Mario Margolles, exjefe del Servicio de Vigilancia Epidemiológica: «En unos 100 años, no creo que suceda algo parecido al Covid, por lo menos con esta repercusión»

Carmen Liedo REDACCIÓN

ASTURIAS

Mario Margolles
Mario Margolles

El médico especialista en medicina preventiva y salud pública se ha jubilado tras 36 años de trayectoria profesional en los que el reto ha sido mejorar la vida de los ciudadanos

09 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La Consejería de Salud del Principado se despedía hace unos días de Mario Margolles, médico especialista en medicina preventiva y un pilar fundamental en la salud pública asturiana, quien se jubilaba tras 36 años de trayectoria profesional. A lo largo de su carrera, Margolles ha ocupado diversos puestos, desde técnico hasta director general, desempeñando un papel crucial en la vigilancia epidemiológica y la salud pública. Estrenándose como jefe de servicio en 1994, ha liderado diferentes servicios que, aunque cambiaron de nombre, mantuvieron el mismo compromiso con la salud de la comunidad. Su trayectoria ha incluido la coordinación del observatorio de la salud y, en los últimos años, la dirección del servicio de vigilancia epidemiológica en el HUCA, con la complejidad de la pandemia de la Coivd-19. En la entrevista concedida a La Voz de Asturias reflexiona sobre su legado, los desafíos enfrentados y su visión sobre el futuro de la epidemiología en Asturias, así como la importancia de la salud pública en la vida cotidiana de los ciudadanos. 

—¿Qué le motivó a dedicarse a la epidemiología y cómo comenzó su carrera en este campo?

—Cuando estás estudiando la carrera te gustan más unas especialidades que otras y a mí siempre me gustó la especialidad de medicina preventiva y salud pública. Después saqué la oposición en la Consejería de Sanidad de inspector médico y, tras unos meses, tuve la oportunidad de entrar a organizar todo el sistema de vigilancia epidemiológica en Asturias. No era nuevo, ya había profesionales con una metodología, pero querían darle un cambio y me propusieron a mí: establecer el nuevo sistema de vigilancia epidemiológica. Estoy hablando del año 1989. A partir de ahí, empezamos a desarrollar el nuevo sistema, aunque en aquellos momentos era totalmente distinto a lo que hay hoy día. Había muchos problemas de enfermedades infecciosas. Y ahora siguen existiendo, porque el COVID nos dejó claro que las infecciosas siguen ahí, pero si es verdad que cambió muchísimo. 

—A lo largo de su trayectoria, ¿cuáles han sido los mayores desafíos que ha enfrentado en el servicio de epidemiología?

—Desafíos, no solo míos, yo creo que de la humanidad, fue el COVID. Realmente, el COVID-19 fue un desafío mundial para toda la sociedad y, más aún, para aquellos que teníamos como misión controlar y prevenir la enfermedad. Eso realmente fue tremendo. Lo que pasó modificó muchísimo los sistemas de vigilancia. Los modificó porque la vigilancia epidemiológica es un sistema de información para la actuación inmediata, no es informar por informar, sino para establecer medidas prácticas que permitan controlar a corto plazo un problema de salud y prevenirlo para que no aparezcan más casos en el futuro. Por tanto, sometió a la vigilancia epidemiológica a un reto enorme. Pero también hubo otros retos, aunque de carácter mucho menor, pero con gran impacto. Se puede citar la epidemia de meningitis de 1997, que fue tremenda, y otros retos, ya a un nivel menor, pero que requirieron actuaciones concretas, como la epidemia de sarampión de 1990. Nos hizo vacunar a decenas de miles de niños y de niñas, hasta los 15 años, que no estuviesen vacunados con la triple vírica. Fue bastante intenso. También me acuerdo de la aparición de riesgos específicos, como los brotes de clembuterol, que nos suponían un gran problema de seguridad alimentaria aquí en Asturias. O los brotes enormes que teníamos en verano por la salmonelosis por esas tortillas mal hechas o brotes de intoxicaciones alimentarias tras grandes convites. Pero cuando llegó el COVID nos dimos cuenta que los virus seguían ahí, y las bacterias también continúan ahí. Otro hito importantísimo que se logró, y que costó muchísimo, es que en Asturias hubiese formación en medicina preventiva y salud pública. 

—¿Puede compartir algún logro o proyecto del que se sienta especialmente orgulloso de su trayectoria profesional?

