Ana González, psicóloga clínica infantil: «Aburrirse ayuda a aceptar las emociones, las vivencias negativas y a gestionar la frustración»

Carmen Liedo REDACCIÓN

ASTURIAS

Ana González, psicóloga clínica infantil
Ana González, psicóloga clínica infantil

La experta considera que «no se debe tratar el aburrimiento infantil como una enfermedad que exige una cura inmediata» y señala que quizá los adultos «seamos los que necesitemos más pautas para aliviar nuestra culpa y nuestro miedo al aburrimiento infantil»

12 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Dice la canción de cabecera de la serie de dibujos animados Phineas y Ferb: «Más o menos cien días hay de vacaciones y llegan las clases de nuevo, y un problema en verano y en ocasiones es como pasarlo de miedo…». Efectivamente, el verano puede ser para niños y adolescentes una época de aburrimiento y frustración por no saber a qué dedicar el tiempo libre. Ana González, psicóloga clínica infantil y profesora titular en la facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, analiza en la entrevista concedida a La Voz de Asturias las causas y razones por las que los niños de hoy en día se aburren durante el periodo estival, un fenómeno que considera «bastante novedoso» en tanto que «antes los niños experimentaban el verano como un largo periodo de disfrute y de alivio de madrugones diarios y tareas escolares» y que achaca a que los padres actuales tratan de «prevenir y combatir cualquier molestia y malestar infantil» y a «el exceso y la sobreabundancia de estímulos, que nos inunda y que llega a aplastar la curiosidad infantil» favoreciendo una hiperatención, a su entender, «nada saludable». Y es que, aunque reconoce que su opinión es disidente de la corriente de pensamiento convencional, reivindica «el aburrimiento como una emoción fértil que sirve de estímulo para la curiosidad, el ingenio y la creatividad infantil». 

—¿Cuáles son las causas más comunes del aburrimiento en los niños durante el verano?

—Aburrirse en verano es un fenómeno infantil bastante novedoso. Antes los niños experimentaban el verano como un largo periodo de juegos, disfrute y descanso que, además, se vivía con el alivio de quien se libera de un régimen demasiado rígido de madrugones diarios y tareas escolares. Ahora resulta que los niños no sólo se aburren en verano, sino que se aburren más que en otras épocas del año. Aunque los motivos son variados, hay dos aspectos entrelazados que, en mi opinión, son determinantes en la explicación. Por un lado, está el nuevo papel de padres supervisores (aunque bienintencionados) interesados en todo tipo de pautas y recursos diseñados para prevenir y combatir cualquier molestia y malestar infantil. Esto enseña al niño que sus padres no toleran el aburrimiento, que debe ser algo muy malo y que hay que estar siempre entretenido para huir de él. Como ocurre con otras emociones (no sólo con el aburrimiento), anticiparse a los deseos de los niños, resolver sus problemas antes incluso de que los experimenten y, en general, asistirles continuamente y sobreprotegerles de cualquier frustración o emoción negativa no les ayuda demasiado. Más bien impide el desarrollo de su autonomía porque no permitimos que se expongan con naturalidad a sus emociones. Esto último facilitaría el aprendizaje de habilidades fundamentales como son la aceptación del malestar y la capacidad de autocontrol. Además de esto, están el exceso y la sobreabundancia de estímulos que nos inunda y que llega a aplastar la curiosidad infantil. Esto favorece una hiperatención nada saludable. Como dice el filósofo surcoreano Byung- Chul Han, toda esa hiperestimulación fomenta la atención dispersa y el cambio de foco continuo, lo que impide la reflexión y la verdadera atención. No debería sorprendernos que los niños se quejen de aburrimiento en un contexto que no quiere ni oír hablar de él. 

—Como experta en psicología infantil ¿puede ser beneficioso el aburrimiento en el desarrollo de un niño?

—Por supuesto. Aunque siempre se ha analizado como una emoción negativa (falta de interés, tedio y demás) deberíamos reivindicar el aburrimiento positivo. Aburrirse está bien porque le da al niño la oportunidad de abandonar esa situación poco reforzante y generar por sí mismo actividades que le resulten gratificantes. En ese sentido, el aburrimiento estimula la creatividad. El aburrimiento también estimula la autorreflexión, porque obliga a pasar tiempo con uno mismo. Actualmente no nos permitimos estar a solas ni por un segundo y, sin embargo, se da la paradoja de que estamos más solos que nunca. La vivencia de estar a solas es algo muy importante que las nuevas generaciones no tienen la oportunidad de explorar. Por ejemplo, se ha visto que el uso abusivo de las redes sociales destapa e induce problemas de soledad y de desconexión. Cuando miramos a los niños y los vemos tan entretenidos y conectados, esta soledad no salta a la vista, pero la actividad que se desarrolla con los dispositivos electrónicos no fomenta precisamente el hablar con los otros, cara a cara y de manera espontánea. Tampoco fomenta la escucha, porque esta exige silencio y habitamos un mundo con demasiado ruido; ruido visual, acústico, digital… Aburrirse también ayuda a aceptar las emociones y vivencias negativas (que son consustanciales al vivir) y en la gestión de lo que hoy en día llamamos frustración. Aunque mi opinión sea un tanto disidente de la corriente de pensamiento convencional, reivindico el aburrimiento como una emoción fértil que sirve de estímulo para la curiosidad, el ingenio y la creatividad infantil. 

