Miradas de ayer y de hoy: la contracrónica del triunfo del Oviedo en Eibar

Pablo Fernández OVIEDO

AZUL CARBAYÓN

Afición del Real Oviedo en Ipurua
Afición del Real Oviedo en Ipurua JUAN HERRERO | EFE

Lo vivido en las gradas y en el césped de Ipurua, el antes y el después del partido y la llegada a la capital del Principado a las 04:00 horas

14 jun 2024 . Actualizado a las 07:52 h.

Otra vez Eibar. Diez días después de sufrir más por lo que estaba pasando en un estadio ubicado en un pueblo de Castellón que por lo que estaba pasando en Ipurua, ahora sí los ojos del oviedismo solo estaban fijados en el rectángulo de juego que tenían a escasos metros. Había más gente que diez días atrás. Bastante más. La grada Este estaba repleta, eso era lo esperado, pero en las contiguas no paraban de verse banderas, bufandas y camisetas azules. Incluso cerca del otro fondo, ya a escasos asientos de la grada de animación local, aparecían aficionados del Real Oviedo. Unas horas antes, la plaza del ayuntamiento eibarrés se iba llenando a medida que el miércoles laborable avanzaba. 

Ya en las inmediaciones de Ipurua, mucha gente miraba a sus móviles. El autobús del Real Oviedo estaba a punto de llegar desde Durango y los ocho autobuses de aficionados oviedistas iban por detrás. En Ipurua solo estaba la gente que había ido en su coche. Y no eran pocos, ojo. Finalmente no dio tiempo a que cuadrase todo, pero el ambiente fue emocionante igualmente. Jesús Martínez, presidente del Grupo Pachuca, alucinaba. Que el mexicano, fan del espectáculo que rodea al fútbol y acostumbrado a presenciar todo lo que ocurre en la 'jet set' de este deporte, solo pudiese dar besos y tender la mano a los allí presentes indica que él también estaba sobrepasado. Más que nadie, seguramente. 

El Real Oviedo ya estaba calentando y en la grada la espera se volvía cada vez más tensa. Justo antes de que Symmachiarii, Fondo Norte y el oviedismo en general pusieran la banda sonora del partido, había silencio. Murmullo, como mucho. La afición oviedista miraba al campo, miraba a sus jugadores, miraba a la grada... miraba a la nada. En La Bolera, el bar donde los mil oviedistas sin entrada presenciaron el partido, la espera se hacía algo más amena gracias a la cerveza y el kalimotxo. Había mucho en juego. En el campo, mientras realizaban uno de los últimos ejercicios, Seoane le dio un codazo a Borja Sánchez sin querer. Borja se quedó agachado y dolorido y Santiago Colombatto se acercó, le dio una palmada y se descojonó. El argentino tenía ganas de fiesta. 

El partido arrancó como arrancaron los dos Eibar-Real Oviedo anteriores: con un golpeo de Arbilla hacia la defensa azul. En Ipurua, hace diez días, dicha jugada acabó con una falta inexistente de Pomares. En el Tartiere, cuatro días antes, con saque de banda para el Oviedo. Ayer, tras el despeje de Pomares, con saque de banda para el Eibar. Tres desenlaces diferentes, al igual que los resultados de dichos partidos. El Oviedo parecía estar bien, pero el Eibar también. La defensa azul lucía una concentración superlativa y el talento local -qué jugador Mario Soriano- le buscaba las cosquillas cada vez que podía. Pasado el minuto 20, mano salvadora de Leo Román. El portero que para la primera ocasión clara, ese es el portero bueno. Y el del Oviedo lo es. 

Playoff de ascenso entre Eibar y Oviedo en Ipurúa
Playoff de ascenso entre Eibar y Oviedo en Ipurúa Félix Morquecho / Diario Vasco

Los azules, con Borja Sánchez cojo y Colombatto con molestias en el tobillo, acabó mejor el primer tiempo. Tras el descanso, jugada clave. Falta en la frontal del área para el Eibar. Falta en la frontal del área para Aketxe. En definitiva, casi penalti para el Eibar. Y Leo Román volvió a pararlo. Tres minutos después, Abel Bretones puso uno de los centros de la temporada y Alemao respondió con uno de los remates de la temporada. Ahí empezó el viacrucis más emotivo y alegre de los últimos años en el oviedismo. Que sí, que todavía queda lo importante. Que sí, que todavía no se ha hecho nada... bueno, eso último es más debatible. Con el 0-1, las miradas en la grada de Ipurua lo decían todo. 