—Los logros siempre son colectivos, de todo el equipo, del propio sistema sanitario a la hora de controlar las actuaciones. En la parte de vigilancia epidemiológica como tal, destacaría la reducción del 90% de los casos de tuberculosis. En Asturias en 1994, es decir, hace 31 años, teníamos 770 casos de tuberculosis al año. Ahora tenemos 70, es decir, redujimos en 30 años el 90% el número de nuevos casos de tuberculosis gracias a una serie de actuaciones coordinadas, incluso quitando la vacunación que existía de tuberculosis. Fue un reto en el que tuvimos que deliberar muchísimo hasta lograr esa disminución del número de infecciones. Más recientemente, todas las actuaciones que hicimos en el COVID. Realmente fue un esfuerzo enorme por parte de todos, incluidos los que se ocuparon de la parte clínica, con todos los PCRs que logramos realizar y la capacidad que tuvimos de hacer diagnósticos de laboratorio en el HUCA. En otros ámbitos, ya no específicos de la vigilancia, sino de mi trayectoria laboral, como puede ser mi paso por las direcciones generales, un logro fue abrir el HUCA hace diez años o también poner en marcha la receta electrónica. Esto último, por ejemplo, modificó totalmente el día a día de las personas crónicas. Fue un gran esfuerzo de muchos profesionales, médicos, farmacéuticos, muchos profesionales informáticos, de la Consejería… Son de esas pequeñas cosas, esos cambios, que nosotros llamamos innovaciones y que permiten modificar claramente la vida del ciudadano. 

El exjefe del Servicio de Vigilancia Epidemiológica de Asturias, Mario Margolles, durante su etapa en activo. ARCHIVO
El exjefe del Servicio de Vigilancia Epidemiológica de Asturias, Mario Margolles, durante su etapa en activo. ARCHIVO J.L.Cereijido | EFE

—¿Cómo ha cambiado la vigilancia epidemiológica durante su carrera?

—Ha habido cambios enormes en términos de enfermedades infecciosas. A modo de ejemplo, el año pasado, en 2024, tuvimos un incremento en la incidencia de tosferina. En total en el año hubo 330 casos, creo recordar. Cuando yo empecé en el año 1990 hubo un brote que solo en el concejo de Cudillero registro 500 casos. Eso era la tosferina entonces porque, además, había grandes problemas para los diagnósticos porque la metodología era una metodología de cultivo en estufa. No había test reactivos de carácter comercial. Y ahora mismo le metemos un palito a un niño o a una persona adulta, lo pasamos por la PCR y tenemos el resultado en unas horas, nada más. Otro ejemplo puede ser el sarampión: siempre tuvo pequeñas ondas de 4 o 5 años de evolución. También me tocaron 5.000 casos en un año de sarampión. Hace 14 años que no hay casos en sarampión. Quiero decir que el cambio ha sido brutal en términos de enfermedades infecciosas. Y a mí siempre me han gustado las enfermedades infecciosas, la epidemiología y, sobre todo, la metodología. Utilizar el método epidemiológico de análisis de contraste, de comparaciones entre lugares, personas, síntomas, etc. Y también lo que es el registro de las enfermedades. Desarrollamos un sistema de vigilancia epidemiológica basado especialmente en enfermedades infecciosas, pero también hay que tener en cuenta las enfermedades crónicas, así hacemos análisis de diabetes, de hipertensión arterial, etc. 

Lecciones aprendidas 

—¿Qué lecciones ha aprendido sobre la importancia de la salud pública y la prevención de enfermedades?

—Es difícil resumirlo en una. Quizá el trabajo colectivo y lo que es la planificación. En salud pública nosotros trabajamos mucho con la normativa y la regulación. El Boletín Oficial cambia situaciones, cambia características, cambia condiciones, en términos de promoción, de prevención, etc... No obstante, yo creo que una de las lecciones más amargas que tuvimos es que con el COVID observamos actuaciones por parte de un grupo pequeño de ciudadanos que se comportaban, por decirlo así, en lenguaje coloquial, estúpidamente. Estúpidamente en cuanto a sus actuaciones, no atendiendo las recomendaciones de carácter general de los ciudadanos, no solo para preservar la salud de los demás, sino de sí mismos. Esas actuaciones de no creerse los mensajes que enviábamos, eso generaba un poco de amargura porque después de centenares de miles de casos y miles de fallecidos, todavía hoy hay gente no cree lo que se estaba diciendo, las recomendaciones de los gobiernos, sean del color que sea, que se basaban en indicaciones técnicas. Yo era uno de los técnicos que hacía recomendaciones y lo haces por el beneficio del común. Realmente, te llena un poco de amargura porque ves replicadas, años después, actuaciones que el ciudadano sigue sin creerse. Y es una pena. Está absolutamente demostrado lo que va a pasar en el futuro si vuelve a suceder, si vuelve a circular un virus, un virus biológico. En cuanto a situaciones que te alegren, una es que con un sistema sanitario fuerte, seguro, coordinado y con recursos también, como llegamos a tener, se es capaz de afrontar un reto tan enorme como fue la pandemia del COVID. Y, bueno, nunca se puede decir que nos salió bien cuando hubo 5.000 muertos y hubo centenares de miles de casos, pero yo creo que, al menos en Asturias, pudimos afrontar el reto claramente. Los hospitales nunca se saturaron gracias a las actuaciones previas que había. 

