
El sistema de producción alimentario genera obesidad y además supone una huella de carbono de entre el 30 y el 35% de la emisión de los gases invernadero. Junto a ello, millones de personas siguen pasando hambre
14 nov 2018 . Actualizado a las 18:54 h.Hamburguesas que salen más baratas que una manzana y tomates que acaban en la basura por ser feos. Son las excentricidades que suceden en el reparto mundial de la alimentación que, recogida como segunda prioridad dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (ODS), es uno de los elementos clave a la hora de comprender y medir la desigualdad del planeta. De las paradojas vergonzantes de esta mala gestión se habló la semana pasada en la reunión nacional de la Alianza contra el Hambre y la Malnutrición de España, celebrada en León.
El objetivo fundamental de esta asociación, en la que participan organizaciones asturianas como Cogersa, es crear conciencia social para solucionar uno de «los problemas más importantes de la humanidad: la insolidaridad», explica Alfonso Rodríguez Fidalgo, médico jubilado y presidente honorífico de la Alianza. No solo porque dos tercios de la humanidad pasa hambre mientras la otra parte arroja miles de toneladas de comida a la basura, sino porque incluso cuando pueden comer todos los días, y especialmente en los países desarrollados, los más pobres tienden a consumir productos que son tan baratos como insanos.
Se trata de un «problema que necesitamos que entre en las agendas políticas», reclama Rodríguez Fidalgo, que asegura que «se produce alimentos suficientes para alimentar a dos humanidades pero que, contrariamente, dos tercios de la población mundial pasan hambre». En la UE cada año se tiran a la basura 173 kilos de comida por persona. Lo que viene a ser 1,5 kilos al día, según un informe del Parlamento Europeo.
La alimentación se convierte así en motivo de desigualdad social, diferenciando entre clases opulentas y desfavorecidas ya que, como indica Fidaldo, existe «malnutrición tanto por defecto como por exceso, de hecho ya se le ha puesto nombre y vivimos en la sociedad de la obesogenia».
En el encuentro de la semana pasada se puso sobre la mesa este tema Malnutrición: carencias, excesos y desequilibrios. Al respecto señala Fidalgo que en la sociedad actual la obesidad y el sobrepeso no se relaciona tanto con las clases opulentas. La malnutrición por exceso afecta en un 158% más a las clases desfavorecidas, estableciéndose una relación entre el binomio malnutrición y desigualdad que incluye las variables del acceso a la educación, la formación y la información. «Además está claro que los oligopolios del sector alimenticio ofrece comidas muy insanas a precios muy bajos: en muchos lugares ya es más barata una hamburguesa de comida rápida que una manzana».
En cuanto a la malnutrición por defecto, «provoca una deficiencia en el desarrollo cognitivo y neurológico en la infancia y eso, llevado a la edad adulta, afecta al desarrollo de las personas y de los países. Por eso la alimentación es un problema político, un tema transversal y global, un Objetivo de Desarrollo Sostenible que resulta que ni siquiera está recogido como derecho fundamental en la Constitución Española», resalta. «También se puede establecer otra relación entre el binomio malnutrición y sostenibilidad. Se sabe que el sistema de producción alimentario es obesogénico, que además supone una huella de carbono de entre el 30 y el 35% de la emisión de los gases invernadero. Y es que esta hiperproducción afecta a la sostenibilidad», afirma a la vez que lo relaciona con los consumos por modas de determinados productos, como la quinoa o el aceite de palma, otro ejemplo de insolidaridad humana con un impacto medioambiental y social muy elevado.
De la fruta fea y del 2x1
Volviendo a lo de tirar comida al vertedero, Fidalgo tiene también claro la importancia de la publicidad a la hora de comprar de manera compulsiva y por eso señala que los supermercados «no lo ponen fácil». «Lo cualitativamente bueno es más caro y en épocas de crisis se tiende a comprar lo más barato. Como este truco del 3x2, en el que uno siempre se va a la basura. Es muy importante llevar una lista de la compra y no dejarse llevar por los estímulos», destaca. Llama la atención también sobre la gran cantidad de alimentos que acaban en la basura, procedentes de supermercados, al igual que en la restauración.
Y en torno al consumismo, Fidalgo habla también de la estética de la comida. En los encuentros de la Alianza se contó también con la presentación del libro Los tomates de verdad son feos, de Manuel Bruscas, una iniciativa que a Fidalgo le gustó sobremanera y que le sirve para reflexionar sobre «la educación en la perfección, en los estándares de la belleza, algo que enseñamos a nuestros menores. Buscamos los tomates perfectos y relucientes, igual que esas manzanas enceradas frente a la manzana asturiana… Esto es un tema de educación que hay que abordar desde las casas, los colegios… Los conceptos culturales se están modificando y los patrones de ingesta que aprenden los hijos e hijas están directamente relacionados con lo que ven en sus mayores».
El caso es que tirar comida a la basura es sumamente insolidario además de tener un importante impacto en el medio ambiente. «Compremos con juicio», resume Fidalgo.