El historiador gijonés desgrana el libro sobre corresponsales de guerra Testimonios del desastre, que acaba de publicar Trea
02 ago 2016 . Actualizado a las 15:19 h.Testimonios del desastre es el título de un libro colectivo que acaba de publicar Trea y que ha coordinado el historiador de la literatura José Ramón González, oriundo de Gijón pero residente en Valladolid, donde ejerce. La obra es el resultado del trabajo de casi treinta estudiosos, y pivota sobre una figura dotada de una especie de aura heroica: la del corresponsal de guerra, un tipo de periodista que aparece en las guerras napoleónicas pero se vuelve fundamental en el siglo XX entre las balas del Somme, de Madrid, de Stalingrado o de Saigón. A caballo entre la historia de la literatura y la del periodismo, siempre de fronteras difusas y permeables, el libro aborda igualmente la larga tradición del escritor circunstancialmente metido a cronista bélico, con nombres tan excelsos de las letras españolas como los de Pérez de Ayala, Azorín, Blasco Ibáñez, Valle-Inclán o Agustín de Foxá -y también mujeres pioneras como Carmen de Burgos o Concepción Arenal- peregrinando por sus 384 páginas.
-¿Qué se va a encontrar el lector de Testimonios del desastre?
-Pues un poco de todo. Hay desde una especie de panorama de la figura del corresponsal de guerra, realizado por Pablo Sapag, o un artículo sobre la figura del corresponsal de guerra en España durante la segunda mitad del siglo XIX a cargo de Pilar García Pinacho, hasta trabajos sobre autores concretos: Azorín; Francisco Peris Mencheta; Agustín de Foxá, el escritor falangista, que tuvo una faceta bastante desconocida como cronista en Helsinki durante la segunda guerra mundial. En general se centra el enfoque en escritores españoles, pero también hay cosas sobre escritores extranjeros, especialmente sobre los que vinieron a cubrir la guerra civil española. Hay, por ejemplo, un artículo sobre Martha Gellhorn, que fue pareja de Hemingway y ejerció como corresponsal en el frente de Madrid, otro sobre escritores cubanos y otro sobre la brigada judía Botwin, que editó un periódico propio también durante la guerra civil. Y no sólo se aborda la figura del corresponsal de guerra: también la de escritores que escribieron, con más calma y meses después de los hechos, libros más memorialísticos con recuerdos de guerra.
-¿Cuál es el origen histórico de la figura del corresponsal de guerra?
-Las guerras napoleónicas. Hay antecedentes, y a veces se habla de periodistas de guerra del siglo XVII e incluso XVI, pero yo creo que es un anacronismo, porque esos cronistas premodernos escriben a toro pasado, sin la inmediatez propia de la prensa. Los primeros corresponsales de guerra propiamente dichos, los envían a Europa The Times y otros periódicos ingleses para cubrir las guerras napoleónicas.
-En España, el fenómeno es algo más tardío.
-Sí, y lo mismo: hay algún antecedente, pero los primeros corresponsales de guerra de pleno derecho aparecen en los años sesenta con la primera guerra de Marruecos, y son Gaspar Núñez de Arce, un poeta famoso en su día pero hoy olvidado que escribió para varios periódicos, y Pedro Antonio de Alarcón, que hacía algo a caballo entre lo periodístico y lo literario consistente no en reportajes publicados en periódicos sino en una especie de fascículos; publicaciones exentas muy breves que aparecían periódicamente.
-El fenómeno del escritor metido a periodista, y concretamente a periodista de guerra, fue frecuente en España. Las novelas o los poemarios en los que volcaban su genio no les daban de comer y el sustento lo obtenían de sus colaboraciones en prensa.
-Sí, hay muchos casos así, sobre todo a finales del siglo XIX y principios del XX. Es el caso, por ejemplo, de Pérez de Ayala, que escribió en torno a ochocientos artículos de prensa a lo largo de su vida. Vivir sólo de la literatura era imposible.
-Hay crónicas de Blasco Ibáñez especialmente buenas sobre la primera guerra mundial.
