Piezas de cerámica muy bien conservadas permiten ahondar en los conocimientos del yacimiento arqueológico, donde hay restos de humanos, una panoplia y numerosos animales, buena parte de la Edad de Hierro
25 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La cueva de La Cerrosa-Lagaña es uno de los grandes espacios arqueológicos del Norte de la península. Situada en Suarías, en Peñamellera Baja, acoge un yacimiento subterráneo con restos de todo tipo, que aportan numerosa información sobre asentamientos milenarios en el Cantábrico, muchos de cuyos misterios están aún por aclarar. Como explica la directora de la excavación, Susana de Luis, «es un rompecabezas que tenemos que juntar, y que tratamos de resolver con antropología física, pruebas de carbono 14 y análisis de ADN».
Desde que comenzaron las excavaciones, los hallazgos se han ido sucediendo. En el yacimiento se han inhumado restos de al menos once humanos, de los que cuatro pertenecen a la Edad del Hierro. «Pueden parecer pocos pero son muchos para el Norte; en la mayoría de las necrópolis de la Edad del Hierro del resto de la península había cremaciones y apenas pueden realizarse estudios sobre huesos», subraya la directora. La Cerrosa, entonces, es una fuente muy sustanciosa de datos sobre la dieta, la movilidad, la ascendencia, la edad del destete o las paleopatologías en las poblaciones de la Edad de Hierro.
¿Qué podemos leer hasta ahora en los restos?
Además de los restos humanos, hay numerosos restos de animales y también una panoplia compuesta por un puñal de filos curvos con su cinturón, cuatro puntas de lanza, un cuchillo y una fíbula omega, y varios trozos de cerámica en muy buen estado de conservación. El análisis de todos estos restos permite una lectura muy rica de la vida de aquellas poblaciones remotas.
En un principio, se supo que se trataba de un espacio ritual de la Edad del Hierro, que resultaba único tanto por los restos humanos como por la panoplia. Pero los resultados del carbono 14 constataron que la cueva había sido utilizada para depositar cuerpos desde el Neolítico hasta la tardorromanidad, lo que confirmaba su condición de espacio limítrofe entre lo terrenal y lo espiritual.
Por otra parte, según los investigadores, el carbono 14 indica que la datación de la panoplia coincide «con el episodio de Guerras Cántabras, un momento de crisis en el que la población volvió a realizar rituales en las cuevas (como sucede en otras cántabras como las del Aspio, Cofresnedo o El Linar) y en el que solían elegir espacios subterráneos ya utilizados en el pasado». Y entre los usos que se conjeturan está que se trate de «un depósito ritual, un enterramiento con ajuar o un sacrificio humano». Completar este conocimiento está a expensas de futuras intervenciones y estudios.
Banco de ADN
Por otra parte, los análisis de ADN trabajan la respuesta a otras muchas preguntas. Por lo pronto, los preliminares señalan que todos los individuos son mujeres. Uno de los investigadores de la genética del yacimiento, Íñigo Olalde, de la Universidad del País Vasco, explica que están aplicando las nuevas tecnologías de secuenciación para lograr la información del genoma completo. Se creará así un banco de ADN para profundizar en el estudio de numerosos aspectos de la vida de aquellos pobladores de la cornisa Cantábrica. En primer lugar, se constatará cuántos individuos hay realmente en el yacimiento, ya que aunque los datos arqueológicos apuntan a que son once, no está claro al cien por cien de cuántos se trata, y se confirmará el sexo de todos ellos. Además, también se harán pruebas para conocer el parentesco entre los individuos, para estudiar determinadas facetas sociales.
Y quizá uno de los aspectos más interesantes es la ascendencia de las poblaciones y la afinidad con otras poblaciones ya secuenciadas. De esta manera, se podrán estudiar las interacciones entre los asentamientos cercanos y los cambios demográficos. Olalde sostiene que «la Edad del Hierro es una época muy interesante y muy complicada de analizar, paradójicamente más difícil que en periodos anteriores, por las incineraciones; solo contextos como el de esta cueva, que tiene algún tipo de ritual, permiten el estudio; en la cornisa cantábrica hay muy pocas oportunidades para estudiar las poblaciones».
