La huella del bullying que cuesta vidas: «Te queda la sensación de haber fallado, pero falló el sistema»

ASTURIAS

Sandra y Belén perdieron a sus hijas por el acoso escolar que recibieron en Oviedo y Gijón: «Te preguntas constantemente qué hiciste mal»
10 mar 2025 . Actualizado a las 07:52 h.El dolor es el sentimiento que une a Sandra y a Belén. Una en Oviedo y otra en Gijón, ambas han sentido cómo el bullying se llevó por delante la vida de su hijas. D.M. tenía 16 años cuando se suicidó el pasado mes de octubre. Claudia tenía 20 cuando se quitó la vida tras dejar varias cartas de despedida, una de ellas en redes sociales para sus acosadores. «Es algo que no voy a superar nunca», coinciden ambas madres al explicar con enorme entereza la huella que ha dejado en sus vida el acoso escolar que sufrieron sus hijas en Asturias, un acoso sobre el que los protocolos fallaron y desgraciadamente terminó por apagar la llama de dos jóvenes llenas de vitalidad.
El tormento de D.M. comenzó 18 meses antes. «Era una persona alegre, con una sonrisa perpetua en la boca. Siempre dispuesta a ayudar a los demás», recuerda Sandra, su madre. Todo comenzó con una relación breve que no duró más de tres semanas. La joven pronto vio las señales de alarma y decidió cortar con el que fue su agresor principal. «El 90% de la clase tenía una idea preconcebida de ella, y cuando terminó con su este chico, la clase se le echó encima», explica Sandra, a quien todavía le cuesta hablar de su hija en pasado. D.M. nunca tuvo problemas para relacionarse con sus compañeros de clase: «Se apuntaba a todo, siempre estaba dispuesta ayudar y a denunciar una injusticia si la detectaba. Tenía amigos, pero está claro que luego demostraron que no lo eran».

Tras dejar la relación con su agresor principal comenzaron a atosigarla en clase, a mirarla con desprecio e incluso a humillarla. «Un porcentaje de su clase tenía cosas en contra de ella sin conocerla y su agresor principal puso a los compañeros en contra», lamenta Sandra, recordando los piropos que él le hacía: «Lo vivía como si un extraño te silbara por la calle, no quería». Los incidentes van en aumento y D.M. empieza con varios síntomas: le duele la barriga constantemente, vomita en el instituto, llama a casa para que la vayan a recoger de clase...Un punto en el que se comenta la situación al centro y se abre el protocolo de acoso escolar. Esa persona alegre se fue convirtiendo en una margarita marchita que ya no quería participar en nada, dejando incluso de asistir a clase en algunas ocasiones.
El centro le ofreció el cambio de clase y ella se negó. «¿Por qué tiene que ser la víctima quien cambie de vida?», se pregunta Sandra. Al final el que cambió de aula fue el acosador principal, con una prohibición expresa de no acercarse, «que incumplió a diario él y sus secuaces». «Los profesores lo mandaban a Dirección, pero todo se quedaba en un 'no lo vuelvas a hacer'. ¿Dónde está la protección? En ningún lado», clama la madre de la joven: «Yo me fio de lo que está haciendo el centro, que decide que lo mejor es que se queda en casa. Le van mandando todo a casa y le dicen que lo mejor es que vaya a los exámenes a final de curso por su bienestar emocional. Ella lo vive con una frustración máxima, pero crees que lo que hace el instituto es lo que hay que hacer».
«Dejé de tener vida; iba de cafetería en cafetería en un perímetro del colegio por si pasaba algo»
El protocolo de acoso se cierra en el momento en que la familia decide cambiar a D.M. de centro educativo: «Nadie la acompañó en el proceso. Deja de tener contacto con sus agresores, pero el daño en ella seguía, ya estaba hecho. Ella no lo vivió como una nueva oportunidad para empezar de cero, sentía que tuvo que ser ella la que saliera por la puerta de atrás sin haber hecho nada». Empezó el curso más tarde y sin acompañamiento psicológico: «Pensaba que los nuevos compañeros la juzgaban y que sabían lo que había pasado», llegando incluso a autolesionarse. La vida de la familia, para ese entonces, ya había cambiado por completo. «Yo antes podía salir a tomar un café y desde que empezó a clase era como esperar la salida de los 100 metros lisos para salir de casa por si hiciera falta. Siempre tenía que salir a la calle acompañada Era la cría perfecta, pero todo esto la desestabilizó», explica Sandra: «Yo dejé de tener vida. Estaba de cafetería en cafetería en un perímetro del centro por si pasaba algo».
El rendimiento académico se vio afectado y llegó a tener varios ingresos en Centro de Salud Mental Infanto-Juvenil de Oviedo. La llama se fue apagando hasta que la joven se quitó la vida. «Le prometí que saldríamos juntas de esto y no salimos. Te queda la sensación de haber fallado, pero no fallé yo, falló el sistema», asegura Sandra: «No pude hacer más. No la pude salvar, pero igual puedo salvar a gente que viene detrás. Esto no se supera jamás. La muerte de un hijo es contra natura, pero de esta forma no tiene solución ninguna». Sandra asegura que no tiene rencor, pero busca justicia: «Quiero que haya una sentencia en la que ponga que no se puede actuar como se actuó en el caso de mi hija. El bullying no es el juego y puede llevar a secuelas psicológicas de por vida».
Claudia, la niña risueña a la que el acoso apagó
Claudia González se quitó la vida el 28 de abril de 2023 a los 20 años. «Fue una niña muy buscada y no tuvo ningún problema en casa. Siempre fue una niña normal, alegre, risueña e inteligente», cuenta Belén, su madre. En su caso, el acoso se dio en el Colegio de la Asunción de Gijón. De pequeña siempre tuvo muchos amigos, «íbamos de cumple en cumple», pero había una niña —M.— que «siempre la molestaba e intentaba ridiculizarla. Tenía el perfil clásico de una niña líder acosadora que consiguió enfrentar a todo el grupo con Claudia». Una situación que fue en aumento: «Cuando tenía 5 años la madre de una compañera —D.— se puso a dar invitaciones para el cumple y en la puerta le dice 'ay cariño se me acabaron las invitaciones'. Le hubiera sacado los ojos en ese momento. Claudia estaba muy disgustada porque no entendía por qué iba todo el grupo y ella no».
Esto tan solo fue el principio. Hasta los 9 años fue todo bien, aunque con varios compañeros importunándola de forma esporádica. En 6.º de Primaria fue cuando todo explotó. «Llegaba a casa llorando, siempre le dolía la barriga y al final no tenía nada. El pediatra nos dijo que la niña tenia problemas en el entorno escolar. No tenía ganas de hacer nada por el rechazo de sus compañeros y estaba claro que era víctima de acoso», comenta Belén: «Mandamos correos y estábamos en contacto con el colegio, pero no se abrió ningún protocolo». 1.º, 2.º y 3.º de ESO fueron un infierno para Claudia: «Empiezan con los grupos de WhatsApp y una vez tuvo que intervenir su padre. Le decíamos que no contestara, pero claro. Llegaron a ponerle el mote de Ratatui y la pusieron de foto de perfil del grupo para reírse de ella».

