Ángel Fernández, neurólogo: «En las enfermedades degenerativas, seguimos peleando con un enemigo que, hoy por hoy, es superior a nosotros»

Carmen Liedo REDACCIÓN

ASTURIAS

Ángel Fernández, neurólogo
Ángel Fernández, neurólogo

El especialista mierense, que ejerce en el Hospital de El Bierzo y acaba de publicar un libro sobre el ictus «para la gente de la calle», señala que el futuro de la neurología «pinta apasionante» en términos de tecnología y de tratamientos innovadores si se tiene en cuenta que es una especialidad «muy joven» en la que se ha avanzado mucho

02 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Que las circunstancias de la vida hayan llevado al neurólogo Ángel Fernández a desarrollar su carrera profesional en el Hospital de El Bierzo, no le resta a este mierense de cuna ni un ápice de asturianía. Tal es así que, entre risas, el mismo se define como «más asturiano que la sidra» y, de hecho, tiene plaza en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Especialista en ictus, epilepsia de difícil control, trastornos del sueño y problemas de enfermedades neuromusculares, que también trata casos de Parkinson complejos, Fernández ha publicado recientemente el libro Ictus. Cinco letras que cambian tu vida, un libro que, confiesa, que escribió «por rabia» y a raíz de que durante la pandemia de la Covid no pudiera dedicar mucho tiempo a explicar a sus pacientes con ictus y a sus familias qué era la enfermedad, por qué le había pasado y cómo afrontarla. Otra confesión que realiza en la entrevista concedida a La Voz de Asturias es su pesar por no poder dedicar más tiempo a la investigación por la «sobresaturación de consultas» cuando es consciente de que en lo que a las enfermedades degenerativas se refiere, los neurólogos «seguimos peleando con un enemigo que, hoy por hoy, es superior a nosotros»: es «el gran caballo de batalla de su especialidad», asevera.

—¿Qué te inspiró a convertirse en neurólogo y qué aspectos de esta especialidad le apasionan más?

—Yo llegué a la medicina por casualidad. Todo el mundo, incluso yo mismo esperaba que iba a acabar en letras, porque me encantaba la historia, la filosofía, la literatura…, pero al final acabé en medicina desde que empecé a dar las primeras lecciones en bachillerato. Cuando entré en la carrera descubrí que a mí el sistema nervioso, que a todo el mundo lo producía como una especie de reparo tremendo, me resultaba atractivo y, aunque no te voy a decir que es fácil de entender, no lo veía tan complicado como las personas decían. Después, al empezar en la práctica médica fui viendo que el sistema nervioso me gustaba. Respecto a lo que más me gusta, pues seguramente que es una rama de la medicina donde, aunque las técnicas han mejorado mucho, sigue dependiendo mucho, mucho, mucho del método clínico. Es decir, es una de las pocas especialidades en las cuales puedes tener algo muy grave con todo normal, con lo cual supone como un desafío adicional. Además, entender el cerebro, que es el órgano que rige todo el cuerpo, aunque el resto del cuerpo también influye en él, es lo que más me llama la atención.

—¿Cuáles son las condiciones neurológicas más comunes que tratas en tu práctica diaria?

—Hay que hacer dos diferenciaciones: consulta y hospitalización. En consultas, diría que ahora mismo el grueso lo llevan las quejas de memoria del cerebro cognitivo, es decir, sospecha de demencia tipo Alzheimer o enfermedades relacionadas; y los dolores de cabeza, lo que los neurólogos llamamos las cefaleas, especialmente las migrañas. Son tal vez los dos grandes motivos de consulta que pueda haber, luego vienen otros, como mareos, temblores, pérdidas de conocimiento, pero los dos más gruesos son esos. Y a nivel de hospitalización, la inmensa mayoría de los casos son ictus, o lo que llamamos la patología cerebrovascular aguda, los problemas de riesgo cerebral, por decirlo coloquialmente.

—¿Cómo ha evolucionado el tratamiento de enfermedades neurológicas en los últimos años?

