«Me cuesta opinar desde la distancia, pero una iniciativa como Cineteca, donde se habla de programar, dinamizar el cine asturiano, ayudar a la distribución y de una Film Commission, debería ser entendida por todo el mundo como una buena noticia»
22 may 2016 . Actualizado a las 13:58 h.Fran Gayo (Gijón, 1970) se convertía hace unos días en el nuevo director artístico del Festival Internacional de Cine de Ourense (OUFF), que celebrará su próxima edición en el otoño. Programador del Festival Internacional de Cine de Xixón, el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires y el cine del Centro Niemeyer, el gijonés comienza así una nueva etapa en una trayectoria que también ha tenido una vertiente musical con el grupo Mus y con el álbum en solitario Las próximas cosechas.
-Ha sido programador en el Festival Internacional de Cine de Gijón y en el BAFICI, pero es la primera vez que coordinará un festival como director artístico. Supongo que, además de un paso adelante, su llegada al Festival Internacional de Cine de Ourense constituye un reto...
Yo me tomo el hecho de ser director artístico como una eventualidad, quiero decir, mi vocación es la de programador, de ahí vengo y sé que en algún momento volveré a eso, de hecho diría que me resulta bastante extraña la idea de un festival dirigido por alguien que no haya programado antes. Más allá de eso, obviamente constituye un reto, no sólo profesional, sino personal.
-¿En qué líneas maestras se basa su proyecto para el certamen?
Creo que se debe hacer un festival desde un lugar de convicción absoluta, sin medias tintas ni tratar de nadar y guardar la ropa. Este año las líneas las marcan las dos competencias, de cine iberoamericano y óperas primas, respectivamente, pero todo lo demás (los focos, la selección de los jurados o los lugares que propicias para que la gente se relacione con los cineastas y críticos) ayudará a apuntalar estas líneas maestras.
-La próxima edición del OUFF se celebrará dentro de unos pocos meses. ¿Es muy poco tiempo para evaluar su propuesta? ¿Habrá que esperar al 2017 para empezar a calibrar en su justa medida cómo será el festival de Fran Gayo?
Obviamente, este será un año de transición, de hacer equipo y de llegar hasta donde podamos con los medios de los que se dispone. Es importante tomar la medida al festival y tratar de no excederla ni quedarse cortos. Si tenemos medios como para poner a andar un festival que mida cincuenta películas, no tratemos llegar al de sesenta. El trabajar con los tiempos recortados no es lo mejor para la salud de nadie, pero a veces la necesidad obliga, y ésta es una de esas veces.
-Usted se licencia en Filología Hispánica y comienza a trabajar en la década de 1990 como programador del Festival Internacional de Cine de Gijón. ¿Cómo y por qué se produce ese salto de la letra a la pantalla, de la palabra a la imagen?
Me quedaba una asignatura para terminar quinto de Filología y tenía dos opciones: agarrar un trabajo de programador que me acababan de ofrecer (sin que supiese muy bien de qué se trataba) o aprobar esa asignatura y preparar oposiciones. Obviamente escogí empezar a trabajar. Y aprobar la asignatura.
-Imagino que la experiencia de Gijón resulta crucial en su carrera, primero, por lo que tiene de formación, pero también por lo que supongo que sería la consolidación de una perspectiva particular acerca del cine y su papel en el plano sociológico y cultural.
Absolutamente, los años de Xixón fueron años de formación, de ir perfilando no sólo el tipo de cine que me gustaría defender, sino también de definir una manera de relacionarme con ese cine, de ir poco a poco identificándote más con unos festivales que con otros, de formar una especie de vínculo casi familiar con algunos cineastas, críticos, distribuidores...
-El traslado a Buenos Aires, en ese aspecto, tuvo que suponer una ruptura importante por lo que supone adaptarse a otro país, a otro continente, a otra cultura. ¿Qué semejanzas y qué diferencias vio entre la percepción del cine a uno y otro lado del Atlántico?
Supone una cura de humildad, que recomiendo a cualquiera, comenzar a trabajar como coordinador en un festival que dirigía Sergio Wolf y en el que estaban programadores a los que yo admiraba muchísimo como Diego Trerotola o Javier Porta Fouz... Daba un poco de miedo. Por suerte no fui programador hasta tres años después, porque de haber sido así, programador desde mi primer día en la Argentina, no me hubiese atrevido ni a abrir la boca. Calculo que los diferentes equipos de programación con los que trabajé estos siete años no se dieron cuenta, pero para mí fueron años de escuchar mucho, de enojarme unas veces y saltar de alegría otras, pero de aprender siempre.
