Javier Junceda: «Mi propuesta para renovar el CGPJ es tirar del escalafón: es lo más objetivo y no entras en ideologías»

ASTURIAS

Javier Junceda em su despacho con su libro «A Contracorriente»
Javier Junceda em su despacho con su libro «A Contracorriente»

«Hay dos fórmulas que han funcionado: la socialdemocracia y el conservadurismo; hoy asistimos a la desideologización, solo hay metapartidos que quieren atrapar el poder a cualquier precio», afirma el abogado

25 dic 2023 . Actualizado a las 09:08 h.

Javier Junceda (Oviedo, 1968) es abogado experto en Derecho Administrativo, académico numérico de la Real Academia Asturiana de Jurisprudencia y  presidente de la Comisión de Derecho, Ciencias Sociales y Económicas de Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA). Pensador y escritor inquieto, acaba de publicar el libro «Tres años de España» donde reúne un buen número de artículos en los que vuelca sus inquietudes sobre la política, el derecho y la sociedad española. Entre sus preocupaciones están la deriva de las ideologías o los excesos de la corrección política.

—De sus escritos se puede deducir que no le gusta por dónde van los tiros de la política actual en España. ¿Qué está pasando?

—En los artículos hablo mucho de que estamos asistiendo a la progresiva desideologización de los partidos. A mi me parece que hay dos fórmulas que han tenido éxito. Por un lado, la socialdemocracia y por otro, el conservadurismo. Hoy es cada vez más complicado porque ya no se habla directamente de ideología. Hoy en día lo que hay son metapartidos atrapalotodo. No les interesa el cultivar la ideología sino ser una suma coyuntural de personas que quieren atrapar el poder a cualquier precio. Por ejemplo, el PP hoy en día es complicado en ocasiones ver si realmente es una opción liberal, socioliberal o qué es. El votante normal del PP es un votante ubicado desde el centro derecha hasta la derecha pura. En ese contexto, la desideologización del partido hace que se creen otros partidos que respondan directamente con más puridad a esa opción.

—¿Y el PSOE?

—Al PSOE le pasa lo mismo. De esa alma socialdemócrata y constitucionalista que tenía se ha apartado y, de alguna manera, se ha «podemizado». Ha ido a abrazar eslóganes, y hoy en día el culto al líder que tiene hace que no aflore lo que antes era habitual en el partido, existían distintas sensibilidades. Las unanimidades son sinónimo de totalitarismo normalmente. En los partidos de una democracia no puede haber unanimidad. Los asentimientos generales son muy satisfactorios y muy saludables cuando se trata de la reforma de un texto constitucional, o un estatuto de autonomía, ahí sí, porque estamos hablando de la casa común en la que todos vamos a vivir. Lo propio de los partidos y de la democracia es que haya disparidad de criterios pero no personales sino ideológicos.

—¿Cree, entonces, que ambos partidos han renunciado en cierto modo a sus valores?

—El conservadurismo en todo el mundo, sobre todo en el ámbito anglosajón, es un timbre de honor, y sin embargo aquí se esconde. Y la socialdemocracia ha sido una fórmula de éxito y tampoco percibes que se defienda. Es una cosa que sorprende. Ni al conservadurismo ni a la socialdemocracia se los puede acusar de populismo. Cuando están atravesados por el populismo dejan de ser formulas de éxito y se convierten en otra cosa.

—¿La deriva del PSOE y el PP viene de la irrupción de los partidos que les quedan a uno y otro lado, de la necesidad de competir con ellos?

—Esos partidos emergentes fueron creados como consecuencia de las incapacidades de los dos grandes partidos para resolver el cambio de sus cuadros dirigentes y actualizar su discursos. Yo soy turnista, partidario del bipartidismo, porque en muchas partes del mundo es una fórmula de éxito. Puede haber dos partidos hegemónicos que se vayan intercambiando. Si esos partidos no están debidamente actualizados, si no trabajan su aparato ideológico, si no cambian sus perfiles o a sus propios candidatos y están siempre los mismos, esas inquietudes políticas van a buscar acomodo en otros lados. Y esas nuevas formas de hacer política ya se ha visto hasta dónde llegan. Podemos está conociendo su ocaso, pero hay que reconocer que tuvo un éxito muy importante. Su forma de hacer política se basaba en grandes aspavientos, elevar el tono de la crítica, llevarlo a un elemento de cataclismo y, sin embargo, se vio que cuando realmente asumieron responsabilidades no siempre llevaron a cabo con el rigor necesario sus cometidos.