—Hay que tener en cuenta que la neurología, como especialidad propia, es una especialidad que todavía es muy joven. De hecho, hasta hace unas pocas décadas estaba íntimamente ligada con la psiquiatría y, de hecho, había muchos médicos que en su titulación ponían neuropsiquiatras. Posteriormente, se modificó porque, aunque las dos especialidades tratan el cerebro, lo tratan de una manera diferente. Y es verdad que, en neurología, si bien nos queda mucho camino por recorrer, hemos pasado de ser unos grandes diagnoticadores y no tener casi posibilidades de tratamiento, a tener avances muy significativos, como en el ictus, por ejemplo, donde ha cambiado mucho. Ahora hay técnicas que te permiten recuperar prácticamente uno de cada dos casos cuando son casos bien seleccionados. En el tema de la epilepsia se ha mejorado mucho, con el control de la misma con medicamentos, con la aparición de cirugía de epilepsia, con la detección mejor de las crisis epilépticas mediante técnicas más precisas y más avanzadas... En el Parkinson han aparecido también muchos tratamientos y la posibilidad de cirugía del Parkinson, u otro tipo de tratamientos a nivel subcutáneo, mediante bombas de infusión igual que los diabéticos con la insulina… En definitiva, lo que es el arsenal terapéutico y el conocimiento ha ido avanzando mucho, aunque en esta especialidad el gran caballo de batalla, en el que nos queda todavía mucha lucha, son las enfermedades degenerativas. Seguimos peleando con un enemigo que, hoy por hoy, es superior a nosotros. En el resto de los campos sí pienso que se ha avanzado bastante en todos los tratamientos.

—¿Qué papel juega la investigación en su trabajo y cómo se mantiene actualizado sobre los últimos avances en neurología?

—La investigación, con la situación de colapso que tenemos ahora mismo de sobresaturación de consultas, hace que en los hospitales de nivel 2, o incluso más pequeños, tengamos muy poco tiempo para investigar dentro de nuestro horario laboral. El 90-95% del tiempo lo tenemos que dedicar a la asistencia de pacientes, con lo cual, la labor de investigación se queda muy escasa y te obliga a hacerlo fuera de tu horario laboral, con el consiguiente desgaste personal y familiar que pueda haber. La manera de mantenerte actualizado muchas veces es aprovechando conocimientos de compañeros que pueden estar focalizados en algunas otras áreas donde tú puedes no tener tanto manejo. Sí es verdad que hoy en día tenemos mucho acceso a informaciones, a la difusión de cursos y de seminarios y webinars online, que te permiten estar conectado a cualquier parte del mundo. Lo que pasa es que, a veces, hay tal sobresaturación de eventos que materialmente no puedes atenderlos a todos.

Yo creo que la investigación debería ser un pilar fundamental porque, como decía antes, hay campos como el de las enfermedades degenerativas donde tenemos muchísimo por recorrer y mucho por resolver teniendo en cuenta que es una patología que cada vez va a más, que es altamente discapacitante y que afecta no solamente al cerebro de la persona que lo padece, sino al corazón de la familia y al bolsillo del contribuyente. En este sentido, creo que queda mucho por hacer, con lo cual sería necesaria una reforma grande en el sistema que permitiera, no solo investigar, sino formar médicos, porque nosotros tenemos fecha de caducidad, pero vendrán generaciones futuras por detrás.

—Y la inteligencia artificial ¿es útil en el ámbito de la neurología?

—Yo pienso que en determinados aspectos puede ser tremendamente útil, si bien es verdad que tenemos que ver todavía un poco por dónde va a ir el desarrollo. La inteligencia artificial aplicada por ejemplo en el campo de la radiología, de resonancia, de medicina nuclear, para el diagnóstico de enfermedades neurológicas puede ser increíblemente útil si la sabemos enfocar bien y también para la interpretación de otro tipo de pruebas que podemos pedir en sangre o en líquido cefalorraquideo que nos ayuden a enfocar un poco mejor el perfil del paciente. Pero se está empezando a explotar ahora el camino y a mí lo que me preocupa más que la inteligencia artificial, que puede ser una herramienta muy interesante, es la inteligencia natural del que acude a ella, que tal vez a veces se nos olvida. Yo te puedo contar como anécdota personal que hay un porcentaje nada desdeñable de mi consulta que se dedica a interpretar resultados de pruebas que se piden por distintos motivos donde aparecen hallazgos que no se esperaban que aparecieran y luego te toca interpretarlos.