—¿Qué probabilidad hay de que pasemos por otra pandemia, o una epidemia de magnitud, como la que pasamos hace 5 años con el COVID?

—Yo creo que en mi vida la veré más. Cruzo los dedos. Igual dentro de 50 o 100 años puede suceder, como sucedió hace algo más de 100 años con la pandemia de la gripe española, mal llamada española. En unos 100 años, no creo que suceda algo parecido, por lo menos con esta repercusión. Nosotros estábamos preparados ya para la pandemia del 2009, la de la gripe A. Nos ayudó muchísimo aquella preparación para poder responder rápidamente, al menos, en Asturias. No obstante, nos desbordó a todos en cuanto al conocimiento. Hubo necesidad de generar nuevo conocimiento para atender las distintas circunstancias que sucedieron, pero, por ejemplo, gracias a todos los ventiladores, a toda la disponibilidad de ventilación mecánica que hubo, a todos los planes de mitigación que estaban preparados en el 2009, pues esa documentación nos permitió ser mucho más ágiles en la respuesta. Por tanto, la tengamos muy cercana o no muy cercana, hay que estar preparados. De las pandemias hay que aprender lo que se hizo bien, lo que se hizo mal o lo que se podía haber hecho de otra manera. Se tomaron unas decisiones u otras, pero siempre se tomaron con el ánimo de generar el mayor rendimiento. El problema de lo que pasó con el COVID es que durante el primer año no existía vacuna. Y como no existía vacuna, no había prevención. No pudimos adoptar medidas de prevención, las únicas eran las medidas físicas: que se basan en alejarte del resto de personas. Eso significa confinarte, quedarte en tu casa, los que estén enfermos no juntarse con los que están sanos, y en un grado menor, pues utilización de mascarillas, lavado de manos, ventilar, etc. Y cuando no tienes otro remedio que ese, pues hay que utilizarlo. 

—¿Cómo ha sido su experiencia trabajando en equipo con otros profesionales de la salud y qué papel cree que juega la colaboración en la epidemiología?

—Es absolutamente necesario trabajar con los médicos clínicos, con aquellos que tienen una capacidad de hacer diagnóstico, con un personal de laboratorio para que hagan una confirmación de todos los diagnósticos y con todo el personal de enfermería clínico o no, para aplicar determinado tipo de medidas. Y estoy hablando de hace 30 años y de hace 5 años cuando estábamos con el COVID. En lo que a las enfermedades infecciosas se refiere, gracias al trabajo de mucha gente se modificaron los calendarios vacunales y así disminuimos el número de personas susceptibles de enfermar gracias a algunas actuaciones. Y eso se hace con personas que toman decisiones: se necesitan médicos clínicos que tengan una agudeza clínica correspondiente para detectar rápidamente una persona enferma, con profesionales de laboratorio que te permiten analizar y confirmar esa situación y con personas que concretamente van a establecer esas medidas. Evidentemente, necesitas personas que analicen epidemiológicamente las cosas y que tomen decisiones concretas. Eso es un trabajo de colaboración en diferentes especialidades, diferentes profesiones. Aquí no hay personas solas que lo hagan todo. Es necesario un sistema como el que tenemos en Asturias, al que pueda acceder todo el mundo de una manera gratuita, a través de los derechos a la salud que tiene cada uno y que permite una universalidad en la atención, una facilidad en los diagnósticos y también una gran facilidad en la aplicación de las medidas de carácter individual, sean tratamientos u otros, o de medidas preventivas. Por tanto, aquí es importantísimo el trabajo colectivo, del colectivo de profesionales sanitarios, pero también de todo lo que hay alrededor de la sanidad. 

—¿Qué consejos le daría a los jóvenes que están considerando una carrera en epidemiología o en salud pública?