Justo en la valla más cercana al césped, en la grada donde se concentraban la mayoría de los aficionados azules, estaba Toño Bernardo. O 'Xono', bueno, como le conoce el oviedismo. Histórico directivo de Symmachiarii, se alejó un poco de los suyos -que estaban unos asientos encima- y quiso ver el partido ahí. Solo, con un par de compañeros más. Animando cuando había que hacerlo, pero con ese toque reflexivo que solo casi 30 años de grada te pueden aportar. Xono es abonado desde 1988, pasó del Fondo Este del Tartiere viejo al Fondo Norte del Tartiere nuevo y, sobre todo, fue una figura trascendental en la salvación del Real Oviedo de 2003. La primera. La más difícil de todas. 

En aquel verano, con veintipocos años, se puso al servicio del presidente Manolo Lafuente para ayudar en todo lo que se pudiese. Xono, que llamó uno a uno a todos los abonados de la época, fundó la APARO junto a otros oviedistas y puso un germen en la afición carbayona que primero salvó al club y que ahora lo mantiene, no sabía ni cómo celebrar el 0-1 de Alemao. A su lado, un par de asientos a su izquierda, oviedistas de 20 años se abrazaban a los suyos, lloraban o rabiaban. Cuando Xono tenía 20 años le tocó poner de su parte para salvar al club y ahora los que tienen 20 años cuidan y siguen regando lo que se salvó. Todo eso se mezclaba por las gradas de Ipurua. Emociones de directivas, directivos, familiares... Todo. 

Con el 0-2 de Sebas Moyano se respiró... y alguno empezó a pensar en el domingo. No en el rival, ojo, en lo que se iba a empezar a jugar el domingo. Volviendo a lo del césped, el temido Galech Azpeteguia pitó el final y la alegría se desbordó. Es raro decir que tampoco era una alegría desmedida inmediatamente después de escribir la palabra 'desbordó', pero es complicado de explicar. Abrazos en el césped, abrazos en la grada. Santi Cazorla, ese canterano que se hizo grande en el fútbol mundial después de que la desgracia ocurrida en Oviedo le obligase a salir de su casa, era manteado. Yayo, capitán del filial, canterano azul desde que era benjamín y alguien que tiene que ponerse vídeos en Internet para saber lo que es un Oviedo en Primera División, lloraba desconsolado mientras miraba a los suyos. Porque Yayo, si no hubiese estado convocado, hubiese estado en Ipurua. Como Diego Cervero, que ahí estaba. La grada y el césped, el ayer y el hoy, de nuevo unidos.

Playoff de ascenso entre Eibar y Oviedo en Ipurúa
Playoff de ascenso entre Eibar y Oviedo en Ipurúa Félix Morquecho / Diario Vasco

Aplausos, cánticos, vítores, despedida al autobús en Ipurua y al coche rápidamente porque tocaba recibimiento en el Tartiere. Tocaba cumplir con esa liturgia que ha pegado fuerte en la religión azul. Cuántas cosas en tan pocas horas. En Hoznayo, parada típica de los desplazamientos por el cantábrico, se juntaron oviedistas con una peña del Sporting que viajaba a Barcelona. Alguna mirada, alguna sonrisilla tonta en el lado azul y poco más. Una anécdota. Ya en Oviedo, a las 04:00 de la mañana, el Carlos Tartiere iluminó la noche. Seguramente no tuvo ese punto mágico que solo te da la espontaneidad y que sí se vivió hace diez días, pero tampoco estuvo mal. 

Sí volvió a percibirse una cosa que, seguro, se apreciará en su máximo esplendor si en semana y media Oviedo celebra su regreso a Primera División. La media de edad en todos estos festejos azules está siendo bajísima y no es más que la muestra del oviedismo que viene. El oviedismo que ya está aquí y que observan con orgullo los y las que ya peinan canas. Lo que en su día hicieron Xono y compañía en un contexto mucho más complicado: mudar la piel de una afición con el fin de salvar el club. Eso perdura hoy en día. Y eso es algo gigante