Así se las veía Gijón con su basura (antes de Emulsa)

J. C. Gea GIJÓN

ASTURIAS CON R

Un libro del historiador Francisco Javier Granda reconstruye con motivo del 40º aniversario de la empresa municipal la historia de los servicios de gestión de residuos e higiene urbana hasta el presente

10 oct 2018 . Actualizado a las 11:10 h.

«La evolución de Emulsa va pareja a la evolución de la ciudad en estos últimos cuarenta años, está conectada a los cambios sociales, a las nuevas demandas de servicios, a los avances en cuestiones como la igualdad de género en el trabajo y a las mejoras laborales y tecnológicas...» No es eslogan corporativo. El geógrafo Francisco Javier Granda Álvarez sabe de qué habla. Se ha pasado más de un año buceando en los archivos y en las hemerotecas, exhumando datos e imágenes y dándoles cuerpo narrativo para desenterrar la historia de la Empresa Municipal de Servicios de Medio Ambiente Urbano de Gijón, nacida Empresa Municipal de Limpiezas el 22 de agosto de 1978: cuatro décadas que Emulsa celebra, recuerda y pone en perspectiva histórica en el libro que presenta el sábado a las 18,00 horas en el Pueblu d'Asturies. Un volumen que no solo es el relato de una empresa o de un servicio, sino sobre todo lo que más interesa a Granda: un relato de ciudad que responde en una buena parte de su extensión con detalle y buen pulso literario a algo que muchos desconocen o habían casi olvidado. ¿Cómo se las veía la ciudad con su higiene urbana antes de estos últimos 40 años? Naturalmente: con enormes dificultades.

«Pavoroso problema municipal»

La historia revivida por Francisco Javier Granda arranca en el momento en el que las autoridades municipales de una ciudad que empieza a crecer tímidamente se hacen conscientes de que la limpieza del procomún, el saneamiento y la gestión de los residuos son un problema público de primer orden: lo que un periódico de finales del XIX llamó «el pavoroso problema municipal». No era una conciencia en abstracto. Epidemias como la de cólera morbo que asoló Asturias en 1834 debían estar muy presentes cuando se constituyó en ese mismo año una Junta de Policía Urbana para intentar poner coto a conductas tan arraigadas como la vida misma en la ciudad, pero muy poco saludables para sus habitantes.

Las primeras ordenanzas gijonesas en materia de limpieza pública dan idea de ello: prohibían «hacer acopio» en las vías públicas «de abonos y estiércoles» y depositar en ella «elementos como toneles, pipas, troncos o maderas, o jungar árgoma o rozo», además de arrojar aguas sucias, restos del barrido doméstico, residuos orgánicos de todo tipo…. Los primeros barrenderos de la historia local hicieron lo que pudieron contra todo eso. No solo tenían que barrer: también se ocupaban de la limpieza de albercas, fuentes y lavaderos, y a cambio se les permitía aprovecharse de los restos. Como abono, sobre todo.

Muy pronto empezó un largo vaivén entre privatizaciones y municipalizaciones de un servicio que, cuando era público, se topaba con los escasos recursos presupuestarios, y cuando privado, acababa a menudo en rescisiones por insuficiencias, como poco, en las prestaciones. El primer intento de pasarlo a manos privadas se produjo en el ayuntamiento republicano de Eladio Carreño en 1783, pero siguió en manos municipales. Se vendían los residuos, se intentaba dar trabajo a los vecinos más necesitados y se constituyó así un cuerpo que también se ocupaba del arreglo de calles. Once barrenderos que hacían sonar el aviso de sus carros con campanillas para que los vecinos sacasen sus vasuras y que luego las depositaban en el único vertedero no clandestino de la ciudad, el de la Cruz de Ceares. La primera subasta del servicio para cederlo a manos privadas fue en 1876.

La historia de los años siguientes es la de una dura pugna por mejorar los recursos, la capacitación del personal, las maquinarias y la organización del trabajo y, también, con no demasiado éxito el de intentar modelar a base de normativas y sanciones el incivismo y la falta de higiene de los propios gijoneses, que no acababan de plegarse a las ordenanzas, las horas de recogida, los buenos hábitos saludables... en una ciudad cuyos saneamientos e infraestructuras públicas y privadas tampoco ayudaban mucho a ello. En esa línea, en la década de 1880 se decretó por primera vez la obligatoriedad de depositar las basuras y los tiempos de recogida. En paralelo, se ampliaban las funciones de los operarios: se ocupaban también de las fuentes, de mercados como la Pescadería Municipal, de los escombros generados por una ciudad que crecía, demolía y construía, de las carnes del macelo e incluso de los cadáveres de personas sin recursos para llevarlos a sepultar hasta el Sucu.

