
Desde el amanecer del sábado, desde que los primeros rayos de sol tocaron el Naranco, todo Oviedo sabía a moneda en el aire. Dicen que esa es la mejor manera de saber cómo resolver un dilema, lanzar una moneda al aire y entonces, antes de que caiga, ya sabes qué opción quieres realmente. Había pocas dudas en Oviedo sobre lo que la ciudad quería pero desde el amanecer se paladeaba en cada esquina, cada bache en el suelo de la calle tenía ese regusto a deseo por cumplir.
Y pasó. No hay nada igual a cuando la moneda cae en la palma de tu mano por el lado que esperabas. Aunque esta no es una historia de suerte.
De profundis. Desde los abismos más hondos el Real Oviedo tuvo que alzarse, volver a caer y levantarse entre traiciones, desgracias que rompen el corazón; renacer y sanar muchas veces en un entorno hostil. Desde lo más profundo, puliendo con sus propias manos los escalones de la ascensión para salir de la negrura del fondo. Fueron 24 años y a todos nos caben muchas historias en ese tiempo; alegrías, decepciones, personas especiales que se fueron sin poder verlo. Anoche en el Tartiere miles de desconocidos se abrazaban cómo hermanos, nadie sentía vergüenza de andar con lágrimas en los ojos mirando cómo un sueño de dos décadas y media cristalizaba y se hacía realidad entre sus manos.
El ascenso del Real Oviedo, su devenir en este primer cuarto del siglo XXI, es sin duda una de las grandes historias del fútbol universal, no hay otra gesta igual, nadie pasó penurias como estas, nadie se forjó así entre el fuego y el hielo. Pero por si no fuera suficiente sumamos otra más de las grandes gestas del fútbol, la de Santiago Cazorla.
El mago de Fonciello, esi guaje pequeñín que sale en vídeos viejos del Oviedo, que se fue a ser un maestro del fútbol internacional, que hizo todo lo que se puede hacer en equipos y selección. Que tuvo que vivir su propio infierno particular, su descenso a los abismos y su escalada poniendo un pie delante del otro cuando cada paso es una huella de dolor. Y vino con nosotros para llevarnos de la mano a las estrellas.
Tenemos la mejor historia del mundo, no lo dudo. Y es igual. También la teníamos el año pasado y perdimos. También el Mirandés tenía su propia gran historia. Una de las lecciones de esa veintena de años infernales es que no importa tener razón o ser valiente para ganar, «que la fuerza puede destruir el alma», pero seguimos adelante igual buscando un horizonte que no existía, que nuestros ojos ciegos tenían que inventar. Lo hicimos y mereció la pena, porque las grandes historias se construyen así, trenzando hebras de mimo y sufrimiento.
Tenemos la mejor historia del mundo porque la hicimos entre todos, porque anoche en Oviedo, cuando el sol se había ido ya y el Naranco era una gran sombra, tocamos la leyenda con nuestros propios dedos, le pusimos cuerpo a las canciones que se cantarán en tiempos por venir.
Tenemos la mejor historia y lo mejor es que sólo acaba de empezar.
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