Autorretrato de Padura «El Viejo» y un Conde sesentón con Cuba cambiante al fondo

Juan Carlos Gea GIJÓN

CULTURA

Leonardo Padura, en la Semana Negra 2016
Leonardo Padura, en la Semana Negra 2016

El escritor habanero y Premio Princesa vuelve a la SN el «origen de todos los festivales de novela negra», para hablar de su nueva novela, sus adaptaciones filmadas y la situación de un país que viene y otro que «ha dejado de existir»

16 jul 2016 . Actualizado a las 08:27 h.

Un detective cubano se despierta con una de sus resacas de cada mañana en el barrio habanero de Mantilla. Es el 17 de diciembre de 2014. Un día, en principio, tan común como otro cualquiera. Sin embargo, sale del sueño con un raro presentimiento. Será una jornada especial; un día en el que va a pasar «algo importante». Y acierta: sucederá dos horas después. En La Habana ficticia (pero tan real) del detective Mario Conde, como en La Habana real (pero tan literaria) de Leonardo Padura, ese 17 de diciembre es por igual el día del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Solo que el hecho histórico quedará fuera de página en la historia imaginada, que concluye apenas un par de horas antes del anuncio de la noticia.

Ese momento inmediatamente anterior a la nueva etapa que se abrió para Cuba aquella jornada, a la vez un fin y un principio de época, señala significativamente el final de la nueva novela del ciclo dedicado por el escritor cubano-hispano y Premio Princesa de Asturias de las Letras Leonardo Padura, que ayer regresó a Gijón. A la Semana Negra. Al festival donde -se ha cansado de contarlo- le cambió la vida, la literaria y la otra, hace 29 años, y en el que hoy mantendrá un encuentro con el público (18,15) y una conversación pública con Paco Camarasa y Ángel de la Calle (20,30), aparte de presentar el documental sobre su persona realizado por su esposa, la también guionista Lucía López Coll. Es la primera escala española de un año más fílmico que literario para Padura, en el que se presentarán en el próximo San Sebastián el largometraje y los cuatro capítulos de la miniserie sobre Mario Conde protagonizada por Jorge Perugorría y dirigida por Félix Viscarret Vientos de La Habana.

Sentado de cara un soletón casi feroz para lo que está siendo el verano gijonés de este año, expuesto a un ventarrón que no era el de Cuaresma de una de sus novelas sino el nordeste que batía la Carpa del Encuentro y forzando un poco la voz para imponerse a la barahúnda de la feria semanera -incluido algún eco cubano- Padura empieza por situarse y situar a Mario Conde en esa Cuba que vive un momento «muy tenso y muy complicado» y donde «los cambios más visibles siguen siendo los económicos», pero aún no los sociales y los políticos.

«Las expectativas siguen presentes», dice el escritor que, como muchos de sus paisanos espera que, en buena dialéctica, «los cambios se produzcan con más profundad en el terreno económico y que de ahí deriven a cambios visibles en la sociedad cubana». Algo más visibles, desde luego, que los de la anécdota que relata para ilustrarlos: un restaurante habanero, el momento en el que suena la música («ese momento en el que ustedes se mueven un poco en la silla, pero un cubano se levanta y empieza a bailar»), el cubano que, en efecto, se levanta y empieza a bailar, y que percibe en con el rabillo del ojo un inusual «fulgor dorado». El de «mujeres rubias, todas blancas» bailando allí mismo, junto a él.

Cuba en unas pinceladas

Pero la situación no se resume en esa visión casi mágica. No es fácil, ni mucho menos. Padura pinta un fresco de la Cuba de 2016 con unas cuantas pinceladas: los engorros de la doble moneda; el «problema tremendo de la escasez de un petróleo que le venía de Venezuela»; el desequilibrio entre «un salario medio de 500 o 600 pesos y el precio de una botella de aceite de soja o girasol, que cuesta 50 pesos, una décima parte del salario»; la proliferación de «pequeños negocios familiares a veces mucho más allá del margen de lo legal»; las migraciones internas que concentran en La Habana poblaciones «en condiciones muy desfavorables» que -asegura el escritor- «yo no había conocido», una realidad de lo que era la pobreza en Cuba, una pobreza «sub-normal».

