Este viernes es 26 de marzo y el Real Oviedo celebra su 95 aniversario. Esta es una historia de Marcos García (Basiliscus1926), socio nº738 y accionista del club azul
27 mar 2021 . Actualizado a las 08:55 h.Como devorador de periódicos que soy, tengo unos cuantos ‘incunables' almacenados en un cajón. Hace tiempo, y viendo como el papel se deterioraba, decidí escanear los más destacados. Metido de lleno en el este sí y este no, me di de bruces con uno que no recordaba tener guardado.
Noviembre del 2007 y el Real Oviedo estaba atravesando su viacrucis particular. La semana después de perder en San José contra el Llanes (creo recordar que por tres goles), escribí una carta a modo de desahogo y la envié a un periódico regional, con la extraña ilusión de que no me la publicaran. Tenía la esperanza de que alguien con más criterio que el mío no le diese el visto bueno a su publicación. Ante mi sorpresa, lo hicieron. Me gustó el reencuentro. Evitaré repetirla íntegramente, el tiempo me ha cambiado y hoy hago lo mismo con ella.
En esos años del barro, como bautizamos los oviedistas a dicha época, era bastante habitual tropezarme con sujetos a los que les tenía que explicar por qué seguía asistiendo al Tartiere. Bastantes de esas veces era después de salir del campo, cuando portando orgulloso la bufanda o la camiseta del Real Oviedo visitaba la hostelería de la olvidadiza Vetusta. Lo más normal era que en el establecimiento de turno se estuviera televisando el correspondiente partido de Primera y los merengues y culés de adopción, que forman parte del atrezo de toda barra de bar que se precie, estuviesen disfrutando de las hazañas de sus equipos.
Si nadie te conocía, la cosa quedaba en el solitario «¿cómo quedó el Oviedo?». En cambio, si dabas con un conocido, llegaba la siguiente pregunta inevitable «¿pero sigues yendo al fútbol?» ¿Cómo le explicaba a uno de esos forofos que nunca habían estado en los estadios de ‘sus equipos' mi asistencia al Tartiere? Yo, que en la vida entendí la pasión por el fútbol televisado. Cómo les hacía entender la liturgia del fútbol, con sus preliminares, sus singulares ruidos y olores, sus sabores (aquí incluyo el bocadillo casero en los partidos nocturnos), todas esas sensaciones... ¿Qué más da que mi equipo estuviera en Tercera o en Segunda B? ¿Cambiaba en algo lo mencionado anteriormente? Ni me esforzaba.
Es sencillo: soy únicamente del Real Oviedo porque forma parte de mi niñez. O en palabras de Carlos Ruiz Zafón: «Ciertas imágenes de la infancia se quedan grabadas en el álbum de la mente como fotografías, como escenarios a los que, no importa el tiempo que pase, uno siempre vuelve y recuerda». Supongo que todos aquellos incondicionales del ‘Yo no abandone al Real Oviedo en Tercera' tendremos una historia similar que contar.
Mi padre empezó a llevarme a Buenavista cuando todavía era un niño. Las primeras imágenes nítidas que puedo recordar son de partidos en los años 80. No fueron buenos tiempos para el club carbayón, que malvivía en Segunda División con un campo mitad en ruinas y la otra en obras. Pero esos años están llenos de recuerdos a los que me sigo aferrando: el viaje en el Pegaso articulado de Traval, la bolsa de patatas fritas Felisa al descanso, el anuncio atronador de Anís de la Asturiana, la avioneta sobrevolando con el cartel publicitario a su cola, las broncas del respetable con su correspondiente lluvia de almohadillas granates, La Pixarra en la balaustrada... ¿Cómo olvidar aquellas tardes de domingo?
No hay más misterio. Si mi padre me decía «venga, después de comer nos vamos para Buenavista», ¿creéis que me importaba algo el rival? ¿La categoría? Jugaba el Real Oviedo y yo tenía la gran suerte de poder ir a verlo. Bastantes años después, mi hija pasó por algo parecido. Recuerdo llevarla al fútbol en esos años del barro y que algún conocido, en modo socarrón, le dijese «pobre cría, tendrá pesadillas». Yo le decía que todo lo contrario, que la adversidad forja aficionados inquebrantables. ¿Sería mejor aficionada al futbol si se hubiera quedado en casa viendo por la tele a Messi? Que me lo digan a mí, menudos años 80. En ocasiones, todavía veo a Martín Róales con unos kilos de barro pegado a sus botas intentar fajarse del central bigotudo del Sabadell.
Cabe esperar, juntando un poco de suerte y mucho trabajo, que el club azul no vaya a tardar en volver a Primera División. Para la generación de mi hija será una novedad y no tengo ninguna duda de que sabrán gestionarlo y saborearlo como se merece. Ellos solo han podido ver la parte mala de la historia azul. Ante el futuro que creo que nos espera (si el dichoso virus nos lo permite), no dejo de repetirle a mi hija lo obvio: «llegará el día en el que verás a grandes equipos y a grandes jugadores visitar el Carlos Tartiere. Y al igual que tu abuelo y yo, los verás perder»
Disfrútalo. Probablemente, ahora no te des cuenta, pero nunca podrás olvidar cómo, agarrando entre tus manos aquel pececito naranja, celebrabas los nueve goles al Vecindario. «No importa el tiempo que pase, uno siempre vuelve y recuerda».