El autor estadounidense y el guitarrista Raúl Rodríguez ofrecieron un concierto en la plaza de la Catedral de Oviedo, dentro de su gira española conjunta, «Song y Son»
21 sep 2016 . Actualizado a las 08:18 h.La pista de la plaza de la Catedral estaba mediada, la noche del pasado lunes, en Oviedo en fiestas de San Mateo, y el concierto empezó antes que puntual, inserto entre otros dos. Salió Raúl Rodríguez y, con su banda, comenzó a diseminar algunos de sus temas. Entre bambalinas, Carlos Núñez, que había tocado justo antes, y Los Secretos, que tocaron al día siguiente. Entre bambalinas, Jackson Browne. La música representada por distintos actores, entre bambalinas.
Al poco, Jackson Browne se incorpora al escenario, con ese aspecto inconfundible, más allá del cincel del tiempo, y, armado de guitarra, comienza a cantar. La voz, a la vez que el rostro, también ha sido cincelada y ya no es esa voz imposiblemente limpia de Running on Empty, álbum que merece no dejar de escucharse jamás, testimonio imprescindible de lo que significa hacer una gira, sino que es una voz de casi 70 años, aun reconocible.
Y, a partir de ese momento, se enlazaron las canciones de Browne y de Rodríguez, con una banda cuyas cuerdas sonaron impecables del flamenco al rock, pasando por los palos que la música popular ha parido. Impecables y cómplices, Browne y Rodríguez y la banda.
Quien no conociera el formato y el contenido de la gira seguro que echó en falta joyas clásicas como The Load Out / Stay, Running on Empty, Take it Easy o la lacerante Fountain of Sorrow. Y conociéndolo, cómo no albergar la esperanza de que sonaran, sabiendo que no iban a sonar, cómo no suplicar quédate solo un ratito más.
No las hubo, esas canciones, las habrá. Pero hoy debo hablarles de una que sí estuvo, porque, además, hoy Leonard Cohen cumple 82 años. Y si escribo hoy tengo que hablar de Leonard Cohen, con la veneración hacia el que nos recuerda que siempre se acaba volviendo a Boogie Street. A punto de sacar nuevo disco, en ayuno de gira quienes lo amamos, con la despedida sin posibilidad ya de ser corregida hace unas semanas de Marianne, Leonard Cohen estuvo en la plaza de la Catedral, sí, por la importancia de lo gitano también en su génesis como músico y como autor, por estar en la banda el guitarrista Mario Mas, hijo de Javier Mas, miembro de la banda de sus últimas giras. Y por la versión de A Thousand Kisses Deep que interpreta Jackson Browne hace años ya, letra y música de Leonard Cohen y de Sharon Robinson.
Y cuando sonaron las palabras de Leonard Cohen en la voz y en los dedos de Jackson Browne quienes amamos al señor que hoy cumple 82 años sentimos la profundidad de los mil besos, que vienen de un poema anterior a la canción, y cuando Jackson Browne interpretó la canción él volvió a Boogie Street y nos hizo volver allí a los que allí estábamos. Fuimos durante mil besos de profundidad habitantes de vuelta a Boogie Street porque, en palabras del viejo dios Cohen, y permítanme la traducción, la lectura de sus palabras, «Boogie Street es la calle del trabajo y del deseo, el lugar donde vivimos la mayor parte del tiempo y que se alivia con el abrazo de nuestras criaturas, o el beso de la persona amada... Esperamos por momentos celestiales, pero inmediatamente volvemos a Boogie Street».
Y el lunes pasado, en la plaza de la Catedral, con las canciones de Jackson Browne, tan dulcemente nada complacientes, tan descriptivamente hiel apenas endulzada por el baño de nostalgia de sus acordes, sí, también, tras el espejismo del cielo, volvimos, feliz cumpleaños, maestro imprescindible, a Boogie Street.