Y junto a todo ello, la aparición de «bares y restaurantes con precios como los de Madrid»; la irrupción de «una gran cantidad de visitantes de Estados Unidos que moviliza la sociedad en lo económico y en todo lo que se mueve alrededor del turismo»; los 140 vuelos semanales del puente aéreo La Habana-Miami y los ferris que se esperan... Todo ello, aún, bajo la losa del embargo, el gran «problema pendiente» y puesto contra  el incierto horizonte de un 2018 en el que Raúl Castro dejará la presidencia de la isla. Es un acúmulo de cambios en que, con todo, «no acaban de notarse en la vida cotidiana de los ciudadanos», según el escritor, pero que sí han alterado notablemente una sociedad «que hasta ahora era totalmente homogénea». Una sociedad que, en definitiva, «ha dejado de existir».

Pero a renglón seguido, como lo hizo en octubre cuando vino a recoger su premio y como lo ha hecho tantas veces, Padura recuerda que él no es «sociólogo ni político sino escritor», alguien interesado en «la perspectiva más íntima y afectiva» de esa realidad y su influencia sobre sus humanísimos personajes, con los que mantiene una relación de desdoblamiento, de pertenencia generacional, de esperanzas y fracasos que al final le obliga a ser sobre todo «un cronista que, como Mario Conde, constata un extraño sentimiento, el de no comprender y de pertenecer cada vez menos» a ese mundo cambiante. Como el melancólico detective habanero con el que se lleva un año, el autor cruza la raya de los sesenta recordando que «a Hemingway a esa edad le llamaban El Viejo» y con la sensación de que es buen momento para «pensar y sacar cuentas». En ello debe andar Padura con la redacción -tan llena de «dudas» como siempre- de una novela del ciclo condal que «seguramente estará acabada para el año que viene».

Además de todo esto, Leonardo Padura se muestra muy generoso, manirroto incluso, con cada pregunta de los periodistas a pesar de la solana y el vendaval. Aborda por extenso el cambio de los hábitos lectores en una Cuba donde, aunque Internet renquea, «ya es posible ver la última temporada de Juego de tronos o la segunda de Better call Saul» gracias al comercio de discos duros -los llamados paquetes- pero donde también se registra ya una «depresión»  en la producción interna de libros, «una gran carencia de posibles lectores donde más lectores había».

Habla también del nuevo ambiente que se respira en un Miami donde ya hay «recambio generacional». Comparte anécdotas (como la del feroz aduanero yanqui que acabó preguntándole «por qué los cubanos no leen a Lezama Lima») y confesiones literarias («me encantaría escribir ciencia-ficción pero no tengo imaginación para eso»). Y matiza que, en su condición de «escritor independiente» (el primero que se acogió formalmente a tal figura legal cuando ello fue posible en La Habana) en sus libros no hay censura ni autocensura, pero sí un «respeto a ciertas convenciones, no necesariamente políticas» en la convicción de que es preciso «entender determinados contextos para evitar lo inapropiado o lo hiriente»: «Hay escritores que buscan ser agresivos; no es mi caso», ha zanjado al respecto.

Finalmente, Leonardo Padura, como gusta de hacer su Mario Conde, acaba por echar también la vista atrás para recordar aquella primera Semana Negra a la que llegó como corresponsal y de la que se fue con «dos maletas de libros», la amistad de Vázquez Montalbán o Juan Madrid, el descubrimiento de los maestros norteamericanos, franceses o italianos del género negro y de su «boom español», además de un sentimiento que entonces era muy interno, «de cofradía». Eso ha cambiado mucho, claro. «El festival ha tenido sus adaptaciones a distintos momentos culturales, económicos y políticos, de la ciudad, y del mundo de la literatura y del libro, pero sigue siendo un festival de resistencia, ha resistido todos los embates y sigue siendo una referencia», afirma Padura. Lo tiene claro: «Aunque ahora existan muchos festivales de novela negra, el origen de todos está en Gijón».