Las pocas luces y muchas sombras del misterio de Mengollo

Marcos Gutiérrez REDACCIÓN

ASTURIAS

María Pedreda

En abril de 1854, la veintena de vecinos de este pueblo y sus animales aparecieron muertos sin señales de violencia aparentes, tanto dentro como fuera de sus casas. La investigadora Marián Coya repasa la historia de este suceso acaecido hace 170 años y sobre el que, aún hoy, abundan más las dudas que las certezas

29 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La tragedia del pueblo de Mengollo, en Quirós, es una de las grandes historias de misterio del Principado de Asturias. Un relato a caballo entre lo legendario y lo puramente histórico. Se trata de una historia a medio camino entre la desaparición de los habitantes de la «colonia perdida» de Roanoke y el incidente del paso Diátlov, en el que nueve excursionistas murieron durante una ruta por los Urales, sin que se hayan aclarado de manera plenamente satisfactoria las causas.

Marián Coya es investigadora, divulgadora y, asimismo, la responsable de «Rutas Misteriosas», que cuenta con itinerarios por Oviedo, Gijón y Avilés. Explica que «los métodos de investigación que había en esta época eran bastante precarios», lo que justifica en parte los interrogantes que aún planean sobre este caso.

En esta línea, explica que un aciago mes de abril de 1854 «la persona que descubre la situación y el primer testigo directo fue un párroco de un pueblo cercano, Casares, que sube a Mengollo después de muchos meses, porque este pueblo quedaba aislado por la nieve».

El párroco se desplazó a Mengollo con la intención de dar misa en este pueblo que constaba con una docena de casas construidas en torno a una panera. En Asturias no es necesario recordar la importancia de las paneras en los pueblos de antaño, ya que eran, literalmente, las garantes de que los habitantes pudieran salir o no adelante en los duros meses de invierno.

Pues bien, cuando el párroco llega al pueblo «se encuentra una escena dantesca, con todos los habitantes muertos, tanto en el interior desde sus viviendas como en el exterior, y algunos de los cuerpos ya en un avanzado estado de descomposición». Al igual que los habitantes de la localidad, también los animales de granja se encontraban muertos en el interior de los establos. Solo hubo «un superviviente, que fue un pastor que no se encontraba allí porque estaba fuera cuidando del ganado».

A priori, los cuerpos de la veintena de vecinos no presentaban ningún signo de violencia, por lo que «las autoridades, después de hacer una necropsia, descubren que todos los fallecidos tienen una característica en común, que es que contienen pan de escanda en sus estómagos». Marián Coya explica que «las autoridades, después de una investigación, concluyen de una forma muy rápida que la causa de la muerte había sido el envenenamiento por el consumo de este pan y llegan a la conclusión de que algo lo había contaminado».

De hecho, la tesis oficial defendió en su momento que los fallecimientos se habían producido «por una salamandra o sacavera que pudo haber estado en contacto con el manantial cuya agua se empleaba para hacer el pan». Sin embargo, esta investigadora aduce que esta hipótesis hoy «no tiene consistencia ninguna, porque estamos hablando de que la salamandra no tiene suficiente dosis de veneno como para resultar mortal, ni siquiera si una persona ingiriera una entera moriría».

Imagen de archivo de un hórreo en Asturias
Imagen de archivo de un hórreo en Asturias

Asimismo, «llama la atención también que quisieron resolverlo todo de forma muy rápida». Coya comenta que «también se especuló acerca de que pudiera ser el cornezuelo del centeno», también conocido como Claviceps purpurea, que es un hongo parasítico con propiedades alucinógenas que crece junto a este cereal y que, de alguna manera, se pudo haber molido accidentalmente junto a la escanda.

Actualmente, y a partir de investigaciones llevadas a cabo por botánicos, una de las tesis más defendidas para explicar este horrible suceso se asienta sobre «la aparición de restos de arsénico en ese manantial de agua que se empleaba para la realización del pan». Sin embargo, «esto constituye uno de los segundos misterios de Mengollo, es decir, cómo fue a parar el arsénico al agua».

Marián Coya explica que «las autoridades al final lo que hicieron fue enterrar los cuerpos de una forma bastante poco ortodoxa, porque lo hacen una fosa común con la finalidad de evitar la propagación de enfermedades». Esas mismas autoridades de la época «arrasan completamente el pueblo y prohíben, además, que durante décadas se lleve allí el ganado a pastar».

Es por eso que el único vestigio que se conservaría de la época «sería la famosa panera, porque parece ser que los habitantes del pueblo vecino, Villagondú, la trasladaron». Precisamente este sería «el tercer misterio de Mengollo, que estaría relacionado con las ruinas y restos que quedarían a día de hoy». En este sentido, «estamos hablando de que fue un pueblo que se quemó, solamente quedarían unas pocas estructuras prácticamente sepultadas por la vegetación de la zona».

«Objetivamente no existe una ubicación exacta del pueblo y nadie puede afirmar con rotundidad que realmente esos restos de construcciones pertenezcan a este lugar», explica esta investigadora. A causa de la falta de registros en archivos históricos «se ha llegado a cuestionar la propia existencia del pueblo y a especular, incluso, de si esto en realidad ocurrió o estamos hablando de una leyenda».

No en vano, «ni en ayuntamientos, ni en archivos parroquiales o bibliotecas se hace mención a Mengollo». Marián Coya considera que «la causa pudiera deberse a que en lugar de un pueblo entendiéndolo como lo veríamos a día de hoy», se trataba de un conjunto de casas donde vivirían familias, un escaso núcleo de construcciones constituido por cabañas de pastores que, «a lo mejor, solo permanecían allí determinadas épocas del año para cumplir las funciones de ganadería y poco más».