El Servicio de Arrastres y Limpiezas

El libro de Javier Granda relata de forma amena todo ese proceso dejando traslucir la presión que introducía una ciudad en pleno estirón que, en el filo del siglo XX, marca un hito en este relato con la creación del llamado Servicio de Arrastres y Limpezas, denominación en vigor hasta los años 60 de la centuria que entraba. La higiene de la ciudad se había convertido en tema de controversia pública que se debatía en los periódicos mientras la ciudad mejoraba sus aceras, el saneamiento, la pavimentación, las traidas y distribuciones de agua... Y que invertía por primera vez en maquinaria de vanguardia para su limpieza. La irrupción de la máquina barredora por la que se pagaron 150.000 libras esterlinas, comprada en Nueva York, generó tanta expectación como polvareda en un sonado estreno en el paseo de Begoña. Seguramente eran más eficientes los 14 carros y los barrenderos con sus escobones, recogedores y carretillas de mano con regadera adosada: 42 operarios, a 2 por distrito en 1911, junto a  cubas de riego con tracción a sangre para limpiar y evitar el polvo levantado por los ventarrones del lugar.

Los primeros años del siglo fueron también los de la primera huelga en el sector incipiente, el  21 de noviembre de 1909. Hubo otra tan curiosa como la de 1918, cuando los barrenderos, que habían aceptado uniformarse con blusones y sombreros en verano e impermeaables en invierno, rehusaron llevar gorra. El primer reglamento municipal es de esas mismas fechas, y apuntaba hacia la profesionalización, fijando uniforme, jornada y retribución: tres pesetas de salario mínino por ocho horas, salvo para los menores de 20 y mayores de sesenta o impedimento, con un mínimo de 2 pesetas.

Son detalles encontrados en los archivos con los que Francisco Javier Granda va insuflando vida a esta historia que pronto empezará a ver circular cubas automóviles (1920) o camionetas de recogida de basuras (1923), y que intentará meter mano en los malos hábitos del comercio local. La ciudad que rozaba los 60.000 habitantes en 1930 presionaba para que la atención se extendiese también hacia los barrios más alejados. Una tendencia a la mejora que, como todo, colapsó con la Guerra Civil. A la salida del conflicto, además del destrozo físico y la mortandad, las depuraciones de funcionarios habían dejado los servicios municipales de limpieza en cuadro.

De la guerra hasta Emulsa

Muy poco a poco, con frecuentes regresiones hacia la época de la premecanización, Gijón fue atravesando los duros años de la posguerra, hasta adquirir de nuevo una cierta velocidad de crucero bien entrada la década de los 50, con la que llegó el primer camión destinado específicamente ala recogida de basura y el servicio llegó a los 75 efectivos, más camiones, barredoras, almacenes, lavado para el carrito de limpiezas, generalización del uso de las bolsas… Aun así, hacía falta más. El antiguo Servicio de Arrastres y Limpiezas inició un conflictivo ciclo de externalizaciones al borde de los 70, con la sucesiva concesión del servicio a la Central de Limpieza El Sol, primero, y a Equipos Municipales Asturianos,después. Esta última plantilla, fuertemente movilizada, protagonizó sendas huelgas en 1977 y 1978 que llenaron la ciudad de basuras no recogidas y exigieron incluso la intervención del ejército para retirarlas. La rescisión del último contrato en mayo de 1978 fue el prólogo a la creación el 22 de agosto de 1978 de una empresa privada municipal para la prestación directa de los servicios de limpieza urbana y recogida domiciliaria de basuras. Había nacido Emulsa.

La recién nacida empresa se encontraría, casi literalmente, con un buen fregado: graves problemas de saneamiento, escasa profesionalización, vertederos incontrolados, nula capacidad de tratamiento de los residuos, inexperiencia en la gestión… Pero esa historia es más reciente y mejor conocida, sobre todo por sus resultados y todo lo que hoy consideramos normal, y nos escandalizaría perder: flotas modernas y mecanizadas, contenedores metálicos, tratamiento de residuos en Cogersa, baldeadoras, recogida selectiva, puntos limpios, campañas de prevención y educación ciudadana...