Una odisea de seis horas en busca una radio en Oviedo

ASTURIAS

El reloj del teatro Campoamor parado a la hora del apagón
El reloj del teatro Campoamor parado a la hora del apagón

La civilización reinó en el tráfico de la ciudad hasta el regreso de la electricidad al atardecer

29 abr 2025 . Actualizado a las 18:14 h.

Estaba en una reunión on line, reliquias de la pandemia que llegaron para quedarse, cuando se dio el apagón. Fundido a negro de la pantalla del ordenador y aún me dio tiempo a decir a los compañeros cuyas caras se paralizaban en la del teléfono móvil «se acaba de ir la luz en mi casa»; «en la mía también», llegué a oír y ya no oí nada más.

No había luz en todo el edificio pero todavía funcionaba internet con los datos del móvil, fue cuestión de un minuto constatar que el apagón no era sólo cosa de Oviedo y Gijón, como temimos al principio, sino de toda España. Espera, no sólo España, también Portugal. «Y dicen que en Francia, y en Alemania, y en Hungría». «No no, yo estoy en Alemania y aquí todo normal», decía un amigo. «Yo vivo en Normandía y todo funciona», me contaba otro. Diciéndonos entre todos que no hiciéramos caso a las habladurías ni a los bulos perdí definitivamente la conexión.

Los semáforos en San Lázaro, en la rotonda que recibe a los vehículos que entran a Oviedo por la Ronda Sur estaban apagados y aunque se trata de una zona de intenso, muy intenso, tráfico, reinó la civilización desde el primer momento. Cosa inédita en un día corriente, los coches se paraban cuando veían a un peatón esperando en el borde del paso de cebra del semáforo. Los supermercados de la zona pusieron los montones de cestas a la entrada y con educación exquisita lamentaban ante los clientes que no podían vender, ni cobrar nada. Bueno, en la panadería de enfrente sí.

Fue allí, en la panadería de enfrente, cuando tuve mi primer contacto con el mundo post apocalíptico de la lucha por la escasez de recursos, en este caso las últimas barras (ya la de integral y centeno) que quedaban en las estanterías. Una noble anciana se erigió como dominadora del páramo y nos dejó a los del resto de la cola con pocas opciones así que calculando que tendríamos que comer frío, nos hicimos con unos bollos y palmeras de chocolate, calorías para enfrentarnos a la lucha por la supervivencia de los más aptos.

Aunque afortunadamente no fue así. Tras constatar que esto iba para largo (llegué a ver antes de la desaparición de internet, un mensaje de red eléctrica diciendo que se empezaba a recuperar la tensión pero que tardarían horas, quizá seis, quizá diez), emprendimos un camino hacia el centro, para ver el panorama.

Llegando ya al Fontán el supermercado del lugar, de los que no ponen publicidad y eso, estaba a tope, pues tenían generadores y aunque la luz era un poco más tenue de lo habitual incluso se podía pagar con tarjeta. Muy útil para quienes no suelen ir con mucho efectivo en la cartera, algo que salió en varios comentarios a lo largo de la jornada.

En los pasillos nos encontramos al rector de la Universidad de Oviedo, comentamos un poco la jornada y el susto, decidieron mantener las facultades abiertas aunque no había clase porque muchos alumnos no tenían manera de volver a casa. Comentamos también las similitudes (algunas) con la trama de Día Cero, la serie de Netflix con Robert de Niro; pero la trama de ficción pinta un drama de incertidumbre y angustia que aquí no se percibía más allá de que se habían agotado las latas, pero pude comprar atún en un frasco de cristal. Sí había gente llevándose papel higiénico, reliquias de la pandemia, supongo.

Tras comernos los bocatas y las palmeras de chocolate dejamos pasar el mediodía como si estuviéramos viviendo un pequeño viaje en el tiempo a una era en la que no hay estímulos digitales permanentes; hojée un libro y luego otro libro, como si fuera de nuevo 1994, supongo que mucha gente reflexionará sobre esto estos días también. 

Pero no podía dejar de constatar que estaba realmente incomunicado, podría haber bajado al coche a escuchar la radio, pero tenía dudas, mi primer temor era no poder salir del garaje, luego vi que el portón estaba abierto y aún así resolví dar un paseo, una pequeña odisea hacia el centro de Oviedo en busca de un transistor, a ver qué me topaba. Y fue bastante.