—Yo les diría sobre todo que la epidemiología tiene una parte individual y tiene una parte colectiva. La más importante para mí es la colectiva. Un médico clínico que analiza los síntomas y signos que puede tener una enfermedad para establecer un diagnóstico individual de los problemas que acontecen con esa persona. Desde la epidemiología abordamos eso mismo, no solo sobre una persona, sino sobre grupos de población: colectivos específicos o comunidades específicas; y damos consejos para esas personas de una zona básica de salud, de un centro de salud, etc. En definitiva, nuestra mirada no se posa sobre un individuo sino sobre los individuos como componentes de un grupo específico. Probablemente a un médico clínico le gusta más analizar a una persona concreta, pero la metodología es la misma: observar qué características están expresando esa población en relación a un problema de salud y hay que establecer una serie de medidas correctoras o preventivas en esa población concreta. Lo primero que se necesita siempre es observar, escuchar, analizar y establecer una serie de recomendaciones. En nuestro caso, sobre el bien común, sobre el conjunto de esa comunidad o ese grupo. 

Retos de la vigilancia epidemiológica 

—¿Hacia dónde crees que tiene que caminar el futuro el servicio de vigilancia epidemiológica?

—El mayor reto ahora mismo, en mi opinión, visto que el conjunto de las enfermedades infecciosas está controlado, bueno, tras este paréntesis del COVID, las enfermedades crónicas: son lo más importante en estos momentos. Evidentemente, lo agudo de las enfermedades infecciosas lo vimos con el COVID, pero hay que trascender del propio concepto de vigilancia epidemiológica basado especialmente en brotes epidémicos y enfermedades infecciosas y pasar al conjunto de las enfermedades. Aquellas enfermedades que no son tan agudas ni están basadas en un agente infeccioso. Como dije antes, la vigilancia en salud pública pretende abordar con la misma metodología que la vigilancia epidemiológica procesos que son mucho más lentos, que no están basados en agentes infecciosos: pienso en las enfermedades crónicas, pienso en los determinantes de salud, es decir, las desigualdades de salud basadas en características de género, de edad, de dónde vive cada uno, de cuál es su origen, de sus propias características como puede ser la discapacidad, el nivel educativo y demás, porque todo eso configura unos riesgos para que unas personas padezcan unas enfermedades, esas desigualdades en salud que luego generan inequidades en salud. 

—Entonces, ¿qué retos tiene por delante?

—El reto desde hace tres años es poner en marcha de una manera sistémica la nueva estrategia de vigilancia en salud pública que se estableció en España, entre todas las comunidades autónomas: vigilar el cáncer de forma similar en toda España para que los resultados sean comparables, vigilar la salud laboral, vigilar la salud ambiental. La salud ambiental, porque los contaminantes químicos pueden influir en olas de frío y de calor, pueden tener presencia en insectos que, en un momento determinado, puedan generar un riesgo para la comunidad, etcétera. Todo esto antes no se hacía. Dedicábamos el esfuerzo a atender los 600 nuevos casos de sida al año, a los 800 casos de tuberculosis, a los 5.000 de sarampión, porque era necesario, pero yo creo que la vigilancia epidemiológica tiene que trascender y convertirse en vigilancia en salud pública, porque sólo recogiendo esa información, sólo analizándola y poniéndola a la disposición de aquellas personas que tienen que tomar decisiones, se pueden hacer actuaciones concretas sobre todos esos determinantes de salud. 

—¿Cómo planea pasar su tiempo después de la jubilación y hay algún proyecto o actividad que le gustaría emprender?

—Son proyectos de carácter más personal, más lúdicos, de esos que no se pudieron realizar en determinados momentos debido a los grandes retos que había en el trabajo y que ahora permiten tener un envejecimiento saludable y adecuado. Son pequeños hobbies, entre ellos, la ornitología y la propia antropología. Soy antropólogo también, aparte de médico, con lo que podré hacer análisis etnográficos o del desarrollo de la sociología rural, etc. 

—Por último, ¿qué mensaje le gustaría dejar a sus colegas y al personal del hospital que ha trabajado a su lado a lo largo de los años?

—Yo siempre he dicho que nosotros trabajamos para el ciudadano, para resolverle problemas al ciudadano, no para resolver nuestro problema personal, aunque evidentemente trabajas para conseguir un salario. Pero el objetivo final es siempre, ya que estoy en el ámbito de la salud, favorecer la situación de salud de la población. Sea con acciones individuales, con acciones colectivas o, incluso, ya no tener que intervenir para solucionar un problema de salud, sino evitar que tenga un problema de salud. Y yo creo que esa es la mejor visión de la salud pública. Evitar que las personas tengan problemas de salud derivados de los diferentes motivos de generación del proceso de salud enferma que pueda tener. Pero siempre en mi opinión, basado en que somos servidores públicos y trabajamos para los ciudadanos.