—¿Puedes compartir un caso que haya sido particularmente desafiante o gratificante en su carrera?

—Hay muchos casos que te marcan, bien porque no has podido ayudar todo lo que querías o porque no llevaba el tiempo suficiente, porque a veces cuando te pones la bata blanca te crees, o bien el enviado de Dios o un superhéroe, y no lo eres. Yo tengo dos casos. Uno me marcó mucho porque estaba empezando la residencia en neurología, todavía no era ni adjunto, y fue un paciente que lo vi en urgencias. La primera sospecha que tuve fue que tenía un cáncer de pulmón que estaba invadiéndole el cerebro y la médula espinal, pero era la sospecha de alguien que apenas se había iniciado en la neurología. Mientras estudiábamos al paciente, no había nada que apoyara lo que yo sospechaba, pero en la autopsia se encontró que efectivamente tenía un cáncer de pulmón que había estado invadiendo el cerebro y la médula espinal. Con eso aprendí que a veces no importa tanto la edad que tengas sino el conocimiento que tengas y el que estés dispuesto a adquirir. Ese fue un aprendizaje muy positivo. También recuerdo el caso de una señora que empezó con un problema en las piernas, los nervios de sus piernas empezaban a degenerar y los test de las pruebas que realizamos nos decían que en los 5 años siguientes iba a desarrollar un cáncer de pulmón o que la probabilidad de desarrollar un cáncer de pulmón era muy alta. Le estuvimos haciendo seguimiento durante cuatro años y, justo cuando íbamos a llegar a los 5 años sin que apareciera nada, en el último escáner de control vimos que efectivamente había una metástasis de un cáncer de pulmón que hasta ese momento no había dado la cara. En este caso fue la tristeza de decir: sé que te va a aparecer, sé que lo tengo que buscar y no lo encuentro y, de repente, aparece. Ahí te das cuenta que, a veces, los médicos podemos ser como un poco magos frente a la naturaleza intentando ayudar hasta que al final la biología, que siempre manda, es la que dice esto es lo que hay y esto es lo que va a pasar.

Ángel Fernández, neurólogo
Ángel Fernández, neurólogo

Comunicación y acompañamiento del paciente

—¿Cómo aborda la comunicación con los pacientes y sus familias sobre diagnósticos difíciles o tratamientos complejos?

—El primer requisito es que tienes que tomarte el tiempo que sea necesario que poder hacer entender, primero al paciente y después a la familia, lo que está pasando. Eso no quiere decir que, a lo mejor, no tengas que volver a retomar esa conversación más adelante. Desde luego, es difícil y pienso que hay que dar expectativas realistas acerca de lo que tienes y de lo que puedes esperar. Siempre desde la humildad, admitir que te puedes equivocar porque eres humano, y ofertar siempre la posibilidad de que consulten a otro compañero buscando una segunda opinión. Y dándoles siempre la confianza de que, pase lo que pase, yo voy a estar con ellos hasta el final que iremos trabajándolo poco a poco, detectando los síntomas que aparezcan, buscando cómo ponerle remedio. Es decir, se trata de acompañar al paciente y a la familia mientras tú le vas dando armas para que puedan gestionar su día a día. Al fin y al cabo, la medicina del siglo XXI va a acabar siendo la del empoderamiento del paciente y de las familias, lo que pasa es que eso conlleva un regalo muy envenenado que es, si tú tienes la capacidad de tomar decisiones, vas a tener que responsabilizarte de la toma de esas decisiones. Otra cosa es que yo como profesional te dé la información y entre los dos lleguemos a un acuerdo. Porque yo entiendo que el paternalismo que había antes en la medicina de, usted va a hacer esto porque lo digo, debe formar parte del pasado. En eso coincido con mi ex jefe, buen compañero y mejor amigo neurólogo HUCA, que es Sergio Calleja Puerta, que piensa igual que yo, que el paternalismo en medicina es algo ya del siglo XIX.

—¿Qué consejos le darías a alguien que esté considerando una carrera en neurología?