-La primera guerra mundial fue un momento de auge de ese fenómeno del escritor metido a corresponsal de guerra. En España, al ser un país neutral, no había las cortapisas a la labor periodística propias de los países en guerra, y eso posibilitó que muchos escritores fueran enviados a ambos frentes a contar lo que sucedía. Está Blasco Ibáñez, efectivamente, pero también Azorín, que escribió crónicas desde París; está Ramón Pérez de Ayala, que escribió desde Italia; está Ramiro de Maeztu, que vivía en Londres y escribió desde allí y más tarde desde Francia y los Países Bajos?
-También se da el caso de escritores más tarde laureados que comenzaron su carrera como periodistas.
-Sí. Ése es el caso del asturiano José Díaz Fernández, un hombre prácticamente desconocido que había publicado alguna cosa en la prensa asturiana pero nada más y al que, cuando es enviado a Marruecos a luchar como soldado, sabiendo que había trabajado en prensa se le encarga que escriba crónicas. Las escribe, tiene mucho éxito y años después se consolida como escritor. Es el caso contrario al que comentábamos antes: escritores ya más o menos conocidos, ya con un público, ya con lo que Pierre Bordieu llama capital simbólico, a los que los periódicos envían al frente para aprovechar ese capital simbólico y vender más ejemplares, un poco como reclamo. El Imparcial, por ejemplo, en un momento dado envía a la primera guerra mundial a Ricardo León, a Valle-Inclán y a Pérez de Ayala y lo anuncia a bombo y platillo como: «Los grandes escritores españoles escriben desde los campos de batalla».
-Hay algún caso de corresponsales mujeres, como Carmen de Burgos.
-Carmen de Burgos fue también cronista en Marruecos, sí, y después, cuando comienza la primera guerra mundial, coincide que está haciendo un viaje por el norte de Europa y pasa los primeros días de la contienda enviando crónicas desde Alemania. Ésa es otra tipología más: la del cronista accidental que de pronto se ve envuelto en una guerra y aprovecha esa circunstancia para escribir reportajes desde el lugar en el que se encuentra. Fue el caso de Sofía Casanova, una escritora conocida que colaboraba en el Abc y que se convirtió en cronista porque estaba casada con un polaco y viviendo en Polonia cuando comenzó la primera guerra mundial, lo cual hizo que en el Abc se dijesen: «¿Por qué no le pedimos que nos cuente lo que está pasando?». Otro caso de mujer cronista es el de Teresa Escoriaza, una escritora hoy en día muy olvidada pero que fue muy conocida como periodista en los años veinte y estuvo también en Marruecos. Los casos de mujeres cronistas son mucho más escasos que los de cronistas hombres, pero alguna hubo, sí. Otro artículo del libro se centra en los Cuadros de guerra de Concepción Arenal, una mujer extraordinaria y también precursora que escribió sobre la guerra carlista.
-Suyo es un artículo del libro sobre Un viaje al Transvaal de Vicente Vera. Háblenos de él.
-Vicente Vera es precisamente un caso de cronista de oportunidad. Él no es escritor; ha escrito en prensa pero sobre todo cuestiones de divulgación científica, porque es científico. Y no conoce Sudáfrica, pero ha viajado mucho fuera de España y habla idiomas, y en un momento dado, cuando se inicia la guerra de Transvaal, en el periódico se dicen: «Oigan, aquí tenemos a una persona que habla inglés, que ha estado fuera, que se maneja bien? ¿Por qué no le proponemos que viaje al Transvaal como corresponsal y nos cuente lo que está pasando allí, y que de paso indague sobre las posibilidades del comercio con Sudáfrica y otra serie de cosas no directamente relacionadas con la guerra?». Así lo hacen y él acepta; el periódico lo anuncia como enviado especial, lo cual le hace vender más ejemplares, y Vera viaja al Transvaal, desde donde está un tiempo enviando crónicas. No es un grandísimo escritor, pero tiene el valor y el interés de que no hay ningún otro cronista español en esa guerra. Su caso es el contrario del periodista profesional con varias guerras a sus espaldas: él es sólo una especie de periodista coyuntural.
