siquiera puedo plantearme, en este momento, la posiblidad de expresarme unas veces a través del procedimiento cubista y otras veces através del procedimiento de otro arte, puesto que para mí el cubismo no es un procedimiento sino una estética e incluso un estado de ánimo». Juan Gris respondía con esta convicción a una encuesta de la revista parisina Bulletin de la Vie Artistique. Era el año 1925. Los fundadores del cubismo, con Picasso y Braque a la cabeza, habían levantado el acta de defunción de la tremenda ruptura en las técnicas de la representación pictórica de la naturaleza que ellos mismos habían creado a principios del nuevo siglo. Pero el cubismo no estaba muerto. Ni mucho menos. De hecho, en cierto sentido, estaba por dar lo mejor de sí mismo como sensibilidad y como estética. Juan Gris, un artista español con una sólida formación técnica y una sensibilidad e inteligencia extraordinarias, había refundado silenciosamente, sin manifiestos ni estrépitos, el lenguaje con el que empezaron las vanguardias. En torno a esa refundación y algunas de sus consecuencias gira la extraordinaria muestra de los fondos de pintura cubista de la Fundación Telefónica que se acaba de inaugurar en el Museo de Bellas Artes de Asturias.

Son 36 cuadros -diez de ellos, obras capitales de Juan Gris- que constituyen «la muestra más importante de pintura cubista en una institución española», según destacó en la presentación de la muestra el director del Bellas Artes, Alfonso Palacio. Las obras recién llegadas, expuestas en la sala de exposiciones temporales en la planta -1 de la ampliación de la pinacoteca, vienen a engrandecer el horizonte de algunas de las piezas de Picasso, María Blanchard, Torres-García o Francisco Bores que se exponen de manera permanente dos plantas más arriba. El recorrido se reparte en tres espacios, dedicados a Gris, a algunos de los pintores de esta segunda oleada cubista en su entorno parisino y a algunos de los autores que asimilaron ese influjo en España o en Latinoamérica; un aspecto este último que se tiñe de tonos incluso reivindicativos, según hace ver en el catálogo el comisario de la muestra, Eugenio Carmona.

Hay una razón añadida para no perderse la exposición: disfrutar en un centro de entrada gratuita de una colección que dentro de unos meses solo podrá contemplarse en el Reina Sofía, en Madrid. Oviedo es la última escala de una itinerancia que la ha llevado a algunos de los principales museos españoles y a otros en Bélgica, Alemania o China, según ha explicado Laura Fernández Orgaz, responsable de Exposiciones de Fundación Telefónica.  A los más de 800.000 visitantes que la han acompañado en ese largo viaje se sumarán los que lo hagan en Asturias hasta el 8 de enero.

Lo que les espera es realmente excepcional. Solo la selección dedicada a Juan Gris merecería visita obligada para recorrer, apenas en tres muros, la evolución del artista madrileño que encontró en el París de las primeras vanguardias un lenguaje a la medida de sus búsquedas como artista. Picasso o Braque, cogiendo el testigo de pioneros como Cezánne, habían partido de la naturaleza y de la representación convencional de la naturaleza para roturarla y recombinarla en un juego geométrico de perspectivas diferentes y simultáneas. Como ha explicado Fernández Orgaz, era la respuesta de los artistas más avezados en un momento en el que la tecnología, los descubrimientos científicos, los nuevos medios de comunicación y transporte y el crecimiento de las ciudades empezaban a instaurar la percepción de «un mundo de imágenes en movimiento y una nueva forma de mirar».

En ese contexto fue cuando, de la mano de Vazquez Díaz, un joven de 19 años que aún era el José Victoriano González-Pérez con el que lo habían bautizado, entró de lleno en la olla a presión de las primerísimas vanguardias. Junto a ellos asimiló aquellas nuevas técnicas y procedimientos; tanto que él fue su custodio, su reinventor, cuando los primeros cubistas se desentendieron de algo que consideraban agotado y del propio Juan Gris. Sin embargo, como señala en el catálogo Eugenio Carmona, es Gris «quien ordena la vida del cubismo, quien acaba dándole sentido». Y lo hace recorriendo un camino completamente opuesto al de los primeros cubistas: yendo desde la geometría, las formas, los colores, en dirección a la naturaleza, y reconstruyéndola en el cuadro mediante una nueva integración, profundamente poética, de lo que el cubismo inicial se había limitado, casi siempre, a descoyuntar y romper. 

El recorrido por las obras de Gris en la Colección Telefónica muestra distintos estadios de ese proceso: desde las posiciones más geométricas, casi abstractas, en los primeros bodegones, hasta la conversión del cubismo en un lenguaje de representación ordenado, reconocible, dirigido tanto al intelecto como cada vez más a los sentidos; y, finalmente, de vuelta hacia los planteamientos más geométricos. Como señala Laura Fernández Orgaz, hay en ese viaje una especie de elevación del cubismo hacia una especie de clasicismo que lo reconcilia con la gran tradición de la pintura occidental.

El resto de la exposición muestra como ese otro cubismo fue igualmente reasimilado por distintas sensibilidades y distintos propósitos por distintos pintores. Las formas orgánicas y modeladas, o cálidas y construidas, de Metzinger. El dinamismo y la viveza de Gleizes. La elegancia en la composición de Lhote o la fuerte presencia de la realidad en Marcoussis. Y la expansión también en España -con pintores que se acercaron más o menos circunstancialmente a este cubismo segundo: Blanchard, Ángeles Ortiz, el propio Vázquez Díaz- y, aún con más fuerza, en Latinoamérica: Xul Solar, Barradas o Huidobro, con su fascinante fusión de texto poético y forma pictórica, haciendo buena la observación de Juan Gris en la misma encuesta de 1925: esa estética era ya parte de la tradición del arte y tenía «necesariamente» que «impregnar» todas las manifestaciones del espíritu de su época. Y de las venideras.