Entre Berducedo y Grandas de Salime fue donde «se salió el diablo»

CAMINO DE SANTIAGO

Capilla de Santa Marina de Buspol.
Capilla de Santa Marina de Buspol.

La séptima etapa, que recorre 21,4 km, ofrece parajes con impresionantes vistas, abruptas subidas y descensos, monumentos y una singular leyenda sobre el origen de algunos topónimos

17 jul 2016 . Actualizado a las 09:38 h.

Lo que hay que hacer

De Berducedo a La Mesa hay unos cinco kilómetros de suave recorrido sobre relieves llanos, lo que constituye una buena cosa porque permite que nuestros músculos entren en rodaje sin demasiados traumas y vayan calentando para hacer frente a todo lo que se les irá poniendo por delante a medida que avance la jornada. Una vez abandonado Berducedo por las proximidades de la iglesia, debemos avanzar por una pista y tomar luego un camino que sigue una leve pendiente hasta dar con un pequeño bosque de pino silvestre en el que cogeremos ya la carretera que pausadamente nos depositará en La Mesa. Una vez aquí, hay que atravesar el pueblo, pasando junto a la iglesia y el albergue, para encontrarse con la primera prueba de la etapa, tan inesperada que no podremos menos que sorprendernos de su dureza cuando ya llevemos andados unos buenos metros. Se trata de la abrupta subida -150 metros en apenas un kilómetro- que nos hace rodear la peña de los Coriscos, pasando junto a unos molinos de viento, para descender luego ligeramente hasta el lugar llamado de Buspol, donde hubo en tiempos un hospital de peregrinos del que, una vez más, sólo ha sobrevivido una humilde capilla junto a la que pasaremos antes de llegar al verdadero meollo de la jornada.

Peña de los Coriscos.
Peña de los Coriscos.

El descenso a la cuenca del Navia es de los que se recuerdan: 760 metros de desnivel que hay que ir superando con mucha precaución para no cargar los gemelos más de lo necesario y que a cambio nos obsequiarán con una perspectiva abrumadora del que seguramente sea uno de los embalses más bellos de Asturias. Al inicio de la bajada podemos ver frente a nosotros, al otro lado del valle y si la niebla no lo impide, el caserío de Grandas de Salime, donde celebraremos el final de la etapa. La perspectiva puede llevarnos a una confusión: es fácil creer que el recorrido hasta allí será tan breve como sencillo, pero en realidad no gozará de ninguna de esas dos virtudes. Al contrario, el descenso se revelará como más largo de lo previsto inicialmente y el esfuerzo hará que en ocasiones resulte extremadamente fatigoso, pero la llegada a un soberbio castañar en sombra y la posterior desembocadura en la carretera permiten una pequeña tregua que no tardaremos en valorar como se merece. El paisaje de estos parajes es agreste y hasta arisco de tan duro, pero también está dotado de una hermosura singular que conviene apreciar despacio, prestando especial atención a los contrastes que dibuja la paleta de colores que separan montes, cielo y agua.

La cuenca del Navia, desde las inmediaciones de Buspol.
La cuenca del Navia, desde las inmediaciones de Buspol.

Debemos cruzar la impresionante presa de Salime para emprender el último y extenuante trecho de la etapa. Se trata de la subida de unos 6 kilómetros que nos llevará a la localidad de Grandas y que presenta dos dificultades: por un lado, su propia condición de ascenso continuado, sin apenas respiros, que la convierte en un duro colofón; por otro, el hecho de que la mayor parte del trayecto se desarrolle sobre el duro asfalto, siempre mucho más cansino que cualquier otra superficie. Por eso, el último kilómetro, ya sobre una encantadora senda boscosa, no deja de ser un respiro que se convierte en bocanada de alivio cuando nos vemos tomando la avenida del Ferreiro, la arteria por la que el Camino entra en Grandas de Salime y a cuyo término encontraremos el centro del pueblo, presidido por el edificio del Ayuntamiento y la sugerente silueta de la iglesia de San Salvador.

Una pareja de peregrinos emprende el descenso hacia el embalse de Salime.
Una pareja de peregrinos emprende el descenso hacia el embalse de Salime.

