Contracrónica del ascenso del Real Oviedo: cuando el sollozo se impone al grito
AZUL CARBAYÓN

Sobre lo vivido en el Carlos Tartiere el pasado sábado y la fiesta en las calles de la capital del Principado
24 jun 2025 . Actualizado a las 13:57 h.Era una sensación rara. Fue una previa rara. Un año antes, en la Plaza de la Sardana de Cornellá, había nervios de los que sacan sonrisas. El Real Oviedo estaba a las puertas de la gloria, pero era la primera vez en 23 años y te la jugabas en el estadio del gran favorito de la categoría al arrancar la temporada. Este sábado, el Real Oviedo estaba a las puertas de la gloria por segunda vez en 24 años. Había que ganar un partido al Mirandés en el Carlos Tartiere. Esto era otra cosa. Optimismo, sí, pero responsabilidad tambien. Responsabilidad en los aficiondos, como si estos fuesen los que jugasen y no los que se calzan las botas. Seguramente fuese así, en verdad, seguramente tocaba jugar.
Uno caminaba por Pedro Miñor cuatro horas antes del comienzo de la guerra y no había una mirada disonante. Los convencidos y los más dubitativos, pero todos concienciados. Riki Rodríguez, Michu, Abel Bretones, Christian Fernández, los hermanos Mier... Casi no había ni fotos con los ídolos porque todo el mundo estaba a lo que había que estar. Ya en el Tartiere, parecido. Se cantó el himno y se lloró. Se cantó el 'Asturias patria querida' y se lloró. Se cantó el 'Volveremos' y se lloró. Lágrimas, abrazo al de al lado -fuese quien fuese- y que empiece el partido. Nada era normal porque lo que le pasó al Real Oviedo desde aquel descenso en Mallorca no fue normal. Y como no fue normal su viacrucis, tampoco tenía que ser normal su regreso.

Más allá de la euforia de los goles, los silencios. Los silencios que se colaban entre el éxtasis, antes y después. Antes, cuando el árbitro pitó el penalti y 29.000 personas se callaron cuando Santi Cazorla cogió el balón con sus manos. Antes, justo en ese momento en el que Ilyas Chaira cargaba su pierna derecha para marcar el gol de su vida. Antes, cuando un despeje de Dani Calvo murió en el muslo de Francisco Portillo. Después, cuando Panichelli cabeceó a la red o cuando el Mirandés veía de cerca a Aarón Escandell. Y más allá de los silencios, los momentos de reflexión. A cada gol, a cada momento en el que el Real Oviedo le daba un mordisco al ascenso, los vomitorios, las escaleras y los pasillos del Tartiere se llenaban de aficionados azules. De pie, unos con las manos en la cara, otros mirando al frente. Tratando de procesar un instante único e intentando no ser sorprendidos en cualquier momento por un despertador.
Lo de la prórroga, antes y, sobre todo, después del gol de Portillo, no se puede explicar aquí. Ningún vídeo, ninguna foto, ningún texto conseguirá poner en situación a nadie. Los sollozos, esos sollozos. Porque cuando los sollozos se imponen a los gritos sabes que lo que se ha conseguido en ese momento va más allá de un simple éxito deportivo. Y lo que iba a conseguir el Real Oviedo cuando Sesma Espinosa pitase el final del partido era algo gigante. El 'Volveremos' más emotivo que nunca jamás se haya cantado, el más conveniente, el más necesario. El recuerdo a cierto alcalde también quedó plasmado, aunque los tres pitidos se colasen en el pertinente cántico. Y vuelta a los sollozos. Muchos gritaban, pero la mayoría lloraba. También un Veljko Paunovic que por fin saldaba una deuda. Su deuda.

Los que saltaron al césped del Tartiere cuando el Arteixo puso punto final a aquella temporada que arrancó con el gol de Kily ahora repetían el gesto con un evidente dolor de espalda mientras lo realizaban. Más de 20 años es lo que tiene. Por su derecha y por su izquierda, niños y adolescentes les adelantaban sin pestañear con la rabia del que lleva toda una vida soñando con vivir ese preciso momento. La carrera de Santi Cazorla, que finalizó en el centro del campo porque a partir de ahí la masa le engulló. Y entre lo poco que se podía entender, «gracias» se repetía una y mil veces más. Que el capitán y símbolo azul llegase al cordón de seguridad caminando junto a sus fieles, charlando con ellos y hasta conversando después de cada abrazo es algo que describe a la perfección a la persona de la que hablamos.
Fuera del Tartiere, de camino a Plaza América, los oviedistas flotaban. Los abrazos que se fueron sucediendo en ese trayecto quedarán para siempre en la memoria de cada uno, porque cada oviedista tiene una historia que es única y, sobre todo, suya. Solo se veían abrazos de camino a Plaza América. Ver a Santi Cazorla y Diego Cervero liderando los actos de la celebración reconfortó al oviedismo porque en el autobús y encima del escenario hicieron exactamente lo que hubiese hecho cualquier oviedista que haya vivido este siglo XXI tan jodido. Lo mismo. Desde recordar a Pelayo Novo y Armando Barbón, mencionar a Manolo Lafuente, Fidalgo y Sid Lowe o sacar al ruedo de la calle Uría a un jodido mito del 2003 como Jon Carrera. La celebración que solo puede nacer de ti tras lo sufrido -y disfrutado en ocasiones- los últimos 24 años.
El partido fue una batalla, pero no es un martes este para analizar nada. Este es un martes para llorar de felicidad y pensar en la temporada 25/26. A ver si llega pronto. Qué bonito fue. Qué bonito está siendo.