Erika Poulsen, madre de un niño con diabetes: «Cuando empezó infantil, me invitaron a que dejara de llevarlo al cole»

Sergio Muñoz Solís
Sergio M. Solís REDACCIÓN

ASTURIAS

Utensilios contra la diabetes
Utensilios contra la diabetes

Explica que su hijo llegó a tener «un cuarto especial» para medirse la glucosa porque «no le permitían pincharse el dedo delante de sus compañeros»

09 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace ya una década desde que al hijo de Erika Poulsen le diagnosticaron diabetes. El menor, que en aquel momento tenía 4 años, se vio obligado a controlar la enfermedad a base de plumas de insulina. «La noticia fue demoledora. Nunca te imaginas hasta dónde puede llegar la diabetes. Al principio teníamos que pincharle entre 10 y 12 veces al día», relata Poulsen. «En un crío tan pequeño era difícil de controlar, estaba muchas veces con hipoglucemia y desajustado», añade. Un desajuste que, tal y como cuenta la madre, responde a todo tipo de factores externos como «si hace frío, si hace calor, si están incubando una enfermedad, el ejercicio que hacen o la cantidad de alimento que ingieren». «Tú puedes medir las raciones y ponerle la insulina que crees que va a ser necesaria, pero a las dos horas la glucemia queda por arriba o por abajo, porque no solo influye la comida», explica.

«Recuerdo que la primera semana que llegamos del hospital estaba siempre en hipoglucemia. Teníamos muchísimo miedo a meterle hidratos por si ocurría un efecto rebote y se disparaba. Nuestro mayor miedo era tener que recurrir a los rescates de glucagón», comenta Poulsen, quien confiesa que fue aprendiendo sobre la diabetes a medida que iba pasando el tiempo, con la «suerte» de que su hijo debutara con esta enfermedad siendo aún muy pequeño. «Él hace una vida normal. Sabe que tiene esa condición y es como el que lleva gafas», dice su madre, quien revela sus esfuerzos por inculcarle al niño «que la enfermedad es una responsabilidad suya, estando nosotros detrás para apoyarle en la gestión y acompañarle». «Tiene que ser consciente de que el día de mañana se tendrá que ocupar él», subraya.

Desgraciadamente, la experiencia del joven durante sus primeros años con la enfermerdad en el entorno escolar fue «bastante traumática», como describe su madre. «Cuando debutó estaba en infantil, a finales de curso. Al volver al cole después del ingreso me invitaron a que dejara de llevarlo a clase», asegura Poulsen, quien se negó a aceptar la propuesta con la intención de que su hijo llevara «una vida normal». «Había mucho miedo y desconocimiento por parte de los profesores», manifiesta. Poulsen recuerda un caso concreto de aquellos años, una docente que se involucró especialmente en el cuidado de su hijo en el aula: «Fue muy empática. Decidió ayudarme e incluso le miraba la glucemia capilar. No tenía por qué hacerlo, pero lo hacía». Una actitud que no fue compartida por el resto del profesorado y que poco después llegaría a su fin, puesto que la docente abandonó el centro. 

«Varias veces tuve que ir al colegio, y me lo encontraba solo en el patio con niveles muy bajos de azúcar», cuenta apenada Poulsen, quien puso todo de su parte para dotar de unos conocimientos mínimos sobre la diabetes a los profesionales que compartían el día a día con su hijo en la escuela: «Les hice un protocolo de actuación, llevé unas tarjetas al colegio para informar de lo que tenían que hacer si tenía una subida o una bajada de azúcar. Como no había nadie resposable, era mi manera de cubrirme las espaldas y que no estuviera desatendido», rememora. Esta madre también denuncia que su hijo tenía «un cuarto especial» para medirse la glucosa porque «no le permitían pincharse el dedo delante de sus compañeros». Situaciones que no contribuían a normalizar la enfermedad y que castigaron emocional y psicológicamente al menor durante aquellos años: «Él no entendía que yo fuera la única madre que iba al colegio casi cada día y que tuviéramos que escondernos para que se pinchara. Era una locura todo», expresa.

«No tiene por qué pasar nada. Si tú tienes un buen control, no va a producirse una hipoglucemia ni un desmayo», apunta Poulsen sobre la postura de ANPE en cuanto a la guía de actuación de los profesores y su propuesta de crear la figura de la enfermera escolar. «Los padres solo pedimos que alguien sea responsable durante las horas lectivas y que, si les baja el azúcar, se les dé una galleta o un zumo. No queremos a nadie poniendo insulina, jamás lo he pedido», asevera. «Tengo encontrado al crío con 30 de azúcar sin que nadie me llamara. Es cuestión de empatía, se trata de un menor que está a tu cargo», añade.

Asimismo, Poulsen considera que la labor de Asociación de Diabéticos del Principado de Asturias (ASDIPAS) es fundamental para que estas familias reciban una formación completa y acompañamiento para comprender la diabetes. La madre también destaca el gran trabajo de la doctora Isolina Riaño, especialista en endocrinología pediátrica, y una de las facultativas más relevantes en todo el territorio nacional respecto a la diabetes infantil.

La historia de Erika Poulsen y su hijo pone de manifiesto las dificultades que enfrentan las familias de niños con diabetes, especialmente en un entorno que a menudo carece de formación y recursos para gestionar esta enfermedad. Su experiencia refleja la necesidad de sensibilizar a la sociedad y a las instituciones educativas sobre una afección que, más allá del manejo médico, requiere de apoyo emocional, empatía y compromiso por parte de todos los actores involucrados para garantizar que los menores puedan llevar una vida normal.