Lo que hay que ver

La iglesia de Santa María Magdalena, en La Mesa, se construyó entre los siglos XVII y XVIII sobre un túmulo prehistórico y consta de planta rectangular, nave única y presbiterio elevado en altura sobre el resto. Conserva dos aras y una pila bautismal que probablemente proceden de una construcción anterior. La capilla de Santa Marina de Buspol, por su parte, está construida con piedra y lajas de pizarra y cuenta con una espadaña donde durante siglos tañó una campana datada en 1327, la tercera más antigua de Asturias, que hoy se ha retirado por motivos de seguridad. La capilla es una construcción sencillísima de tan humilde, pero muy sugestiva por lo que tiene de pervivencia de la religiosidad rural, y en su interior destacan las tallas de reminiscencias medievales y barrocas que adornan su modesto retablo.

Iglesia de Santa María Magdalena (La Mesa).
Iglesia de Santa María Magdalena (La Mesa).

Desde Buspol ya comienzan a apreciarse, allá al fondo, las procelosidades del embalse. Es sólo una de las tres partes de las que consta el llamado Salto de Salime, conjunto formado, además de por el lago artificial, por la presa y por la central eléctrica instalada a sus pies. Sus obras se iniciaron en 1946 y, aunque estuvieron acabadas en 1955, no obtuvieron el acta de reconocimiento final y puesta en marcha hasta el 1 de marzo de 1957. El proyecto se debe a la oficina técnica del antiguo Banco Urquijo, dirigida por Enrique Becerril, en aquellos años catedrático de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, y por Antón Miralles. En la presa, de verdad imponente, dejaron su huella artística Joaquín Vaquero Palacios y Joaquín Vaquero Turcios, este último autor de un inmenso mural que atraviesa el interior de la infraestructura y también de la llamada Boca de la Ballena, un mirador vertiginoso desde el que podemos asomarnos al abismo de la presa y apreciar los vestigios de las construcciones auxiliares que hubo que levantar en la ladera para culminar con éxito esta monumental obra civil.

Salto de Salime.
Salto de Salime.

En Grandas de Salime hay que hacer una visita al Museo Etnográfico, sin duda su equipamiento más paradigmático y emblema y resumen de lo que fueron la vida, los trabajos y las costumbres en la sociedad rural del suroccidente asturiano. Instalado en un principio en lo que fuera Casa Rectoral, poco a poco sus dominios fueron aumentando hasta constituir hoy casi un pequeño poblado que recrea diversos ambientes y en el que la sensación de viaje al pasado es constante.

Portada románica y pila bautismal de la iglesia de San Salvador (Grandas de Salime).
Portada románica y pila bautismal de la iglesia de San Salvador (Grandas de Salime).

No está lejos de allí la iglesia de San Salvador, cuyos orígenes se remontan al año 1186. Al edificio del templo se le fueron añadiendo posteriormente la torre, el cabildo, las capillas del crucero y las dos sacristías. El resultado que ha llegado hasta nuestros días constituye una amalgama de estilos que llama la atención por su armonía. La iglesia se reconstruyó completamente en el siglo XVIII, y en su aspecto exterior destacan especialmente los soportales cerrados que lo rodean y que se levantaron en el XIX. De su embrión medieval se conservan una portada del siglo XII que se muestra hoy en el espacio que hace de antesala entre el pórtico y la nave, la pila medieval y las gárgolas. La puerta interior conserva antiguos herrajes que posiblemente quepa datar en el siglo XV, y el retablo mayor, de estilo barroco, merece una contemplación detenida.

La cuenca del Navia, desde las inmediaciones de Buspol.
La cuenca del Navia, desde las inmediaciones de Buspol.

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Una leyenda diabólica

Las aguas del embalse supusieron la sepultura de una docena de pueblos que comenzaron a languidecer en el olvido cuando la instalación abrió por vez primera sus compuertas. Hay una leyenda conocida que cuenta cómo el diablo, en tiempos muy remotos, andaba saltando de peña en peña por estos parajes cuando un inoportuno traspiés le hizo caer al río Navia y verse arrastrado por las aguas, que en aquella estación bajaban abundantes. Tras mucho porfiar, consiguió agarrarse a unas hierbas que crecían en la orilla y abandonar la torrencial corriente, lo que celebró gritando a los cuatro vientos:

-¡Salime! ¡Salime!