—Pero Vox no parece que esté en la misma tesitura

—La ausencia del PP de ese electorado que podríamos denominar más fiel al elemento conservador se ha ido a crear su propia formación política. Son dos vías de agua que tienen los dos grandes partidos. ¿Qué me gustaría que ocurriera? Que el PSOE fuera fiel a su historia socialdemócrata, al menos la más reciente, la más vinculada a opciones socialdemócratas en Europa, con ejecutivos del PSOE que han tenido mucho éxito con criterios constitucionalistas de protección y defensa de la democracia. Y el PP, otro tanto de lo mismo. Si tratas de captar un puñado de votos en el centro izquierda, si vas a ese caladero, pierdes tu gran sol electoral, el votante conservador tradicional, que serían muchos más votos. Eso Isabel Díaz Ayuso lo ha hecho muy sabiamente en Madrid. Ha deglutido a Ciudadanos y Vox en Madrid es irrelevante. Sin embargo, cuando hay elecciones nacionales votan en masa a a Vox porque no quieren votar a Núñez Feijoo.

—¿Y en Asturias?

—Cuando se habla de que el PP opte por los votos de Foro creo que no está ahí el objetivo sino atraer a los de Vox al PP. Son los miles de votos de Vox los que hay que incorporar. Si fuera así, aquí tendríamos un gobierno de otro signo. No tienes por qué avergonzarte de algo que en el mundo es totalmente razonable, que es el conservadurismo. En otros muchos sitios es perfectamente válido. No hay monopolio del conservadurismo en la extrema derecha. Hay una derecha templada que ha funcionado en muchas partes del mundo y puede ser perfectamente válida. Yo soy socialcristiano, una persona ubicada dentro de esas forma de ver la vida conservadora con correcciones en el orden social. y no tengo ningún complejo de decirlo.

—¿A qué correcciones sociales se refiere?

—El conservadurismo entiende que el libre mercado no es un sistema perfecto pero es el que mejor funcionamiento ha tenido. Pero para que funcione ese liberalismo económico se necesita que no haya personas en deplorables condiciones de vida porque es una bomba de relojería contra el propio sistema. Por la propia defensa del liberalismo hay que tener en cuenta esas situaciones que hay que, de alguna manera, paliar. Lo que no significa dar pagas. Significa darles cañas para pescar, esa es la cuestión. En el libro cuento cómo en otros países de Europa por el ingreso mínimo de inserción se daba una paga a las personas pero muy temporal, supeditada a que adquirieran trabajo y que se les procurara una serie de formación y de contratos para que eso no fuera una especie de pago eterno con el que la persona estuviera viviendo del presupuesto permanentemente. Si no lo haces así, con esos gastos sociales lo que estas procurando es tener una bolsa de voto cautivo cuando haya elecciones. El dinero sale de todos los contribuyentes y tiene que tener una salida muy exigente a la hora de destinarlo a colectivos desfavorecidos o vulnerables, bien contrastado. Que llegue al bolsillo de alguien que lo precise porque no tiene otra posibilidad.

—¿Qué valora del conservadurismo?

—No conozco a nadie que no sea conservador de puertas para dentro de su casa. Yo trato de ser coherente. El conservador se basa en una idea de prueba y error a través de los tiempos. Es idiota basarse en cosas que no funcionan y seguir poniéndolas sobre el tapete. Por ejemplo, el comunismo se ha visto que no funciona, no solo en el ámbito económico sino en el de libertades. Los soldados de Corea del Norte están en la frontera apuntando a sus ciudadanos, no a Corea del Sur. Y cuando el muro de Berlín se vino abajo, los berlineses sabían hacia dónde correr.  Hay cosas que no se pueden alabar ni desde la izquierda ni desde la derecha. Yo estoy en el clima templado, que es donde se producen mejores frutos.

—Ahora hay una tendencia general, precisamente, a lo contrario. Lo templado no se lleva.

—Pero sin lo templado llegará un momento en que la nómina no te la van a pagar. La polarización lleva a un callejón sin salida. No ha ocurrido nunca en ninguna parte del mundo que la polarización llegara a ningún lado. Tenemos que hablar de aquello en lo que estamos de acuerdo y de lo que no. Con una persona templada puedes llegar a un acuerdo. En las pasadas elecciones nacionales ya lo dije: con este resultado quedábamos en manos de Puigdemon.

—¿Y qué otra opción había con estos resultados?

