Contaminar menos y ejercer un consumo responsable ayuda a reducir nuestro impacto en el medio ambiente, que además lleva aparejado un ahorro energético. Pero ¿sabes cómo hacerlo?
07 dic 2018 . Actualizado a las 17:06 h.La mejor manera de no contaminar es no generar residuos. Ése es el ideal. Pero como resulta imposible de conseguir, lo que mejor se puede hacer es tratar de reducirlos y compensarlos. Cada acción que llevamos a cabo en el día a día contamina, no sólo por los residuos sólidos que generamos, sino por las emisiones al aire que también van vinculadas a nuestra manera de consumir, vivir y desplazarnos. Todo lo que hacemos genera gases de efecto invernadero, que contribuyen al cambio climático (sí, ése que Donald Trump acaba de reconocer que igual sí existe). La buena noticia es que sabemos que podemos controlar parte de ese impacto ambiental si nos centramos en reducir uno de los gases más habituales: el dióxido de carbono. Hablamos de reducir la huella de carbono
¿Qué es la huella de carbono?
Técnicamente se define a la huella de carbono como la totalidad de Gases de Efecto Invernadero (GEI) emitidos directa o indirectamente a la atmósfera por un producto, servicio, organización o evento, y se mide en toneladas de CO2 equivalente, lo que determina la contribución al cambio climático. Para ello hace falta medir lo que se contamina, implementar una serie de medidas para reducirlo y compensar lo que ya no sea reducible. Un último paso sería comunicar qué es lo que se ha conseguido y cómo se ha compensado, porque ya se sabe que, lo que no se comunica, no ocurre.
¿Y qué es lo que se mide? Se tienen en cuenta tres alcances. El primero y el segundo son internos a la organización y se conocen como Alcance 1 y Alcance 2. Aquí se mide el consumo energético y de los vehículos de la empresa, el papel y el agua que gasta, lo que contaminan los trabajadores en sus desplazamientos, los tipos de productos que se utilizan, si son ecológicos o no, cómo gestionan los residuos, con qué energética se trabaja y cuál es su factor de emisión… El Alcance 3 es más difícil de calcular porque se refiere a aspectos externos a la organización relacionados con los proveedores: cuánto contaminan ellos. Por difícil que parezca, todo es cuantificable y existen herramientas oficiales, como la del Ministerio de Transición Energética presentada la semana pasada en las XXVI Jornadas Técnicas de Anepma (la asociación nacional que agrupa a las empresas públicas de medio ambiente), que «permiten calcular este impacto, comparar y buscar unos valores competitivos. Nos hablan también del ahorro económico. Y, al mismo tiempo, nos permiten trabajar la conciencia de nuestros proveedores. Es una manera de hacer de tractores en este sentido», explica Daniel García, director general de Ecoterrae, consultora medioambiental por una economía baja en carbono.
De hecho existe un sello y un registro oficiales para aquellas entidades que sigan estas pautas. Pero lo interesante es «democratizar la huella de carbono para la ciudadanía y que sea consciente de lo que consume, no sólo valorando el precio o la calidad, sino aquellos otros aspectos como si en sus procesos utiliza tintes contaminantes o ecológicos, cuál es el ciclo de vida de las piezas del coche o si emplea mano de obra infantil», señala García. En definitiva no se trata solo de contaminar menos, sino de ejercer un consumo responsable que tiene, también, unas repercusiones sociales.
¿Y qué hago para contaminar menos?
La ciudadanía tiene el poder a la hora de comprar al elegir un producto o servicio determinado y no otro. «Por eso podemos exigir a los que producen y prestan servicios cómo gestionan sus residuos, cuánto contaminan… La toma de decisión es del consumidor final», hace ver Daniel García. Y en el día a día también se pueden llevar a cabo multitud de gestos que no sólo nos harán ahorrar energética y económicamente, sino que ayudarán a la conservación del planeta.