Pero Lucifer no lo tuvo tan fácil como pensaba. Unos lugareños que escucharon sus voces y acudieron a ver qué ocurría hicieron valer su superioridad numérica y su fuerza para agarrar entre todos al pobre diablo (nunca mejor dicho) y volver echarle al río. Tras descender con la corriente unos cuantos metros más, consiguió repetir la operación y ponerse a salvo en tierra firme, cosa que celebró exclamando en un tono mucho más disimulado:

-¡Subsalime!

Y así fue como quedaron bautizados dos de los núcleos que en su día se alzaron en esta cuenca anegada hoy por el embalse. Pero no son Salime y Subsalime los únicos pueblos que han perecido a manos del progreso. Junto a ellos yacen en el fondo de este enorme estanque lo que una vez fueron los lugares de San Pedro de Ernes, A Quintana, Salcedo, Veiga Grande, San Feliz, Saborín, Barqueiría, Doade, Riodeporco y Vilagudín.

En Salime había un puente del que se conserva una fotografía publicada en el tomo III de la monumental Asturias que coordinaron Octavio Bellmunt y Fermín Canella y cuyas hechuras y gracia -tal daba la impresión de que su fábrica quedaba suspendida sobre el abismo abierto entre dos riscos- fueron elogiadas por Gaspar Melchor de Jovellanos. De factura medieval, había en él una inscripción cuya memoria ha perdurado y en la que quedaba constancia de una autoría que, con el paso de los años, también ha adquirido ciertos aires de leyenda. Rezaba: «Pedro de Pedre, de Castro natural, hizo el puente de Salime, la iglesia y el hospital, y la catedral de Lugo, a donde se fue a enterrar». Estaba datada en abril de 1113.

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Comer y dormir

Ya hemos hablado del Albergue de Peregrinos de La Mesa (La Mesa, s/n; tfnos: 985 627 272; 633 148 071) y de cómo supone una buena opción para aquellos peregrinos que decidan avanzar unos kilómetros más en vez de pasar la noche en Berducedo. No está de más advertir de que, tanto en un caso como en el otro, conviene abandonar Berducedo bien provisionados, ya que en La Mesa apenas hay servicios y no encontraremos otro lugar donde abastecernos hasta superar la presa de Salime, lo que supone muchas horas de caminata sin posibilidad de reponer víveres.

Avenida del Ferreiro, en Grandas de Salime.
Avenida del Ferreiro, en Grandas de Salime.

Casi al pie de la presa, precisamente, se levanta el Hotel Las Grandas (Vistalegre, s/n; tfno: 985 627 230; web: www.hotellasgrandas.es), desde el que se obtienen unas vistas idílicas del embalse y donde muchos peregrinos optan por quedarse a descansar para afrontar con más fuerzas los kilómetros de subida que restan hasta Grandas de Salime. Hay, de hecho, quien diseña una etapa intermedia que comienza aquí y termina en la población de Castro para mitigar los rigores de este tramo del Primitivo en el que abandonamos Asturias para penetrar en Galicia, sin duda el más duro de todo el itinerario.

Iglesia, antigua Colegiata, de San Salvador (Grandas de Salime).
Iglesia, antigua Colegiata, de San Salvador (Grandas de Salime).

No obstante, en Grandas de Salime hay abundantes opciones para el buen descanso. Está el Albergue de El Salvador (avda. de la Costa, 20; tfnos: 985 627 021 / 633 148 071), que cuenta con todas las comodidades y goza del beneplácito de la inmensa mayoría de romeros que han pasado por sus instalaciones, y hay también una tupida red de alojamientos capaces de colmar cualquier expectativa. El Hotel La Barra (avda. de la Costa, 4; tfno: 985 627 196) cuenta con todas las comodidades y unas instalaciones modernas, además de una cafetería bien provista de bebida y comida y donde desde primera hora sirven desayunos. También hay comida y bebida en el Hostal Occidente (c/ Antonio Machado, s/n; tfnos: 986 627 241 / 659 123 467), un establecimiento con solera donde goza de merecida fama el pulpo con patatas que preparan en la taberna abierta en sus bajos y cuyo comedor vale la pena visitar. La Pensión Arreigada (c/ Pedro de Pedre, 9; tfno: 985 627 017) dispone de una docena de plazas y sirve en su restaurante un sustancioso menú del día. En la misma calle se encuentra el Café de Jaime, uno de los más populares del pueblo, y junto al flanco norte de la iglesia se encuentra el Café Bar Centro, donde sirven sustanciosos bocadillos.