Mazonovo, agua y fuego de otro tiempo para forjar el hierro: «El verdadero valor del mazo es que está activo»
ASTURIAS
El hidráulico de esta aldea de los Oscos es de los pocos de Europa que mantiene su actividad: además de museo, produce piezas y trabajos por encargo de todo tipo
15 ene 2024 . Actualizado a las 11:17 h.El hierro se trabajó durante siglos de forma artesanal en Asturias, hasta que, en el siglo XX, la industrialización desplazó la pequeña producción y acabó con las formas tradicionales de forja. Pero algunos de los ingenios de aquellos tiempos sobrevivieron, y hoy son una extraordinaria ventana al pasado. Una de esas ventanas está en Santa Eulalia de Oscos, en la pequeña aldea de Mazonovo. Es un mazo hidráulico que data del siglo XVIII y que se conserva activo y en muy buenas condiciones gracias al trabajo de los Ferreiros de Mazonovo.
Es de los pocos mazos hidráulicos para forjar que no solo se conservan sino también se mantienen activos y producen. Hacia 1970, este ingenio había cesado su actividad, y parecía condenado al olvido. Sin embargo, su buen estado de conservación hizo que se impulsase su restauración en los años 90. Y aunque el hecho de que se tardase más de veinte años en restaurarlo contribuyó a que se deteriorase en parte el mecanismo, fue de los pocos que se conservaron en relativo buen estado.
Entonces, en la primera década del siglo se dieron varias circunstancias. En primer lugar, apareció en escena Friedrich Bramsteidl, «Fritz», un austriaco afincado entonces en Galicia con una dilatada experiencia al frente un taller de forja artística. Un día, interesado en la cuchillería, acudió a Taramundi a hacer un curso con Juan Carlos Quintana, y tuvo entonces noticias del mazo. En la segunda visita, conoció al alcalde de Santa Eulalia por aquellas fechas, Marcos Niño, que quería revitalizar el mazo. Por entonces, había un museo pero no funcionaba. No había mucho turismo y no era sostenible. Ni siquiera daba para que viviese una persona. La idea era buscar un ferreiro que trabajase allí y convertir el mazo en un museo y un taller al mismo tiempo. Así fue como comenzó la actividad.
La experiencia cuajó, y hoy el mazo va a pleno rendimiento. Es uno de los pocos mazos hidráulicos de Europa que funciona, donde se hacen todo tipo de piezas de forja. «El verdadero valor del mazo es que está activo», sostiene Bramsteidl. Y lo mejor, que por el taller han pasado numerosos aprendices, y hoy da trabajo a cuatro personas. Junto a Fritz, está Paz Prieto, aprendiz que lleva seis años largos trabajando, y también Jon Sánchez, que se forma desde hace tres. Asimismo, allí trabaja a tiempo parcial Dennis Leurik.
El oficio llama mucho la atención, y las visitas se han ido incrementando notablemente con el paso de los años, gracias al empeño y la dedicación de quienes trabajan en el mazo. El ferreiro asegura que el primer año que se estableció no tuvo más de 500 visitas. Una de las razones es que no había un horario estable y la actividad no estaba tan encarrilada como ahora. Con el tiempo, el taller fue cobrando fuerza, aumentó el trabajo y la disposición a recibir visitas y actualmente acuden a ver la forja unas 4.000 personas al año.
El valor de la forja está en que funciona tanto como atractivo turístico con un extraordinario valor etnográfico como en calidad de taller artesanal. Porque fabrica un montón de objetos que se pueden adquirir en las visitas, desde utensilios para el hogar hasta adornos u objetos artísticos, y otros muchos que se hacen por encargo: lámparas, muebles, letreros y herrajes de todo tipo, que se fabrican al gusto del cliente, adaptados al lugar en el que se ubicarán, al volumen y las necesidades del comprador.
Un trabajo difícil y muy valioso es el de restauración de verjas o barandillas de forja. Friedrich Bramsteidl destaca entre ellos un encargo en un palacio en la costa que consistía en restaurar una parte de una barandilla que ya existía y, después, complementarla con una nueva de cerca de diez metros. «Fue un trabajo muy complejo; entre otros trabajos en paralelo y atender el mazo estuvimos ocho meses trabajando con esta barandilla».
Asimismo, trabajan esculturas de hierro macizo de grandes dimensiones, «donde precisamente nos ayuda el mazo para lograrlo». Son también complejas, y dependen en buena medida del diseño. Si es diseño propio, la dificultad es algo menor porque los ferreiros conocen los límites y posibilidades de la fragua. Si viene dado el diseño, el reto es mayor. Pero suelen salir airosos.
El oficio de ferreiro es difícil, y adquirir la habilidad conlleva un aprendizaje lento, que requiere mucho tiempo, si bien, como explica Fritz, también «depende del talento que tiene cada uno; no somos todos iguales para todas las cosas». Por Mazonovo pasaron muchos aprendices que se fueron después de varios años, en total unas 15 personas. También hay alumnos que van a hacer cursos de fin de semana, y aunque es una formación superficial, no deja de ser una experiencia satisfactoria.
El mazo se puede visitar los fines de semana, y también hay demostraciones por semana con cita previa. Es una experiencia con la que todo el mundo sale encantado, en la que actúan los elementos en todo su esplendor: el agua mueve el molino, el molino mueve el mazo, el fuego ablanda el hierro y el ferreiro pone su arte para unirlo todo y crear una pieza única y, puede decirse, irrepetible.
Y, de paso, ayuda a echar la vista a un pasado ya remoto, en un entorno que parece de otra época. Un viaje en el tiempo sin salir del siglo XXI.