Jorge Matías, escritor: «Por mucho que digan, beber como un cosaco no se ve como algo malo»

Marcos Gutiérrez REDACCION

ASTURIAS

Jorge Matías
Jorge Matías

El escritor y columnista de La Voz acaba de publicar «Vinagre», una obra en la que narra de modo autobiográfico su salida del alcohol, un proceso arduo para el que, a su juicio, la ayuda disponible en España es «bastante deficiente»

16 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El columnista de La Voz de Asturias Jorge Matías acaba de publicar su novela «Vinagre: El alcohol vació mi vida y dejarlo casi llena mi cuenta bancaria» (Next Door Publishers, 2023). Matías, que se define como «obrero del metal por necesidad y escritor por cabezonería», narra en la obra, de manera autobiográfica, su descenso y salida del alcohol. Sobre todo, explica, el libro «cuenta la historia de una persona que se equivocó muchas veces».

—¿Cuándo surge la idea de escribir «Vinagre»?

—Había escrito bastante sobre mi experiencia con el alcohol, pero tan solo algunos extractos y pensamientos. Nunca tan abiertamente. entonces empecé a leer libros de gente que había dejado la bebida y me di cuenta que eran personas a las que les iba muy bien en la vida. Pensé que por qué no podía escribir un libro yo. Mi editor de Yonki Books, Oihan Iturbide, me dijo que me lo publicaba y así ha sido.

—En el libro explica que el título tiene que ver con un apelativo muy personal de aquellos días de botellones en parques, ¿verdad?

—Cuando en los parques donde quedábamos o en los bares que frecuentábamos alguno se pasaba un poco bebiendo le decían que era un vinagre y a mí me lo decían mucho (ndr: risas). Me comentaban «¡oye que te vi el otro día, eres un vinagre!». Probablemente yo era el más vinagre de todos.

—¿Cuándo y cómo comenzó a beber?

—Todos los españoles supongo que hemos visto alcohol en casa aunque mis padres, por ejemplo, no bebían. Cuando comencé a beber fue como muchos, en el pueblo de vacaciones, en Soria. La primera vez que me emborraché fue con unos quince años y no puedo decir que me gustara mucho. La primera vez que bebes cerveza no es muy agradable, pero se termina convirtiendo en una costumbre que está muy arraigada en nuestra cultura.

—¿Cómo fue esa llamada que, el día de su cumpleaños, le empujó a abandonar la bebida hace ya quince años?

—Fue una llamada bastante tensa. Esa persona me llamó para felicitarme el cumpleaños y yo en ese momento ya iba bastante bebido. Esta persona percibí que estaba un poco tensa, hasta que empezó a decirme que se notaba que estaba bebido y que tenía un problema. En el fondo lo sabía, pero esa sensación de «estoy jodido» con el alcohol la intentas tapar. No fue hasta que esta persona me puso frente al espejo que me di cuenta que tenía un problema. Después de esa llamada me tomé mi última jarra de cerveza.

—En el libro explica como, una vez que dejó de beber, se empezó a dar cuenta de otros momentos en los que personas cercanas le advirtieron de su adicción ¿En qué fue diferente esa llamada a otros momentos o advertencias?

—Siempre hay señales y alguien que se pone serio contigo y te echa una pequeña bronca. El problema es que tampoco te dicen abiertamente «eres un alcohólico», sino que eran cosas más sutiles. La gente generalmente no se atreve a decirte que tienes un problema médico. Solo cuando dejé el alcohol comencé a atar cabos, lo que pasa es que si te lo dicen en el momento, media hora después se te ha olvidado.

—¿Cómo fue el proceso de buscar ayuda para salir de la bebida?

—Fue bastante difícil, porque cuando fui al médico éste no me dijo directamente que no hubiera ayuda disponible en la sanidad madrileña, pero sí me reconoció que a sabér cuándo me tocaba. Una de las cosas que me comentó fue que había asociaciones en el barrio que ayudaban a los adictos. En mi zona había muchas personas metidas en la heroína. Algunos de estos colectivos, además de a drogodependientes, prestaban ayuda a los alcohólicos. El problema es que muchas eran de corte religioso y yo no tenía muchas ganas de meterme en un sitio así, porque soy ateo. Yo podía tener una ayuda inmediata acudiendo a esas entidades, pero las otras asociaciones de mi país ofrecían poco tiempo de cada sesión y encima ni siquiera sabía cuándo iba a acceder a ello. Yo era consciente de que si aquello se prolongaba en el tiempo iba a volver a beber, por lo que estaba en una situación muy complicada. Había asumido que tenía un problema y las opciones que había para un tipo de clase obrera como yo eran o pagar o meterme en una asociación de corte religioso. Lo ví claro y sabía que no podía esperar, porque mi consumo era problemático y no quería volver a eso.

—¿Reciben las personas que quieren salir del alcohol suficiente apoyo en nuestro país?

—La ayuda para el alcohólico y el adicto en general es bastante deficiente. A lo mejor ahora ha mejorado un poco, pero no solo por la dejadez de las instituciones, sino también porque beber no está mal visto. El alcohol es una droga y la gente no la equipara a la heroína o el hachís. Se piensa que está en nuestra cultura y, bueno, «a lo mejor es que te has pasado unos días y ya está». Como no se asume que es un problema más extendido las ayudas son más bien escasas, porque por mucho que digan, beber alcohol como un cosaco no se ve como algo malo.

—¿Qué es lo más complejo a la hora de dejar de beber?

—Para mí lo más complicado fue que tuve que cortar por lo sano. No salía prácticamente nada, porque en mi barrio estoy rodeado de bares. Sabía que si salía iba a caer. Salir de casa era tener posibilidades de sucumbir a la tentación. Eso me generaba mucha ansiedad y pasé meses prácticamente sin salir de casa. Solo lo hacía para ir a una tienda de frutos secos que había cerca de mi casa para comprar zumo, patatas fritas y esas cosas. Era complejo porque siempre me preguntaba «¿Y ahora qué?¿Qué va a ser de mí?».