«En casa estábamos muy preocupados. Al principio no te das cuenta aunque veías los conflictos». Claudia empezó a enfermar, pero Belén y su padre, Rodolfo, no pensaban que podía ser por la situación que estaba atravesando en el colegio: «Fue ella la que decidió que quería salir del colegio. Antes no quería porque era lo único que conocía y a pesar del acoso tenía su grupo de amigas. Sacarla de allí era sacarla de su mundo. Ahora me arrepiento de no haberla sacado antes». «Los profesores sabían lo que pasaba, pero el colegio como institución no hizo más. No sancionaron ni castigaron a los acosadores», lamenta Belén.
Fue en 4.º de ESO cuando Claudia cambia de colegio, pero el daño ya estaba hecho: «Se integró bien, pero con mucho miedo. Siempre pensaba que la estaban criticando y tenía que tener la seguridad que iba perfecta para que no la miraran. Perdió la autoestima». A pesar de ello termina el curso bien, con buenas notas. Mientras tanto, aunque el contacto con sus acosadores ya no era tan directo se los seguía encontrando de vez en cuando por las calles de Gijón y «la hacían de menos». Ella sigue con su vida, pero aquella niña risueña ya no era la misma. Su vitalidad se fue apagando. Llegó a entrar en Psicología, pero tuvo que dejarlo porque «la depresión fue en aumento y tuvo que empezar a medicarse». «Los cambios no suponían miedo como tal, pero sí el miedo a sentirse rechazada constantemente. La destrozaron», asegura su madre.
Días antes al 28 de abril la joven estaba bien, animada. «Tenía la boda de una amiga y estaba muy motivada con eso. El mismo día se estaba preparando para la cena de la preboda y le pregunté que si le pasaba algo. Me dijo que el problema era ese, que no le pasaba nada y que siempre estaba mal por nada en concreto», recuerda Belén con gran entereza: «La dejé arreglándose. Estaba algo floja, pero no pensé que pasaría aquello». Claudia dejó siete cartas de despedida antes de subir una última a redes sociales en la que relataba lo que sus acosadores le hicieron pasar. Apagó el teléfono y fue directa al Cerro de Santa Catalina. «Ella pensaba que era una carga para nosotros. Es algo que no voy a superar nunca. Mi madre se murió cuando yo tenía 40 años y lo pasé muy mal, pero esto no tiene nada que ver. La tengo en la mente las 24 horas del día», explica Belén, quien a día de hoy es incapaz de ver acantilados: «Te preguntas qué hice mal, no la pude salvar. A mi hija la han matado, me la han arrebatado. Quiero pensar que se murió por una enfermedad que es la depresión».
Sandra y Belén conviven con una ausencia imposible de llenar. Con un dolor que el tiempo no disipa. Ahora, en su lucha por buscar justicia, esperan que ninguna otra familia tenga que pasar por el mismo infierno.
Las personas con ideas suicidas y sus allegados recibirán ayuda especializada a cualquier hora en el teléfono 024, y ante situaciones de emergencia también pueden llamar al 112. Las tentativas y muertes por suicidio nunca tienen un único detonante, sino que son una reacción a un sufrimiento extremo causado por factores psicológicos, biológicos y sociales que pueden prevenirse y tratarse.