El día del apagón fue un día de cálida primavera en Oviedo, con una temperatura muy agradable y un cielo luminoso, como si nos quisiera compensar las tinieblas electrónicas, camino de la plaza de San Miguel fui viendo que todos los portones de los garajes estaban abiertos, si un coche asomaba el hocico lo hacía con extremo cuidado, en general el funcionamiento del tráfico, el respeto que se vio entre peatones y vehículos, era una exhibición de civilización que te hacía sentirte orgulloso de tus vecinos. Luego oí a una señora hablar de que dónde podría comprar un hornillo de gas y ya me preocupé más por si se prolongaba la cosa.

Pero no, habíamos hecho recuento de latas en casa estábamos para aguantar tres días si fuera preciso. Necesitaba una radio, y no iba a ser fácil. En la tienda de electrodomésticos más cercana el dependiente, que me mostró una enorme sonrisa cómplice cuando entré, porque ya sabía lo que le iba a preguntar, me dijo con consideración que no le quedaban aparatos pequeños.

Buscaba a lo mejor si encontraba algún pequeño comercio, aunque mi destino final era Salesas, es lo cierto, por lo menos para ver qué me encontraba en el mayor centro comercial del casco urbano. En la calle Milicias Nacionales se ocupaban las terrazas pero lo más llamativo era la larguísima cola ante la tienda de helados, los helados que antes era de 'los italianos', pero ya no lo son.

En los comercios los trabajadores habían salido a la calle, tomaban un café, fumaban un cigarrillo, comentaban la jugada, a veces habían puesto una escalera en la puerta para que no les entrara nadie. Me acerqué a una juguetería, orgulloso de mi astucia, y pregunté «¿no tienes algo que sea una radio, un juguete con radio?» pero la respuesta me devolvió al desierto de lo real «sólo tengo walkie-talkies».

Entré en Salesas, estaba abierto y además, al fin y al cabo, el centro funciona como una pequeña calle que conecta dos zonas de la ciudad a distinta altura, con muchas luces apagadas, la mayoría de sus comercios cerrados, la gente bajaba y subía la rampa en zig zag, cargaban bolsas y sus asuntos.

En la segunda planta dos dependientes esperaban en un oscurísimo mostrador con una pequeña luz, «¿estáis trabajando, estáis vendiendo cosas?», les pregunté, «sí, sí». Miré, me miraron, y dije «¿podré comprar una radio?» No dijo 'buff' con la boca, aunque lo dijo con los ojos; «prueba en electrónica pero me parece que está todo agotado».

En electrónica pregunté y el amabilísimo vendedor nos mostró, a mí y a una pareja joven que estaba igual que yo, una serie de discman (para las generaciones más jóvenes un artefacto en el que escuchas música con CD) pero que sólo funcionaba «con pilas grandes y no nos quedan ya pilas grandes, os aviso». Vimos más abajo en la estantería otro modelo de radio, pero también era de pilas grandes y estábamos avisados de que no quedaban ya pilas grandes. Esto iba a ser complicado.

De regreso al hogar, resistiéndome a la derrota hice todavía un intento en un comercio de la calle Covadonga, uno con muy variados artículos de toda clase, lo suficiente como para que en alguno, ornamental incluso, pudiera tener una radio. Entré en el oscurísimo local, con dudas porque no se veía nada en la profundidad, pero al adentrarme en una esquina a la derecha estaba el dependiente pertrechado con una linterna 

--«¿Qué querías»

--«¿Tienes algo que sea una radio»?

--«Cuarenta euros»

--«No llevo tanto encima»

--«No trabajo artículos pequeños»

--«Bueno, gracias de todas formas»

Y así estaba ya resuelto a coger el coche si fuera preciso, aparcar en algún lugar y ponerme a escuchar la radio. En el teatro Campoamor el reloj se había parado a la hora del apagón.

Antes de optar por la opción del coche, en todo caso, decidimos tomarnos una caña. En la terraza, pasadas ya las siete menos cuarto, comenzó un murmullo creciente, los semáforos tenían luz de nuevo, la gente miraba el móvil, poco a poco, se iban recuperando las conexiones. No llegué a comprarme una radio, pero lo haré, seguro.