—Lo primero, que tenga paciencia que la carrera de medicina y la especialidad en neurología es un objetivo a largo plazo porque hablamos mínimo de 11 años, si consideramos seis de carrera, uno de MIR si va todo bien y cuatro de especialidad que, por cierto, para mi gusto cuatro años de especialidad en neurología con lo que ha cambiado es claramente insuficiente. Que disfruten del camino, que reconozcan sus límites y que sean justos. Porque cuando entras a hacer neurología no sabes nada más de lo que has aprendido en la carrera, y te toca aprender y formarte toda la vida sabiendo que, a lo mejor, cuando lleves 20 años de trabajo, lo que estés estudiando y lo que estés haciendo puede que sea incluso lo contrario a lo que hiciste 15 años atrás. Pero les diría que no tengan miedo y que disfruten porque, seguramente, el cerebro humano es la última gran frontera de conocimiento biológico que nos queda y tiene muchas vertientes no solamente desde el punto de vista estrictamente médico, sino desde profundizar en la neuropsicología o cómo desarrollar nuevas técnicas que nos permitan diagnosticar enfermedades degenerativas de una manera mucho menos agresiva que las que tenemos ahora. Es decir, el campo y las posibilidades que se pueden abrir son infinitas y hay otro campo donde ahí la inteligencia artificial nos puede ayudar mucho.

—¿Cuáles son los mitos más comunes que ha encontrado sobre las enfermedades neurológicas y cómo los desmitificarías?

-Lo primero, que si son enfermedades neurológicas, pues que muchas de ellas vienen impuestas, por ejemplo, en el caso de las migrañas, que como viene de herencia no puedes hacer nada. En el caso de ictus, pues que cuando te da, te da, y no lo puedes prevenirlo. O en el caso del Parkinson, como tengo la enfermedad me tomo las pastillas y ya está. Y si se trata del Alzheimer, que como es una enfermedad generativa, tampoco puedes hacer mucho más. Esos son los principales mitos que hay: o que viene de herencia o que no se puede hacer nada. La manera de desmitificarlos es muy sencilla: primero, puedes ayudar a prevenir que aparezcan o que aparezcan más tarde haciendo lo que de alguna manera se llama dieta. La dieta va mucho más allá de lo que comes: dieta implica un ejercicio físico, implica un estilo de vida, implica una alimentación y una interacción con el resto de las personas, el hombre necesita relacionarse. Hay que enseñar desde una edad temprana a los niños y a los adolescentes la importancia de alimentarse bien, de hacer ejercicio físico, de evitar el tabaco, cuidado con el alcohol, cuidado con las bebidas edulcoradas y las mal llamadas bebidas energéticas, la importancia de un buen dormir…

Importancia de la prevención en neurología

—¿Qué importancia tiene la prevención en la neurología y qué medidas recomienda a sus pacientes para mantener una buena salud cerebral?

-Por mucho que queramos ir de sofisticados y de modernos, al final se trata de volver a lo básico, que es precisamente ejercicio físico adaptado a la condición y edad de cada uno, una buena interacción social, evitar el tabaco, evitar el alcohol, procurar hacer una rutina y una serie de hábitos durante el día que luego te permitan llegar a la noche dispuesto a dormir y que te permita descansar. Porque otro mito que hay es que si no duermes ocho horas te caes… Yo lo que digo es que duermas un sueño de calidad que a ti te deje funcionar al día siguiente.

—¿Cómo ve el futuro de la neurología en términos de tecnología y tratamientos innovadores?

—En términos de tecnología y de tratamientos innovadores, la verdad es que pinta apasionante porque, como decía antes, el desarrollo de la inteligencia artificial nos va a permitir diagnosticar con más precisión en el campo de las enfermedades, sobre todo de las enfermedades neurológicas de base autoinmune, como puede ser la miastenia grave o la esclerosis múltiple, por ejemplo. El desarrollo de nuevos fármacos nos está dando la oportunidad de abrir nuevas vías y de rescatar a pacientes que de otra manera lo pasaban realmente mal. En epilepsia, la mejora de las técnicas de cirugía y el mejor conocimiento de la genética hace que podamos tener nuevas vías de actuación. Y nuestro gran caballo de batalla, como te decía antes, y ahí es donde tenemos que echar el resto, es en el diagnóstico temprano y en el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas. Y mientras no podamos hacer eso, estamos en la obligación moral, no ya los neurólogos como médicos, sino la sociedad, de apoyar y dar un respiro a esos cuidadores y a esas familias que son los verdaderos seres anónimos que día a día se dejan la piel, la vida y los cuartos en el cuidado de sus familiares. Muchas veces pelean solo frente a un enemigo que a día de hoy es superior a nosotros. Todo esto tiene un pero, y es que necesitamos neurólogos, porque el aumento de petición, de demanda, de consultas por motivos de neurología se ha disparado de una manera estratosférica y no en todas las provincias de España podemos asegurar esa atención porque la distribución es desigual.

