Una semblanza del nuevo Premio Princesa de las Letras a cargo del profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Oviedo Javier García Rodríguez
16 jun 2016 . Actualizado a las 00:45 h.Voy a serte sincero, Richard Ford. No me gusta que te llamen realista. Ya sé que tú mismo te aferras a esa etiqueta como a un clavo ardiendo, que te la adjudicas a cada paso, que la reivindicas siempre que tienes ocasión. Son las deudas que pagas con tus inicios como escritor, con tu prehistoria literaria, con tus ilusiones primerizas de conseguir venderle a las grandes revistas reportajes que sonaran a literatura, relatos encubiertos, artículos que vinieran a cuento, ficciones que no parecieran ficciones. La ficción vino luego, de la mano del muchacho que era mal estudiante, que tenía problemas de comprensión lectora, que se asombraba de cada situación, de cada anécdota, de cada personaje con los que te topabas. Quizá por eso el lenguaje, el estilo, la palabra, quedaron en ti como elemento sobre el que pivotan las situaciones y los argumentos. La sociedad norteamericana, sus miserias y sus grandezas entreveradas, sus infinitas mentiras para sostenerse más allá de la misericordia, de las familias que hacen como que se quieren, de los planes de pensiones siempre al borde del desastre, de los choques raciales, de la gran depresión, se reconoce en ti y aparta la vista, avergonzada. Tú insistes en dinamitar su esencia programando una felicidad nada impostada, un personaje enfrentado al simulacro de las realidades paralelas (el amor, el deporte) con las armas veraces de la resistencia. Y de la ficción.
Profesor Ford, permíteme que sea franco contigo. Casi todos han bebido de tu licor amargo: tus alumnos directos, los de los programas de escritura creativa, también los realistas desatados, los canónicos, los de Granta, los de la Best American Short Stories, los chejovistas y los estajanovistas de la «gran novela americana». Entre la novela y el relato corto, el bisturí certero de tu técnica corta donde debe pero no se resigna a no dejar una cicatriz visible. Nada que no conduzca a la esperanza paciente en forma de mirada oblicua. Ser tú y ser otro a través de Frank Bascombe, delinear los motivos por los que convertir cada día en un día de Acción de Gracias, desacralizar las instituciones sin tregua, arrancar a la palabra de su espacio acomodado. Y luego la técnica, claro. Tan denostada por los hipócritas, por los mercaderes del facilismo, por los hidalgos del blasón de la práctica sin teoría. Tan necesaria.
Todo ello para que se cumpla aquel anuncio de televisión de los años noventa. En el Condado de Chevrolet, todos conducen Ford.