-La calidad literaria de las crónicas de guerra estudiadas en Testimonios del desastre, ¿suele ser buena, o hay un poco de todo?
-Hay de todo. Hay que pensar que la crónica de guerra suele ser una escritura de urgencia. El cronista suele escribir día a día desde el mismo escenario de la guerra, y en muchas crónicas se evidencia ese apresuramiento. De todas maneras, a veces se nota el oficio, y hay crónicas que parece mentira que estén escritas allí mismo, en medio de la guerra, y que no desmerecen otros textos plenamente literarios de los mismos autores: crónicas muy elaboradas, con mucha reflexión? Las crónicas de Pérez de Ayala son muy literarias, y las de Díaz Fernández, escritas en el propio cuartel, también están muy cuidadas en su lenguaje, su planteamiento e incluso su estructura. En fin, hay de todo.
-¿Qué hay de la imparcialidad? ¿Prima el reportero neutral que informa de lo que ve con desapasionamiento, o el que toma partido por uno de los bandos?
-Prima la toma de partido, porque es muy difícil hacer una información meramente factual de algo como una guerra por más que uno se lo proponga. El cronista aséptico, yo creo que prácticamente no existe. En las crónicas siempre acaba colándose una determinada visión del conflicto, a favor o en contra de un bando o del otro o incluso del propio conflicto, con periodistas alentando el espíritu bélico o, como fue frecuente en la guerra de Vietnam, llamando a su cese. En algunos periodistas esas parcialidades son evidentes, con mucha ideología muy visible en sus descripciones, mucha opinión y mucho juicio de valor, incluso hablando directamente de buenos y malos, y en otros es más sutil, con determinadas imágenes, retóricas y comparaciones que decantan sensiblemente la balanza hacia uno u otro de los bandos. Mantenerse al margen de valorar los sucesos que uno presencia es muy difícil, por no decir imposible.
-¿Cuál es el perfil tipo del corresponsal de guerra, si es que hay uno?
-Hay de todo, pero suelen ser personas jóvenes para la que la guerra es una forma de hacer méritos en su carrera; de conseguir un público y hacerse un pequeño nombre. Suele gustarles la aventura, aunque esto que siempre se ha dicho quizá esté un tanto mitificado. Pablo Sapag intenta precisamente desmitificar la figura del corresponsal de guerra en su artículo: los lectores solemos adjudicar a los corresponsales una especie de aura heroica que a veces no se corresponde con la realidad. Hay cronistas que efectivamente están en primera línea de batalla y otros que escriben desde la retaguardia. Blasco Ibáñez, por ejemplo, hace esas crónicas buenísimas de la primera guerra mundial, pero comenta que realmente no ha conocido el frente porque los franceses le han prohibido el acceso. Otros cronistas sí llegan al frente, pero en visitas organizadas y acompañados por militares que los guían. En esos casos, evidentemente, uno ve lo que su anfitrión quiere que vea. De hecho, hay casos de varias crónicas de autores diferentes en las que se aprecia que todos han hecho la misma ruta. Y luego hay el caso del cronista que escribe no ya desde la retaguardia, sino a mucha distancia del frente. Hay un periodista del que no hablamos en el libro pero cuyo caso es curioso en ese sentido: Cristóbal de Castro, que fue cronista en de la guerra rusojaponesa en 1904. La guerra tuvo como escenario la parte oriental de Rusia, es decir, Siberia, Manchuria, etcétera, pero él escribió sus crónicas sin moverse de Moscú. Y son crónicas buenas: él habla con testigos que vienen del frente, pide información al Estado Mayor, etcétera, pero no sólo no pisa el frente sino que está a varios miles de kilómetros de distancia. En fin, hay de todo.
-En el libro también aparece la figura del combatiente que reflexiona sobre sus padecimientos en un diario. En realidad, el libro no es sobre cronistas de guerra, sino sobre testigos de la guerra en general.
-Efectivamente: personas que han escrito textos sobre las guerras que han vivido independientemente de que esos textos sean novelas, memorias o crónicas periodísticas.