-¿Qué balance hace de esos siete años?
Absolutamente positivo, con una mezcla en la que se une lo profesional y lo emocional de manera muy fuerte. Me sirvió para muchas cosas. Empiezas a valorar con un poquito más de distancia los criterios de programación de los festivales clase A, no te los tomas tan en serio. Empiezas a asumir que nuestro trabajo es necesariamente imperfecto, que cada año hay montones de grandes cineastas a los que seguramente no tendremos acceso y quedarán en la sombra simplemente porque no pasan por los filtros a través de los que todo nos llega. Y empiezas también a dejar vicios que a veces se tienen en los festivales europeos, como legitimar tu criterio de programación a partir de los premios grandes que se puedan llevar las películas que van a tu festival, anunciar a bombo y platillo que estuvieron en los Globos de Oro, los Oscar, los Goya... Son cosas que ves con mucha más distancia, creo.
-Hace un tiempo escribíó un blog bastante seguido, Cartes playes, en el que daba cuenta de sus primeros años en Argentina y conjuraba la nostalgia de su tierra natal. El pasado diciembre llegó a las librerías Cadena de frío, una serie de prosas poéticas en las que reflexionaba sobre la identidad e, implícitamente, daba vueltas en torno al concepto de patria. ¿Qué supone este regreso no a Asturias, pero sí a España, en el plano más personal?
Aún no lo sé, ni siquiera es un regreso en el sentido más estricto, con mudanza y esas cosas. Haré un viaje ahora en junio y otro en septiembre, en el que me asentaré dos meses en Ourense, hasta que el festival pase. Luego, una vez termine, veremos todo. Es complejo el plantearse el regreso. Como decía la grandísima Juana Bignozzi, «siempre se hacen mal las cuentas para una vuelta».
-En 2012, la anterior consejera de Educación, Cultura y Deporte, Ana González, le llamó para encomendarle la programación del cine del Centro Niemeyer, que sigue diseñando en la actualidad. ¿Cómo fue ese reencuentro, aunque se diera desde la distancia, con el público asturiano? ¿Piensa seguir manteniendo esa colaboración desde sus nuevas responsabilidades en Orense?
Digamos que, como en la anterior pregunta, todo queda pendiente del festival de 2017, este año está establecido así ya. En cuanto a la experiencia, han sido tres años y pico de un trabajo en el que he sido muy afortunado, el equipo del Centro es increíble y de ellos es casi todo el mérito de que se puedan programar sin sobresaltos las películas que escoge un señor que está a 10.000 kms. Es un proyecto del que me siento extremadamente orgulloso.
-No sé si sigue el día a día de Asturias. A las diferentes polémicas surgidas alrededor del Festival Internacional de Cine de Gijón, del que incluso se rumoreó que sonaba su nombre como el del futuro director, se ha sumado ahora la inauguración de una cineteca en Laboral Ciudad de la Cultura que ha abierto un nuevo frente de batalla entre las administraciones y que salpica incluso a la Universidad de Oviedo. ¿Por qué es tan difícil consensuar un modelo cultural válido y asumible por todas las partes? ¿No debería la cultura abandonar su condición de caballo de batalla para convertirse realmente en un factor de cohesión?
Me cuesta algo opinar sobre ese tema estando en la distancia, tengo la sensación de que hay mil piezas del puzzle que me he perdido, pero inicialmente, aislándolo de quién programe o quién no, creo que la creación de una iniciativa como la de la Cineteca, donde se habla no sólo de programar cine si no de dinamizar el cine asturiano, ayudar a la distribución además de poner una film commission en funcionamiento, debería ser entendida por todo el mundo como una buena noticia, con todas las puntualizaciones que le quieras hacer, que seguro serán muchas. Algunas se corregirán y otras ya se verá, pero el no concederle ni un mínimo margen de confianza es algo que no logro entender.
-Cuando José Luis Cienfuegos, con quien usted trabajó muy estrechamente en su etapa en el FICX, se hizo cargo del festival de Sevilla, fueron muchos los ojos que desde Asturias se posaron en el certamen andaluz. ¿Es consciente de que ahora ocurrirá lo mismo con usted, de que lo que haga en Orense tendrá una repercusión directa, aunque puede que diluida, en su propia casa?
Es una variable en la que no me puedo detener, creo que va a ser una edición que haremos contrarreloj, por momentos en la distancia, creo que en un punto es una prueba de fuego para todos, para el festival y para mí, y pararme a considerar si en Asturias hay gente pendiente o despendiente de los resultados finales, ya sea con buena o mala intención, no entra en mi lista de tareas.