—La opción que teníamos ahí, si los dos partidos fueran templados. Sería una fórmula como la gran coalición alemana u otras que podrían perfectamente haberse ensayado. Opciones constitucionalistas que respetan la estructura democrática. Creo que eso daría resultado para que España se centrara en lo fundamental. Mientras estamos con esa hiperventilación, los grandes asuntos no se abordan. Las grandes reformas, las grandes cuestiones que nos afectan en el ámbito industrial, económico, fiscal y tantos otros. La política no puede ser un espectáculo sino dar solución a los problemas del ciudadano, de la gente de la calle. Un ejemplo paradigmático es la educación. En 45 años de democracia llevamos nueve leyes. Eso es insostenible. Tenemos que establecer un gran consenso en torno a la educación. En vez de hacer una educación de determinado sesgo, tanto unos como otros, sentémonos y no nos levantemos hasta hacer una ley pactada para todas las partes y que pueda dar resultado para años. Esto solo puede ser posible desde el punto de vista de lo moderado, de una visión templada de la realidad política. Los partidos se ganan en el centro del campo.

—En sus artículos suele hablar de la corrección política.

—A mí, especialmente, lo que me pone de los nervios es el neopuritanismo. Ahora mismo, las letras de Siniestro Total o de Ilegales no las puedes poner en la radiofórmula porque tendrían un posible problema legal, un fiscal los acusaría de delito de odio. Esas canciones serían hoy impensables. El problema es que toda esa comunicación circula por los memes, por Whatsapp, no van a acabar con ello. Cuando hay censura, todo se hace a través de circuitos indirectos. Lo que no sale en los medios te llega al bolsillo en whatsapp. Cuando la gente del Mayflower se fue a Estados Unidos en Inglaterra hicieron fiestas para celebrarlo porque eran insufribles. No se podía vivir con ellos. Eso es lo que hay. Yo los metería a todos en un Mayflower. Creo que hay  mucho de hipocresía, de apuntar con el dedo acusador a alguien cuando tu tienes el patio trasero lleno de porquería. Creo que, ante esas oleadas de corrección, hay que reivindicar el derecho a pensar de otra manera, a decir las cosas como piensas.

—Sin embargo, hoy los que se erigen como adalides de la libertad de expresión son los populistas, que se suelen pasar por el otro lado.

—Eso sucede cuando la democracia no potencia el elemento de libertades. La libertad es que yo pueda hacer todo lo que no esté prohibido por ley. En primero de carrera te lo explican. Lo que no puedes hacer es llevar a la ley correcciones innecesarias a la libertad. Esta tiene que ser algo fundamental para cualquier ciudadano en una sociedad madura. El límite está en el código penal y en el resto de normas jurídicas. No puedes utilizar las leyes para establecer cortapisas a la libertad, que es la que tiene que primar. Polibio, un historiador griego, en su anaciclosis, una teoría de los ciclos políticos, hablaba de la oclocracia, el gobierno de la chusma, de la mayoría demagógica engañada, a partir de la cual resurgía uno de signo contrario, una fórmula hacia una monarquía autoritaria, un totalitarismo de otro signo. Para él lo fundamental estaba en el término medio, en el ecuador. Estamos en la oclocracia, en el gobierno guiado por la demagogia, y el riesgo es llegar a una sociedad completamente contraria, que se apoye sin fisuras en un líder carismático de carácter iliberal. En Europa hemos visto a dónde conducen esos extremos. Los padres de la UE y de la Constitución Española consiguieron que hubiera una paz sin precedentes desde la segunda guerra mundial hasta hoy sin precedentes.

—Si se tarda tanto en nombrar el Consejo General del Poder Judicial ¿es porque no hay interés en que la justicia sea independiente?

—Eso hay que decírselo al PSOE y al PP, que llevan haciéndolo desde que hay democracia. Cuando gobiernan hacen siempre lo mismo. Quieren controlar el poder judicial. No creo que los deba nombrar ni el gobierno ni la oposición, ni tampoco las asociaciones judiciales, porque tienen cada una un sesgo ideológico. Es más, la mayor parte de los jueces no están asociados. Mi propuesta es que se tire del escalafón judicial, que está actualizado por el Consejo y ahí aparecen los que llegan al final de su vida como jueces después de una trayectoria de décadas al servicio de la justicia. Es lo más objetivo y no entras en ninguna determinación de ideologías. En eso soy meritocrático totalmente. En cualquier caso hay que borrar cualquier tipo de duda sobre la independencia judicial. Los jueces deben ser independientes y hay que respetarlos, no tener intromisiones como la ley de Amnistía.

—¿Qué análisis hace de esta ley?

—Lo que hace  es borrar un delito que no ha sido declarado inconstitucional y que sigue vigente. Porque el código que se les aplicó a estos señores del Procés es el que sigue vigente. Lo que haces es convertir al Congreso de los Diputados en un suprajuzgador. Es más, mi opinión es la misma que tenía toda la comunidad política y jurídica antes del 23 de julio de este año. No había nadie que dijera una cosa diferente.