Cerámica
Por otro lado, el análisis de los isótopos permitirá conocer la dieta de los individuos depositados en esta cavidad. Uno de los grandes hallazgos son las piezas de cerámica, que están muy bien conservadas. Es el único yacimiento en una cueva de la Edad del Hierro atlántica en el que se han realizado análisis de contenido cerámico. En otros, las muestras suelen estar contaminadas. No aquí. Las investigaciones de Susana De Luis junto con Alicia Hernández Tórtoles, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y Adriá Breu, de la Universidad Autónoma de Barcelona, se han encontrado resultados sorprendentes, que además de mostrar su datación en la Edad de Hierro, muestran el uso de un recipiente para la preparación de comidas con ingredientes que contenían tres grasas de animales rumiantes (oveja/cabra/vaca), que podrían ser para un guiso. Además, se identificó brea de abedul, que podría ser impermeabilizador de la superficie del vaso o también material combustible para convertir este antiguo recipiente de cocina en una lámpara para el ritual.
Un ritual complejo
El yacimiento revela un uso durante dos periodos de la Edad del Hierro. De la Primera Edad del Hierro (750-450 a.C) se da una gran cantidad de restos de fauna, de recipientes cerámicos y de varios cuerpos humanos. El equipo lo interpreta como un acto ritual. Con este sentido simbólico, implicaría «el uso de los recipientes como contenedores de ofrendas alimenticias y/o como lámparas, así como animales que abarcan toda la cabaña ganadera y que fueron depositados prácticamente completos», y entre los enigmas que guardan todavía los restos están los de los cuerpos de varias mujeres. Se desconoce «si su muerte fue natural o si se trató de un sacrificio al modo que pudo ocurrir con los animales que aparecen a su alrededor».
Es en un momento tardío de la Segunda Edad del Hierro (Siglo I A.C.) cuando el espacio se vuelve a utilizar, y cuando se deposita la panoplia. Junto a ella, se identificó un único hueso largo, que apunta a que un individuo humano pudo haber sido depositado junto con las armas. Entre los restos, aparece un puñal con cinturón articulado, único en el Imperio Romano, que constituye, según los investigadores, «el eslabón perdido entre el armamento indígena y el romano».
Fauna
Otro valor importante del yacimiento es que se ha convertido en un lugar de referencia para conocer la fauna de la época. Entre los hitos de la investigación están los estudios de ADN de caballos de la Segunda Edad del Hierro, que han dado como resultados preliminares la presencia de yeguas. «Se ha estudiado toda la fauna pero sigue el estudio porque hay muchísima», explica Susana de Luis. Los animales tiene «marcas de corte que indican el despiece de la carne, y un uso de la piel que hace pesar que se trataba de una ofrenda a los dioses». En cuanto a los humanos, «sabemos que están depositados allí, que no los arrojaron desde la boca; hay dos individuos que están juntos y que fueron colocados».
La directora de la excavación cree que puede haber todavía más restos valiosos. Por ejemplo «ha aparecido la vaina de un puñal con placas del cinturón, y pensamos que puede haber más placas, y todavía no hemos encontrado la hoja, que podría aparecer».
La dificultad para encontrar restos es alta, por la disposición de la cueva. «Es una cavidad muy inclinada en la que tiende a irse hacia abajo todo el material, con lo que se da una estratigrafía muy complicada», asegura la directora.
La excavación requiere mucho esfuerzo, y también apoyos de todo tipo. Susana de Luis valora especialmente el de la asociación «El Cantu la Jorma», que ha ayudado mucho en aspectos como trámites o solicitud de ayudas, y el del grupo de espeleología Gorfolí, que garantiza que el acceso y los trabajos de excavación sean seguros.