Para empezar, reduce el uso de plásticos en tu compra diaria. Apuesta por las bolsas de tela y no sólo porque te cobren la de plástico, que al final acaba en la basura (tardan unos 150 años en degradarse). El agua es la bebida más saludable, consúmela en termos, botellas de cristal o plástico libre de ftalatos que permiten la reutilización. No olvides los productos de temporada y proximidad. Además de contribuir a la economía de tu zona, favorecerás el mantenimiento de las tierras de labor, estarás reduciendo el impacto en transporte y uso de agua. Hay quien dice que se debe consumir más fruta y verdura que carne: entre otras razones por los desplazamientos desde las granjas y porque el ganado vacuno produce metano (un gas veinticinco veces más contaminante que el dióxido de carbono). Pero también hay otras maneras de ejercer un consumo responsable, y es teniendo en cuenta que provenga de una producción sostenible, y no sólo en lo que a carne se refiere, sino en cada uno de los productos del día a día.
Cada grado de la calefacción o del aire acondicionado cuenta. No dejes electrodomésticos encendidos cuando no los utilices. ¿Te acuerdas de desenchufar los cargadores? Existen unas estupendas regletas con interruptor para desconectar de la corriente cuando no hace falta a estos vampiros de energía. Sin olvidarnos de las bombillas (mira que tus fluorescentes contengan una baja cantidad de mercurio) y los electrodomésticos de bajo consumo o las placas de inducción frente a la vitrocerámica. ¿Sabes que puedes ahorrar un 30% de energía si tapas la olla cuando cueces? Mantén limpia tu nevera, libre de hielo y cuantos menos paquetes mejor porque si no le costará más enfriar. Procura utilizar la lavadora llena de carga, usa menos la secadora y tiende al sol, así aprovecharás el mejor quitamanchas natural. Todos estos pequeños detalles disminuirán tu consumo energético. Por cierto, ¿te has planteado consumir energía verde, aquella que proviene de energías renovables?
Utiliza grifos aireadores que reducen el caudal, no te duermas en la ducha y utiliza menos papel. Reutiliza los folios, imprime siempre a doble cara, piensa antes de imprimir y recuerda que existen numerosos certificados de papel ecológico o producido de forma responsable, en explotaciones donde se preserva el equilibrio de los ecosistemas y se respetan los derechos humanos a lo largo de toda la cadena de trabajo, además de controlar el impacto ambiental de las fábricas y de utiliza componentes ecológicos.
Además de saludable, caminar o utilizar la bici en los desplazamientos contamina menos. Y en la medida que puedas, opta por el transporte colectivo. Entre todos ellos, el avión es el que más consume. Ten en cuenta también una conducción eficiente y el óptimo mantenimiento de tu vehículo, como el hinchado de los neumáticos. Si se da el caso de que te vas a comprar uno, fíjate en su consumo, rendimiento y que genere menos emisiones. Los híbridos cada vez tienen más adeptos. ¿Alguna vez te has preguntado qué pasará cuándo lo mandes al desguace, si la marca ha contemplado el ciclo de vida? Hay algunas marcas que ya han calculado dónde y cómo terminará cada pieza. Infórmate y premia con tu decisión de compra a los fabricantes responsables.
Quizás no escribas un libro ni tengas un retoño, pero puedes plantar un árbol o una planta. Elige las especies endémicas, se adaptarán mejor, necesitarán menos agua y absorberán CO2: a lo largo de su vida entre 350 y 3.500 kilos de dióxido de carbono. Riega por la noche ya que el calor del día evaporará el agua antes de tiempo.
Y sobre todo no te olvides de las 3Rs: reducir, reutilizar y reciclar más allá del plástico, el vidrio y el cartón y haz uso de los puntos limpios gestionados por Cogersa para los electrodomésticos, las pilas y baterías, los muebles... Todos estos pequeños-grandes detalles tendrán un gran efecto. Y hazlo saber, predica el reciclaje.