Dicen atletas que compitieron con él, para su desgracia, que el menudo Eliud Kipchoge (1,67 m. de altura y más o menos el doble en carrera), corre impulsado por condiciones que casi no son humanas. O, mejor dicho, que son sobrehumanas. Porque su comida, por ejemplo, es completamente espartana: después de largas sesiones, su desayuno consiste en té con azúcar y pan. En competición, aún más magra; cereales y leche, o sólo copos de avena. Ya la cena es algo más abundante, en términos africanos: ugali (un puré de harina de maíz y agua), a veces un poco de carne y verdura como el managu (parecido a las espinacas) o repollo. Mucha agua, más de tres litros al día, tal vez una fruta de postre, y basta.
¿Puede un atleta de otro país llevar esta dieta tan aparentemente imposible y acercarse, siquiera, a las marcas de Kipchoge? La respuesta es, rotundamente, no. Ni proteínas artificiales, ni electrolitos, ni mandangas. La fisiología del keniano está tan sumamente adaptada a condiciones mínimas, casi de carestía, que nadie fuera de su entorno es capaz de soportar semejante esfuerzo a costa de tan poca ingesta.
Porque, además, no se trata solo de la alimentación. Quienes lo han entrevistado y han visto su forma de vida aseguran que el lujo es lo último que busca y desea este hombre originario del Valle del Rift, cuna de la humanidad. Hacen sus camas, limpian sus baños y se conforman con poca comodidad; es el paisaje y hogar de Eliud Kipchoge en su tierra natal durante muchos meses al año.
El «gimnasio» es una habitación apenas equipada; la pista de tierra de entrenamiento, una pista de tierra rodeada de vacas, ovejas, gallinas y vehículos. Kilómetros y kilómetros de infierno bajo un sol abrasador para quien no esté acostumbrado. Genética, psicología, y punto.
Alas en los pies
Otra cosa es el calzado. Aquí no hay ahorro ni espartanismo que valga: los kenianos ya no van descalzos, un mito del atletismo africano. Por el contrario, las zapatillas de Kipchoge se cuentan entre las más avanzadas de la tecnología deportiva. Armado con la poderosa industria de una marca deportiva detrás de sí, el keniano ha usado las Vaporfly Elite hasta las Alphafly, las famosas zapatillas con placa de fibra de carbono que le han acompañado a la historia de la competición y a romper récords que parecían imposibles. Si marcan la diferencia o no, quizá está más en los secretos del márketing que en la realidad.
Pero los responsables de la marca (para quienes la inversión es mínima respecto al retorno que obtienen gracias a los triunfos del keniano) sacan pecho. Kipchoge cambió el enfoque del calzado ultraligero y de perfil muy bajo. Las Vaporfly disponen de un talón puntiagudo, anchas por delante, y son gruesas, de cuatro centímetros, flotando sobre una espuma y una placa de carbono a medida. Todo había cambiado en este mundo; eso sí, el peso de la zapatilla sigue siendo ínfimo, menos de 200 gramos.
Con esta tecnología fue el único atleta de la historia en recorrer una maratón en menos de dos horas (1 h 59’ 40’’), en Viena (2019). Sin embargo, esta marca no consta como oficial, porque la carrera se desarrolló con ayudas externas y en una prueba organizada precisamente con el fin de lograr la hazaña, lo que tampoco le quita un mérito brutal. El keniano corrió detrás de un vehículo que iba marcando el ritmo y recorrió la distancia rodeado de siete «liebres» (atletas de apoyo) colocados en formación de flecha para protegerlo del viento, además de las zapatillas. Aunque él ha defendido el logro, la Federación Internacional de Atletismo prohibió en 2020 el uso de ese calzado en competiciones oficiales.
Mente fría
La Fundación Princesa asegura que lo apodan El filósofo por su destreza estratégica en las carreras y su capacidad de concentración. Bien, ya tenemos la tercera de sus armas: el campeón olímpico y dueño de una retahíla de triunfos y laureles que casi iguala la longitud de una maratón, ofrece lecciones a menudo, con su sencillez personal, sobre la importancia de fuerza psicológica.
«Si te concentras en el espejo retrovisor, te estrellarás y provocarás un accidente», dijo en una entrevista. Es decir, nada de recrearse en la fama, nada de usar atajos: «si quieres abrirte paso, tu mente debería poder controlar tu cuerpo; debe ser parte de tu aptitud física». Y nada de permanecer en la zona de confort, dice; se supone que no se refiere a la (in)comodidad de su alojamiento. Otra frase sorprendente: «Simplemente, se trata de volver a casa con el primer puesto», eso es todo.
Kipchoge comenzó su carrera deportiva cosechando éxitos como corredor de fondo. Después de proclamarse campeón mundial de 5.000 metros en 2003, se hizo con el bronce en la misma distancia en los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004 y la plata en los de Pekín en 2008. Tras una lesión que lo alejó de la cita olímpica de Londres en 2012, decidió cambiar la pista por el asfalto. Se impuso en el maratón de Londres de 2016, donde estableció una nueva marca, y llegó a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro como absoluto rey de la disciplina.
Allí logró con autoridad la primera medalla de oro olímpica para su palmarés, que se completó con un nuevo triunfo en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, celebrados en 2021 debido al aplazamiento provocado por la pandemia de la covid-19. Entre los numerosos logros de Kipchoge, además de los citados, cuenta también con la victoria en el Campeonato del Mundo de Campo a Través Sub-20 (Lausana, Suiza 2003), una medalla de oro en la prueba de 5.000 metros de la Diamond League de 2010 y cuatro primeros puestos, tres en 5.000 metros y uno en 3.000, en la Golden League (2004, 2005 y 2008, y 2004, respectivamente).
Solidaridad
Ya que no todo va a ser correr, como parte de su equilibrio humano y de su retorno a los orígenes humildes, Eliud Kipchoge también dedica parte de su tiempo a la labor solidaria. O al menos, la patrocina. Se trata de la fundación que lleva su nombre, creada en 2021 con el objetivo de facilitar el acceso a la educación infantil y la protección del medio ambiente.
En su página se presenta: «Crecí con un fuerte sentido de unión con la gente de mi pueblo. Estábamos respirando juntos. Lo llamamos umoja en swahili; significa que todos somos parte de la comunidad y todo está en las pequeñas cosas que podemos hacer todos los días por nuestros hijos, amigos, vecinos y extraños».
«Como deportista, tengo el privilegio de viajar por el mundo y veo que el mundo es una aldea. Quiero que el mundo respire unido. A través de la educación y de la conservación del medio ambiente, espero compartir mi experiencia y mi solidaridad con quienes la necesitan»; es su declaración de intenciones.
En cuanto a educación, dice, se compromete a ayudar a los programas educativos dentro de Kenia, «pero la educación está en todas partes del mundo y me gustaría cruzar fronteras». Es consciente de que muchos atletas abandonaron la escuela e intentaron «construir una vida sin educación», por eso, sus objetivos son patrocinar escuelas, construir bibliotecas y dar inspiración sobre la importancia de la educación.
Todo ello -tanto su capacidad deportiva como sus valores- le ha hecho merecedor del Premio Princesa de los Deportes 2023.