—¿Qué señales indican que un niño está realmente aburrido y no solo buscando atención?

—Son las mismas señales, en mi opinión. Los niños se quejan de que se aburren y así pretenden (y casi siempre lo consiguen) llamar nuestra atención. Enseguida encuentran a un adulto atento y dispuesto a darles una solución. Si ésta les encaja, terminará rápidamente con la queja de aburrimiento (por ejemplo cuando les permitimos usar el móvil). Se forman así círculos viciosos de quejas de aburrimiento y opciones para combatirlo que enseñan al niño que el aburrimiento es malo; algo que, como mencioné antes, impide la experiencia y el aprendizaje de estar a solas, de aburrirse y de estar anclado al presente. 

Aprender a «esperar tu turno»

 —¿Puede ser el verano un buen momento o un momento más propicio para que los padres fomenten la independencia de los niños?

—Claro. Es un momento perfecto porque es el periodo vacacional por excelencia. Por eso el verano es ideal para que las familias compartan tiempo y actividades, introduzcan rutinas diferentes en su día a día y acuerden excepciones a esas rutinas. Es un periodo perfecto para comer juntos, escuchar mucho y hablar sin prisas y, por supuesto, para compartir intereses y disfrutes cuando se pueda. Cuando los intereses no sean coincidentes, también es una oportunidad muy buena para que los hijos aprendan a esperar o a entretenerse autónomamente mientras ven cómo los demás hacen sus tareas o están en su turno de actividades preferidas. Aprender a «esperar tu turno» es también un aprendizaje muy importante que contradice y previene muchos problemas, entre otros la muy frecuente hiperactividad infantil. 

—¿Hay que tratar de mantener una rutina en la vida de un niño durante las vacaciones de verano?

—En la vida de los niños las rutinas son absolutamente importantes porque ofrecen seguridad y en el futuro les van a ayudar a adquirir control propio y responsabilidad. Un niño que se levanta, se asea, come y se acuesta más o menos a la misma hora también puede y debe aprender que en ciertos tiempos y momentos se permiten excepciones. Un estilo educativo en el que se establezcan rutinas y se mencionen muy claramente los límites (pocos pero consistentes) a la conducta infantil también favorece la convivencia y la armonía familiar e incluso podría desactivar el aburrimiento. 

Dispositivos electrónicos, un círculo vicioso 

—¿Cómo pueden los padres ayudar a sus hijos a manejar el aburrimiento sin recurrir a dispositivos electrónicos?

—Como le digo, no deberíamos tratar el aburrimiento infantil como una enfermedad que exige una cura inmediata. Más bien proclamarlo como una oportunidad que activa y facilita la curiosidad infantil. No es necesario, sino más bien contraproducente, estar ahí siempre atento y preparado para colmar y calmar todas las demandas infantiles.

A menudo se recurre al móvil y demás dispositivos como una alternativa. Y en efecto, los dispositivos electrónicos cumplen esa función de calmar rápidamente las quejas y molestias de los niños-adolescentes al mismo tiempo que alivian a los padres de las protestas continuas. ¡Es otro círculo vicioso! Luego ocurre que, en el verano, los padres caen en la cuenta de que sus hijos están demasiado tiempo con el móvil y deciden reducirlo. Desesperados, buscan otra vez nuevas recetas para desactivar las quejas infantiles y ocupar su tiempo, anticipándose de nuevo a los recursos que pudiera desplegar el propio niño. Tal vez seamos los adultos quienes más pautas necesitemos para aliviar nuestra culpa y nuestro miedo al aburrimiento infantil. 

—¿Qué estrategias pueden utilizar los padres para motivar a sus hijos a participar en actividades que no les interesan inicialmente?

—El juego es un aspecto único y distintivo de la infancia que surge y que debemos favorecer cuando los niños se aburren. Cualquier juego que anime a la exploración y al descubrimiento es perfecto. Aunque deben respetarse las preferencias personales, también deberíamos exponer a los niños al aburrimiento para que se active el interés por la exploración y desde ahí, observar sus preferencias y permitirlas siempre y cuando sea apropiado. Como la repetición de un juego o actividad también lleva parejo el aburrimiento, pues el propio niño se implicará en el cambio de actividad que le resulte de nuevo gratificante. En mi opinión, el juego también supone una ayuda o una cura para un clima social excesivamente obsesionado con los resultados y con el empleo productivo del tiempo. 

—¿Qué recursos o herramientas recomendarías a los padres para ayudar a sus hijos a lidiar con el aburrimiento?

—Pues lo dicho hasta aquí, permitirles que se aburran!