Un libro para pacientes con ictus y sus familias

—Por último, acabas de publicar tu segundo libro Ictus. Cinco letras que cambian tu vida. Con lo amplio que es el campo de la neurología, ¿por qué un libro centrado exclusivamente en el ictus?

—La respuesta es corta, porque tenía rabia. Yo siempre he sido muy partidario de explicarle al paciente, al enfermo y a la familia lo que pasa y el porqué, sobre todo cuando es previsible que haya una situación que con el paso del tiempo genera una gran dependencia. ¿Qué pasó? Que llegó la pandemia, pero la gente seguía teniendo ictus, la gente seguía teniendo ataques epilépticos, la gente seguía teniendo enfermedades cerebrales. Yo tuve la sensación de que no pude pararme lo suficiente para poder hablar con cada uno de esos pacientes, con cada una de esas familias, para explicarles bien, si les decías lo que les pasaba, pero no profundizabas. Lógicamente, las familias se ponían nerviosas, había momentos de tensión. Así un día surgió el ¿por qué no lo escribes en un libro que para que los pacientes y sus familias lo vayan leyendo a su ritmo de una manera comprensible? Porque la idea de este libro no era escribirlo para sanitarios, era escribirlo para gente de la calle: poder escribirles el por qué sucede el ictus, cuáles son los síntomas, cómo aprender a detectarlo. Una vez que tenemos, por desgracia, la mala suerte de que ha pasado, cómo activar esa cadena que va a poner en marcha el protocolo del código ictus, que básicamente consiste en trasladar al paciente al hospital lo más rápido para que pueda ser atendido lo más frecuentemente y lo mejor posible. Digamos que yo lo que quería con este libro era trasladar mi experiencia y que ellos tomen decisiones teniendo información, los pacientes y las familias, a la que implicas. Es como una especie de regalo a todo ese tipo de pacientes y de personas que a veces pueden sentirse desamparadas porque nuestro sistema, por desgracia, no permite darles lo más valioso que tenemos, que es el tiempo.

—Y ya que hablamos de ictus, ¿cómo se puede reconocer?, ¿cuáles son esas señales que permiten detectarlo?

—Es relativamente fácil reconocer un ictus porque hay tres señales que nos permiten detectar que a una persona le puede estar dando un ictus: si esa persona, de repente, empieza a hablar mal; de repente, se le desvía la boca o nota que tiene pérdida de fuerza en un brazo o una pierna. Si se parece a cualquier cosa de estas, no pierdas el tiempo, levanta el teléfono, llama al 112 y di que a la persona que tienes al lado le puede estar dando un ictus, porque le puedes salvar una vida. Insistir, como decía antes, en que muchos problemas pueden ser parcialmente prevenibles y que es nuestra misión como personas, ciudadanos, estar en la mejor condición de salud física y corporal. Y también es muy importante que el actual ritmo de vida, seguramente esté favoreciendo la aparición de patologías cada vez más frecuentes, como problemas de salud mental. Se hace necesario replantearnos si es saludable y recomendable una sociedad permanentemente conectada 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año. A lo mejor la palabra clave es desconecta, y eso tiene mucho que ver con el sueño. Está visto que las personas que duermen menos tienen más riesgo de desarrollar enfermedades autoinmunes. En cambio, si nosotros nos aseguramos un sueño de calidad, vamos a ser mucho más felices y mucho más productivos. Por tanto, es tremendamente importante cuidar nuestro sueño, no solo ya por el tema del ictus, sino por nuestra salud en general.